Jorge González sigue tan vigente como el día que lanzó “La voz de los 80”. Y es que sus canciones retumban en los oídos de un país que en lo estructural, muy poco ha cambiado. Por eso, es bueno hacer memoria de sus letras, que sociológicamente, tienen más impacto en el ciudadano de a pie que cualquier importante centro de investigación. Un ejemplo de eso, que está en el fondo del ethos social chileno – y tan bien es capaz de describir el «ex Prisionero»-, es nuestro actual sistema educacional. Esencia y cuna del paradigma en el cual estamos insertos, y que a buena hora, pretende ser acabado a través de una reforma que pone fin al lucro, el co-pago y la selección.
Éste sin duda, es un avance sustancial en el camino a recuperar la lógica y el sentido común que cualquier sociedad relativamente moderna tiene hoy. Condición que es bueno recordar, perdimos a causa de la dictadura más brutal de América Latina. Es por lo anterior, que además de la reforma a la educación, están siendo impulsadas una serie de medidas desde el gobierno de Bachelet, que pretenden darnos nuevos aires: aires de progresismo. Esto, también es sabido, tiene el objeto de que nuestros magnos índices macroeconómicos alcancen para todos.Si seguimos bajo el mismo esquema, serán los mismos los que siempre se beneficiarán en desmedro de la mayoría, y el país mantendrá el mismo lugar de siempre. Es decir, entre los países que fracasan en el camino al desarrollo, por tanto: más cerca del Congo, y más lejos de Finlandia.
Pero, todas las intenciones de cambio, como era de suponer, son solo hasta cierto punto, ya que es necesario ser cauteloso. No vaya a ser, que se fastidie nuestra élite. Grupo que en la actualidad detenta el poder como una oligarquía de hierro. Construida a sangre y fuego, fundiéndose con tal firmeza, que hoy día son inamovibles. Y ese, es el punto que hoy está en conflicto: el por qué los ricos.
Es por eso -y volviendo a la reforma educacional-, que causa preocupación que los colegios particulares no sean tocados, siendo sintomático de lo dicho antes. Si bien progresivamente se va a eliminar -o por lo menos intentar- la rancia “aspiracionalidad” en la que se transformó nuestra capa media (que no tiene horizonte más lejano que cumplir como buen estudiante «mateo», el canon cultural de nuestra clase dominante), no se va a borrar la profunda cultura del sectarismo, la discriminación y en consecuencia, la postergación de bienes -materiales e inmateriales- a la que inducen los colegios «cuicos». Por tanto, sus pupilos –los ricos-, seguirán mirando por “debajo del hombro” a estudiantes que no son parte de su casta. Continuarán accediendo a bienes que el resto no podrá jamás. Y por tanto, se van a seguir sintiendo con el derecho a gritar frases al estilo de: «cara eh nana». Ejemplos hay varios. Yo como profesor -y antes como estudiante- lo vi y veo a diario en las escuelas.
Entonces, es de perogrullo preguntarse: ¿Cuáles serán -y son- las consecuencias, de que nuestra «clase dirigente» no sea incluida en las heterogéneas aulas que persigue construir la reforma educacional? A mi parecer, la perpetuidad de la frustración y del resentimiento (Humberto Maturana, considera natural el resentimiento social cuando hay maltrato). Por tanto, es una alternativa más que plausible en el país más desigual de la región, que los grados de infelicidad de una sociedad –o parte importante de ella-, sean directamente proporcionales al de la desigualdad y la segregación. Y haciendo una proyección a la ya existente situación: muchos quedarán en el camino. No lograrán alcanzar las expectativas que nuestra sociedad (exitista), ha construido para ellos en los últimos treinta años. ¿Y Por qué? Porque hay una élite cerrada que excluye, margina, y no deja entrar.
Pero lo peor de todo, es que en el mediano plazo, esto no tiene una solución estructural que salte a la vista. Porque gran parte de las reformas que se impulsan no tocan a nuestra clase dirigente.
En consecuencia, vale la pena cuestionarse si queremos realmente un país justo, y de ser así, cómo. Para eso, instituciones políticas y económicas que sean plenamente “inclusivas”, dejando atrás nuestra eterna mochila de instituciones “extractivas”, es una respuesta que Acemoğlu, D y Robinson, J. parecen dar a esta pregunta. Ellos, identificaron a la mita, la encomienda y la hacienda como instituciones que construyeron nuestra actual desigualdad. Todas estas, vigentes en la alguna medida hasta mediados del siglo veinte, y que tienen un impacto sociocultural que todavía se siente. Además de éstas, otras instituciones igual de perjudiciales, nos mantienen en la misma situación, por ejemplo: las leyes laborales; el FUT; las permisivas leyes hacia las grandes empresas, entre muchas otras.
Lo pernicioso de éste tipo de instituciones (económicas y políticas), tal como lo plantean Acemoğlu y Robinson, en su libro “Por qué fracasan los países”, es que ellas aportan a la concentración de la riqueza y los privilegios. Inhabilitan el desarrollo potencial de una sociedad a causa de instituciones que generan poco incentivo a la “destrucción creadora” de sus habitantes. Los margina de toda actividad política a través de una democracia en la que no confían. Y además, no los deja ser parte de la actividad económica, a través leyes y prácticas que benefician a la elite dominante.
De esta forma, si seguimos bajo el mismo esquema, serán los mismos los que siempre se beneficiarán en desmedro de la mayoría, y el país mantendrá el mismo lugar de siempre. Es decir, entre los países que fracasan en el camino al desarrollo, por tanto: más cerca del Congo, y más lejos de Finlandia. Y por favor, que los grupos que abogan por el continuismo dejen de tergiversar la discusión (aunque sea su medio de autodefensa). Nadie habla de sociedades comunistas al estilo Corea del Norte, hablamos de democracias modernas e inclusivas; donde la capacidad de crear sea consecuencias de una sociedad que entrega las herramientas y la seguridad para hacerlo. Mientras tengamos éste grado de desregulación y concentración de la riqueza, habrá pocas oportunidades para el desarrollo potencial de nuestros niños, y por tanto, la cosa se mantendrá tal cual.
Finalmente, en días en que la salud del compositor de himnos como “No necesitamos banderas” estuvo en una delicada situación, parece más que legítimo preguntarse, tal cual él hace un par de años: «¿Por qué los ricos tienen derecho a pasarlo tan bien, si son tan imbéciles como los pobres? «.
Creo, haber escuchado plantear algo por el estilo al ministro Eyzaguirre; teniendo sentido, lo que se ha expuesto aquí. Pero mejor olvidarlo, porque a fin de cuentas, él cree -al igual que la mayoría de nuestra clase política-, que los ricos no pueden ser tocados.
Comentarios