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Nunca más los mismos

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Estamos todos mal que duda cabe, los dos años de reclusión, no fueron dos años y por ahora siguen siendo, pero son pocos lo que nos hemos detenido a pensar en las consecuencias que ha tenido, y si bien acá estamos de nuevo, no es menos cierto que se develó una compresión en la mente y cuerpo post crisis pandémica. Pero esto viene siendo de mucho antes, claro el inicio de los procesos puede ser infinito, por lo que la historiografía tradicional nos hace cortar el tiempo como si se partiera de cero en cada cosa. Y es cierto todo lo acontecido viene de un antes, y el inicio suele ser indefinido, pero haré el ejercicio de comenzar a decir que en el estallido social, como culminación de un proceso de acumulación de impotencias, frustraciones e injusticias, termino con la ciudadanía desbordada en las calles, gritando, pintando, tapiando la ciudad entera.


Sólo decir que estamos todos mal, que nadie soporta las deudas, los intereses, los arriendos, transporte, comida, aceite, que la vida se nos hizo precaria a todos, pareciera ser lo más igualitario que nos ha pasado el último tiempo: a todos nos tocó

Y si la ciudad y el espacio púbico esta como a la mano de Dios, desposeída, abandonada, carente de gobernabilidad, qué podemos pedirle a la gente, el pueblo, la ciudadanía o como se llame a los habitantes del país. Santiago tenía que sacudirse de muchas cosas, romper viejas estructuras, como se dice: había que destruir lo viejo para dar paso a la creación de lo nuevo, una cosa de dialéctica tan solo.  En las relaciones sociales, el estado de ánimo y la propia ciudad, los símbolos de un pasado esplendoroso se fueron derrumbando en el tiempo, como esas películas gringas que le encantan a los gringos: una ciudad abandonada, llena de polvo y vestigios de lo que fue la Estatua de la Libertad, cubierta de escombros luego de un segundo bigband.

Entonces se develaron cientos de conflictos cubiertos por el manto del éxito urbano de Santiago y de las grandes ciudades de Chile en general. Cuando se destruye ese brillo compacto, entre las grietas aparecieron las miserias humanas acumuladas desde la post dictadura y que fueron selladas con candado de oro durante más de treinta años. Depresión, pánico, racismo, pobreza, prostitución, delincuencia, miedo, impunidad…todas las plazas de armas del país tomadas por las almas piadosas, enfundadas en frazadas de invierno y cartones. Mujeres tristes con frío, sexo y piel de color, niñas-mujeres levitando cerca de las catedrales, niños-hombres navegando las riberas del río, hombres y mujeres bostezando pasta base, destilados caseros, cementos con piececitos de niños azulosos de frío.

Nuestra ciudad sería algo así como la síntesis de “estar mal”. Sintomática de enfermedades, dolores de espalda, cuello, menopáuseas, agotamiento no tratado, la vejez abandonada. Al caminar mi ciudad estoy viendo los vestigios de algo que alguna vez fue puro esplendor, pero que escondía tantos malestares, que estuvo por colapsar y no tuvo por dónde. Al fin lo hizo y lo expulsó por cada poro. Hoy lo vemos en cada esquina clausurada, cada estatua desgarrada, cada paso sordo sobre el cementerio que nos rodea.

Extraño ese orden, los paraderos con gente normal, los bares abiertos de noche, las prostitutas clandestinas, los perros de barrio, los gritos lejanos de niños. Lo extraño, pero al mismo tiempo se que no era real, que tenía que acabar y si lo ves todo como decadencia, tú también caerás en ella. Es lo que tenemos como ciudad por ahora, y el caos es parte de redimir, del perdón que nos debemos, que Santiago se debe.  Y caminar el centro, sí es peludo, es agobiante y temeroso, no es como antes, pero está bien que así sea, se hicieron carne los cambios ocultos para una clase social en expansión y que no resiste marcos teóricos: el nuevo pobre, el lumpen, el proletario, el flaite. Difícil de ubicar en el marco teórico del empleo precario, en la estructura productiva, en la estratificación tradicional, pues lo que cambió no es sólo el actor, sino que son los medios para sobrevivir: el concepto de trabajo enajenado, de reproducción de la vida puede estar vigente, pero poniendo su foco en otra parte: el robo, el engaño, la traición, el lucro, la desconfianza, la avaricia. No solo esos valores y principios están en un grupo pequeño de especuladores, también están el valor de los bienes de consumo y los estilos de vida que tienen mayor estatus y que el bajo pueblo (como decía mi profe Salazar) los ve como meta, como libertad de elegir, intentando igualarse al señor burgués y a la clase burguesa a través del consumo de ropa de lujo, de autos, de colegios, universidades y clínicas privadas.

Es muy improbable que pidamos “conciencia de clase” a algo de lo que ni siquiera se es consciente. Entonces el sujeto revolucionario dónde se ubica hoy por hoy, el cambio ya no pertenece a la clase explotada, más bien pertenece a una minoría sexual, a una disidencia eco feminista radical, a un defensor de los recursos naturales escasos, porque el explotado también es el pobre afectado por estos fenómenos. El poder sigue concentrado  donde mismo, pero el discurso se diversifica: los comunistas aplauden el matrimonio gay, luego de perseguir durante años a la homosexualidad. Todos podemos cambiar es cierto, pero al menos podemos hacernos la autocrítica. De la derecha conservadora mejor ni hablar, ellos nunca salieron siquiera del closet, y si lo hicieron fue por una razón meramente publicitaria ( es bien visto tener una amigo maricón).

Estoy tratando de desnudar dónde se ubican hoy por hoy las contradicciones del pueblo y veo que redunda en el seno de la clase explotada en todas sus dimensiones y no solo la del trabajo remunerado en el mercado laboral, en todo: en seguridad, violencia, acceso a la educación, a la salud y a la justicia.

Porque además por si fuera poco, les pedimos a los pobres que se enjaulen en sus poblaciones, barrios, villas, en una degradación sin precedentes le decimos que contrate una empresa de seguros, una alarma en la casa, que pague un seguro de accidentes y que al fin se proteja de las consecuencias que el propio capitalismo ha creado y que además lleva los servicios de seguridad asociados:   el paquete completo.

Ufff, vuelvo a la ciudad abandonada. ¿Qué podría haber de positivo en todo aquello?  Sólo el hecho de una vuelta de tuerca. De vernos desprovistos, desnudos y vulnerables en la ciudad, y que sólo ese hecho nos haga más humildes, nos haga vernos a la cara: suena ingenuo ya lo sé. Los incentivos no están dados por la simple caridad. Las luchas en sí son violentas, hay muertos, heridos, culpables, pero así son las luchas, porque el contendor no es un compañero del colegio, es un enemigo de toda la vida que no quiere que tu vayas a su playa privada a molestar con tu miseria.

Vernos en Santiago oscuro y pobre, nos hace recordar quiénes somos, qué es nuestra ciudad: hoy recibidora de inmigrantes con promesas de bienestar que una vez acá, nunca llegan, y al verles la cara en Plaza de Armas, te das cuenta que fueron terriblemente engañados, que el trabajo digno nunca llegó, lejos de eso, el horror de ser odiados fue mayúsculo y que esas niñas no saben lo terrible que tiene esta ciudad, y que tiene el país en general: y es que quisiéramos ser más de lo que somos, mirar en menos a nuestros países hermanos, sentirnos con una superioridad étnica y económica: un espejismo alimentado por los milicos, tan potente como nuestra alma mestiza y mapuche.

Como señalas Giddens, la modernidad también conlleva el surgimiento de nuevos riesgos en las condiciones económicas, las condiciones de vida, el poderío militar y el medio ambiente.

Difícil, pero fácil de comprender, en concreto nada permanece por que sí, y el cambio parece ser la fuerza motora de la historia, en donde nada se sostiene por mucho tiempo, y los tiempos son cada vez más cortos y lo cambios más rápidos. Lo que ayer era una moda, mañana se acaba y así con todo.

Sólo decir que estamos todos mal, que nadie soporta las deudas, los intereses, los arriendos, transporte, comida, aceite, que la vida se nos hizo precaria a todos, pareciera ser lo más igualitario que nos ha pasado el último tiempo: a todos nos tocó. Me cuesta creer que volvamos a ser los mismos, nunca lo volveremos hacer, estos dos años de cautiverio, es como las películas antiguas: el soldado vuelve destruido, sin un brazo, abatido de desventuras, y se encuentra a su hermana pequeña que apenas reconoce en la casa familiar, la abraza y pregunta por el resto: se fueron hermano, se fueron todos para siempre. Tu y yo estamos dañados, pero vivos y nunca volveremos a ser los mismos, que duda cabe.

TAGS: #ChileActual

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Comentarios

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Paulina

08 de mayo

Sí, estamos todos mal, ….y lo que vemos y sentimos que le pasa a la ciudad, no es mas que el reflejo de la procesión que llevamos por dentro individual y colectivamente…. pero también es verdad que nada es estático, nada se detiene, y que el unico otro estado posible a continuacion de esto, «es estar mejor», hasta llegar a «estar bien»….no se trata de conformismo u optimismo, sino de metafísica «el principio del péndulo» …solo que ya la dinámica parece más de «tiki taka» que de péndulo…porque es verdad «nada se sostiene por mucho tiempo, y los tiempos son cada vez más cortos y lo cambios más rápidos…», aunque agregaría que no estamos logrando cambio alguno sin un tremendo machacazo de por medio…metáfora que sólo podrán entender los coetáneos que jugaron en su infancia con tiki taka, yoyo, payaya, trompo y emboque…y si lo piensan un poco, se darán cuenta que como sociedad, y en particular los gobiernos, hemos adoptado estos patrones mentales, y seguimos siendo usuarios de este controvertido, otrora ingenuo, kit de juegos.

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