A raíz del desfile de chascarros, errores, confusiones y malos entendidos que hemos sufrido (o gozado) en este año, decidí rebuscar las teorías de Sigmund Freud sobre los actos fallidos.
Su teoría al respecto resulta, a la luz de algunos tropezones recientes de nuestro mandatario, digna de consideración detenida.
Abreviando, se podría decir que Freud postula que aquellos actos fallidos (Fehlleistungen) no son simples errores, sino un vehículo para transmitir algún tipo de mensaje que nuestro subconsciente intentaba cursar atravesando las barreras establecidas por el superego a través de los errores “involuntarios”. Ofrece este mecanismo la ventaja de ser fácilmente excusable en un “lapsus”. O sea, desdecirse argumentando que todos los cometemos.
No quiero decir que cada uno de los numerosos ejemplos recientes tenga una explicación clara, científicamente demostrable y unívoca. No pienso que dar por muerto a Parra sea un parricidio oculto entre los pliegues del subconsciente, que marepoto sea una fijación sexual, o que la confusión del laurel y el canelo indique otra cosa que un rotundo desinterés por la botánica. Tal vez, confundir febrero con septiembre sea más significativo en vista de la importancia que dicho mes tiene en la historia nacional. Aún así, parece demasiado aventurado desprender de ese error la simpatía o antipatía que el autor del lapsus pueda tener en relación con alguno de los hechos registrados en aquel mes. Esto último claramente parece ser una zona de indefinición y conflictos en su biografía política.
Sólo deseo expresar que, aun sin explicar cada uno de ellos, parece posible que la principal causa es una absoulta y total indiferencia por todos los hechos, fechas y nombres históricos. Dedicado full time a sus negocios (notablemente exitosos, dicho sea de paso) jamás ha sentido inquietud por un personaje como R. Crusoe, ni se ha deleitado con un artefacto de don Nicanor, ha leído la palabra tsunami con tal velocidad y superficialidad que le agregó una u que no está en el original y trescientos años no es nada, como dice el vals de Ravel. O el tango de Borges, para el caso es igual.
Lamentablemente, debemos sospechar que todo su gobierno está marcado por ese sello. Ya no resulta creíble su altruismo, su desvelo por el destino de los pobres o vulnerables, como se les ha dado por llamar. Me temo que su afán obedece sólo a causas relacionadas con el éxito personal, su necesidad de ser reconocido, de remontar cada día en las encuestas, de escalar en los medidores de la fama, de alimentar su ego insaciable.
¡Ay de los gobernados! Temo que por cuatro años seremos muñecos en el juego de medir su propia aprobación, de su afán por llegar a ser estatua, de “sacrificarse” por nuestro bienestar, en dar todo de sí por el engrandecimiento de la patria. Los ciudadanos no seremos tales ni interesa nuestra opinión. Seremos sujetos pasivos de sus maniobras y navegaremos como embarcaciones sin timonel los mares agitados de comienzos del siglo XXl en un país en vías de desarrollo, bajo el triste lema de: eficiencia über Alles.
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