La pasada movilización estudiantil dejó huellas imborrables en los chilenos. No tan solo por los liderazgos fuertes, sino también por el compromiso y convicción de la gente, al querer vencer la desigualdad. De mala manera, los medios y algunos “especialistas” apuntaron sus flechas hacia “el lucro” o la “gratuidad” como únicas demandas sectoriales, pero por encima de todo esto, se encuentra el problema estructural que padece Chile: su enorme desigualdad.
Quizás porque los jóvenes tienen más fuerza para hacer sentir sus demandas y/o el absurdo del negociado que existe en algo tan valioso como la educación, abrieron el corazón de Chile y lo hicieron un poco más consciente. Posiblemente, la manifestación de los estudiantes será la puerta hacia una mejor democracia, que por lo pronto se ve manifiesta, en la convicción de la gente en regiones, o de diferentes gremios que intentan subsanar el gran problema de todas y todos -reitero- la desigualdad.
Dentro de la batalla por la educación pública y por el problema estructural, habrá héroes con nombre y apellido, dirigentes sin partido y con partido que guiaron un rumbo hacia un mejor país y que serán recordados por los libros de historia. Pero los héroes sin nombre, esos que no se recuerdan y que se van sin la gloria y el amor ciudadano es el caso que quiero destacar hoy. Siempre será insuficiente, pero esta columna es dedicada -con mucho respeto- a ellos, los anónimos del Liceo Manuel Barros Borgoño (A-10).
Me siento orgulloso de ser egresado de este liceo emblemático de Santiago, por sus historia desde 1902, en donde los niños pobres del barrio San Diego y sus alrededores, reunieron convicciones y fuerza para ser mejores personas, así como el albergue que significó para los inmigrantes de la Gran Guerra, cuyos ladrillos rojos que revisten la fachada los recibieron sin miramientos y con los brazos abiertos.
También me siento orgulloso por su futuro. El otro día, fui a dar una vuelta al liceo, para ver a los profesores que me formaron y sentir el calor del espíritu borgoñino nuevamente. En esa ocasión me dieron un dato que no puedo dejar pasar. Mi liceo es el número uno en repitencia del año 2011 en el país, con un 73% de sus estudiantes. Por supuesto, que ante esta descabellada idea, lo que habría que sentir es vergüenza. Pero en mi caso y en el de muchos más que lo cuentan con orgullo, esta es la viva muestra del compromiso, de la formación borgoñina y de la convicción con que estos estudiantes enfrentaron el movimiento estudiantil con todos sus bemoles.
Dentro de estos estudiantes, recordarán a Xavier Delgado, que fue entrevistado en el programa Tolerancia 0, en el que dijo estar tranquilo con su decisión de repetir, a pesar de haber obtenido puntaje nacional en historia y ser parte de cualquier universidad prestigiosa, si lo hubiese querido. Estos chicos que tuvieron la misma convicción, son mis héroes anónimos. Enfrentaron docentes, el director, una comuna y un Gobierno que los intentaron convencer con todos los métodos posibles para que pasaran de curso, pero ellos, olvidaron que detrás del suelo de nuestro liceo, hay una historia de compromiso con el país y con las injusticias sociales. Desde el aula, cuando Pedro Aguirre Cerda, dictó clases, hasta mis estimados docentes, como Macaya, San Toro, Madrid, Bravo, Beyer, y un sin fin de héroes de la educación, que trabajan insaciablemente por formar personas, no solo máquinas para dar una prueba, como sucede en muchos “prestigiosos” colegios.
Con alegría me retiré del liceo, cuando una profesora, me comentó que la matricula del año 2012, no bajó ni un punto porcentual. Los papás siguen prefiriendo la orgullosa “universidad del matadero”, como le decimos de cariño a nuestra institución. A esos papás con convicciones, a esos docentes que trabajan arduamente por formar ciudadanos conscientes y en especial a los estudiantes que a su corta edad, enfrentaron la desigualdad en la calle, en sus hogares y en su interior, a estos héroes yo les rindo un homenaje en esta pequeña y sencilla columna. Son estas personas, las que van a cambiar Chile y lograrán combatir la desigualdad que nos corroe día a día. No la clase política, no los personajes en los libros de historia, sino los héroes anónimos de San Diego 1547, esquina Pedro Lagos, en la comuna de Santiago.
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