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Piñera 2018: De desarrollo, mercancías y lo artificial

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Este lunes amanecimos con nuevo Presidente. Versión 2.0 del que asumiera hace ya ocho años, el 11 de marzo de 2010. Sebastián Piñera Echenique, quien por un cuatrienio estará al frente del Poder Ejecutivo, del Gobierno de Chile, con todo lo que ello involucra en un país presidencialista, lindante con la monarquía, como el nuestro.

En su primer discurso, como tan profusamente ha informado la prensa, convocó a cinco grandes acuerdos nacionales: desarrollo y derrota de la pobreza; infancia; seguridad ciudadana; salud; y paz en La Araucanía. Serán esas, se entiende, sus prioridades, en las que pondrá énfasis y que orientarán las principales decisiones que adopte.

Cada una de estas materias es un mundo en sí mismo e involucra ámbitos tan amplios que es dable entender que la tarea será titánica. Esto, más allá de que en algunas como el caso de la “paz en la Araucanía” ya se percibe el corte ideológico detrás de las palabras escogidas. Tristes recuerdos, de carácter genocida, tenemos de la pacificación” del Wallmapu durante más de 20 años en las postrimerías del siglo XIX.

Para lograr grandes acuerdos, y la tan recurrida unidad, lo primero que uno debe hacer es dilucidar si se concuerda en qué se entiende por los objetivos planteados. Y es así que, desde una mirada socioambiental, pongo atención en lo que este gobierno entenderá por desarrollo.

Desarrollo es mucho más que crecimiento. El verdadero desarrollo no sólo tiene que ver con cifras, números o estadísticas. El verdadero desarrollo tiene que tener un rostro humano, y su norte es uno solo: mejorar la calidad de vida, ampliar los ámbitos de libertad y crear más y mejores oportunidades para todos nuestros compatriotasexpresó el nuevo Presidente este domingo desde uno de los balcones de La Moneda.

No podemos estar menos que de acuerdo con sus palabras. Y ahí se podría avanzar en algunos puntos en común. Siempre y cuando calcen en ciertos aspectos que son fundamentales y que sustentan la mirada de sociedad, no solo desarrollo, que muchos compartimos.

La reciente presentación de la Propuesta Ciudadana de Política Energética para Aysén Reserva de Vida fue un esbozo de aquello.

Lo primero es que si coincidimos en que uno de los principales desafíos que enfrenta la humanidad se origina en el nivel de intervención al que hemos sometido los ecosistemas, debemos apuntar con todas nuestras fuerzas a detener tal proceso e incluso revertirlo. El cambio climático, la acidificación de los océanos y la extinción de especies son fruto del modelo industrial y económico a escala planetaria, lo cual incluso pone en riesgo nuestra propia supervivencia y hoy ya ha hecho que millones no tengan acceso a agua para beber, alimentos e incluso vivan en territorios con paupérrimas condiciones sanitarias. Las zonas de sacrificio no son un invento del ecologismo.

Son estos algunos de los criterios que se pondrán en la mesa cuando desde el nuevo gobierno inviten a hablar de desarrollo y superación de la pobreza. Porque el debate es mucho más que instrumentos, proyectos y programas. Más incluso que políticas públicas y leyes. Es el sentido común imperante el que hay que cambiar. Y eso si que requiere de un gran acuerdo nacional.

Este eje apunta a la subsidiariedad de lo artificial. Es decir, ante cualquier desafío que enfrentemos en nuestra relación con la naturaleza, que la primera opción sea la de no impactarla. Si vamos comprar a 10 cuadras y no es absolutamente necesario, vayamos caminando o en bicicleta, no en automóvil. Si requerimos cortar una sola tabla, usemos el serrucho y no la sierra eléctrica. Entre comprar la mermelada industrial con envase plástico, colorantes y preservantes, prefiramos la local con una elaboración más natural. Si requerimos cinco metros cúbicos de leña para calefaccionar una casa, quizás podríamos aislarla mejor para no necesitarlos. Si estamos pensando en construir más tendidos, quizás sea preferible mejorar los que pierden electricidad en la transmisión. Y antes de comprarse ese pantalón nuevo, vea si es posible remendar el que ya piensa que no sirve.

Todo esto es, en el fondo, un modelo de sociedad menos intensivo en uso (y destrucción, a la postre) de biodiversidad, con mayor eficiencia y ahorro a todo nivel.

Y lo segundo, y aunque se les pongan los pelos de punta, la desmercantilización. Que no quiere decir terminar con el mercado, sino simplemente que la compra mercantil sea la segunda opción en la toma de decisiones, no la primera. En el fondo, la subsidiariedad del mercado.

¿Y cómo podemos avanzar en ello? En lo que la FAO llama la agricultura urbana y periurbana, donde es posible aportar a que los ciudadanos produzcan parte de sus alimentos. O la autogeneración energética familiar o comunitaria. También, la producción de mermeladas y autoproducción, la cultura de la reparación antes de la constante adquisición de lo más nuevo. Los derechos (y bienes) sociales garantizados, parten de similar matriz.

Estas no son recetas ni fundamentalismo. Tampoco es folclor ni hobby. Es cambiar el orden de prioridades, dar sentido político a las decisiones que adoptamos en el día a día, y que son las que se requieren actualmente con mayor intensidad.

Son estos algunos de los criterios que se pondrán en la mesa cuando desde el nuevo gobierno inviten a hablar de desarrollo y superación de la pobreza. Porque el debate es mucho más que instrumentos, proyectos y programas. Más incluso que políticas públicas y leyes. Es el sentido común imperante el que hay que cambiar. Y eso si que requiere de un gran acuerdo nacional.

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