Resulta inconfundible que la opinión social tiene un peso brutal en una época en la cual la masificación y fuerza con la que se manifiesta hace que muchas veces termine siendo una fuente moldeadora de estructuras de pensamiento; mucho más potente es, cuando quienes alimentan esa opinión son los mismos medios de comunicación que rebalsando las portadas y pantallas con numerosos y escandalosos delitos -incluso dándose el lujo de crear tipos penales como el “portonazo”– no hacen más que engordar esta bestia sin criterio que se aproxima cada vez más a la forma en que los nazis hacían uso de la ley.
Lo que pretendo evidenciar en estas líneas es cómo la sociedad chilena, desde un análisis del derecho penal, se ha formado como un juez que sugiere, imputa y critica sanciones, tomando la distinción entre derecho penal de acto y derecho penal de autor, para dar a entender que este monstruo social está más cerca de una enfermedad que de una cura.¿A qué me refiero con lo anterior? A que en conjunto enjuiciamos a quien haya cometido un delito y le atribuimos a su personalidad factores demoniacos inherentes que hacen que lo miremos bajo el hombro.
Dicho aquello, debo dejar claro qué quiere decir derecho penal de acto y derecho penal de autor. Lo primero hace referencia a que las personas son y deben ser castigadas por sus comportamientos en concreto, es decir, por las conductas que libremente deciden realizar (como robar o matar), lo cual es una exigencia constitucional y dominante en el derecho a nivel mundial; sin embargo, contamos por otro lado con lo que se conoce como derecho penal de autor -cuyo emblema es la Alemania Nazi- donde se sanciona a las personas no solamente por lo que hacían, sino también por lo que son, así entonces, era delito ser judío u homosexual.
Esta segunda dimensión que se fundamenta en la peligrosidad de la persona está totalmente obsoleta, y el por qué es evidente: ¿Qué culpa tiene un moreno de tener ese color de piel? ¿Lo vamos a sancionar por eso? Claro que no, pero aun así nuestro Código Penal tiene rasgos de este modo de regular, como lo sería la agravante de la reincidencia o uno de los requisitos de las penas sustitutivas (integración en la sociedad), aunque aquello sería interesante para otro escrito.
¿Qué tiene que ver todo esto con nuestra sociedad? Mucho, incluso me atrevería a decir que demasiado. ¿Han notado qué pasa en un supermercado cuando un sujeto viste de terno y otro con la camiseta de un equipo de fútbol? El guardia seguirá al que tenga mayor “peligrosidad” y así el tipo que está realizando la misma conducta que el joven de terno (comprar), termina siendo vigilado por lo que son sus gustos. Es un ejemplo básico, algunos dirían insignificante, pero sigamos.
¿Qué hay de la mujer que hurtó alguna joya en el Paseo Ahumada y fue noticia en la prensa? Si algún día toma atención a los comentarios respecto de personas que realizan delitos y que son publicados por la prensa se va a encontrar con frases como: quizá desde cuándo que lo viene haciendo; tiene la pura cara de lanza; tenía la pinta de flaite; va a salir y lo va a seguir repitiendo igual, etc. Tan enfermo es el pensar social, que a la hora de cuestionar a una persona por una conducta puntual, terminamos cuestionando a la persona por lo que es, por su cara, por su vestimenta o por su origen geográfico y desde ahí le imputamos sanciones o prejuicios que poco y nada tienen que ver con la conducta realizada.
Tampoco es que me sorprenda mucho. En una cultura llena de etiquetas parece casi natural que nos tomemos dichas atribuciones, pero son esas mismas atribuciones que nos tomamos al apuntar con el dedo las que tal como los nazis nos han hecho creer que vivimos en una sociedad de superiores e inferiores (y no estoy hablando en términos económicos) ¿A qué me refiero con lo anterior? A que en conjunto enjuiciamos a quien haya cometido un delito y le atribuimos a su personalidad factores demoniacos inherentes que hacen que lo miremos bajo el hombro.
Resulta lamentable que no basta con cumplir con la sanción propia del delito que se cometió, sino que además la sociedad te atribuye una nueva estampilla a tu personalidad. Y así es como ésta en su rol de juez te impone la peor sanción que puede tener alguien que cometió un delito, es ella misma la que no te deja reinsertarte, porque es ella misma la que siempre te va a tratar como delincuente. Tal como lo dijo un Nazi: “la sociedad debe protegerse de los irrecuperables”.
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