Por paradojas del destino lo que se supone nos debiera unir, hoy nos separa. La patria, ese espacio territorial simbólico al cual un colectivo se siente ligado, ha sido tan manoseada por algunos, que otros preferimos a estas alturas apelar a la matria. Más acogedora, menos autoritaria, más aceptadora de la diversidad que el autoritario patrio.
La controversia suscitada en las últimas semanas en Coyhaique por la instalación de una monumental bandera en el mirador hacia el río homónimo da cuenta de cómo iniciativas mal impulsadas desvirtúan su objetivo original, ese que debiera ser, según señalan sus impulsores, aportar a la consolidación de un “lugar de encuentro”. Difícil la confluencia desde la imposición vertical.
En Coyhaique el concejo municipal local rechazó durante el mes de septiembre su instalación de manera más bien simbólica al no tener velas (técnicas ni monetarias) en este magno entierro. El consejo regional de Aysén, en tanto, aprobó a los pocos días más de quinientos millones para la ampliación del paseo público anfitrión del faraónico mástil. Sumados a los cerca de quinientos millones de la emblemática estructura, más de mil millones para una iniciativa bastante resistida.
Y este martes el alcalde Alejandro Huala interpuso un recurso de protección por considerar que se vulneraron derechos constitucionales con la desafectación flash del espacio de uso público en disputa, proceso en el cual el ministerio de Bienes Nacionales traspasó su administración desde el municipio al ministerio de Obras Públicas. La idea del gobierno es que la nuestra sea una réplica de la original bandera bicentenario que desde septiembre de 2010 flamea frente al palacio de La Moneda. Será una más de las 14 versiones clonadas en cada una de las capitales regionales, de 42 metros y que costarían al Estado (a todos nosotros) más de seis mil millones. La de Santiago se alza por sobre los 61 metros.
Mucho de simbolismo tiene esta controversia nacional. Mal que mal no es menor que tres concejos municipales del país (Valdivia, Coyhaique y Punta Arenas) hayan expresado su rechazo a la instalación de los emblemas por costo y ubicación, y que en Iquique, Valparaíso y Concepción exijan el cambio del lugar escogido. Toda una metáfora de la esquizoide relación que tenemos los chilenos con ese paño pintado de blanco, azul y rojo, y coronado por una estrella.
Están los que se desviven para evitarle toda mácula, mientras entregan las riquezas del país a quienes sólo anhelan su apropiación en perjuicio del pueblo que lo habita. Un breve repaso al destino que han tenido nuestras aguas, bosques, minerales y mar se hace necesario.
Gracias a la canadiense Barrick Gold y otras mineras poca nieve queda en las blancas montañas. Las termoeléctricas de la ítalo-hispana Endesa poco cielo azulado permiten ver. El mar que tranquilo nos baña está bastante contaminado por salmoneras como la chilena Los Fiordos y depredado por pesqueras connacionales como Corpesca. Y claro, el campo de flores bordado no es más que un terreno cubierto por exóticos pinos y eucaliptos gracias a las muy chilenas CMPC y Arauco. En este recuento expresamente se mezclan empresas nacionales y extrajeras, porque el capital a estas alturas no tiene bandera.
Es así que en el empeño de este gobierno de mostrar ese país unitario que pretenden construir, lideran desde arriba otra práctica muy asociada a esta visión: el autoritarismo. La imposición, la directriz sin chistar, es parte de su esencia. A contrapelo del que piense distinto, su objetivo es que esa bandera chilena flamee aunque no le guste a los propios chilenos.
Extraño es, considerando que muchas veces los sectores más neoliberales del país son quienes más defienden todo lo que huela a valores tradicionales y patrios, enclaustrados en el homenaje a la bandera, el himno nacional y la cueca, y de paso la tradición católica de élite. No por nada la vertiente ultraconservadora de los católicos chilenos, plasmada en los años 60 en la revista Fiducia, seguía los lineamientos de la organización brasileña Tradición, Familia y Propiedad. Aunque ya no existe, no nos saquemos la suerte entre gitanos, parte importante del gran empresariado nacional adscribe de una u otra forma a sus ideales.
Y están también quienes, producto de años de obligación pinochetista, ven tales símbolos como lo peor del despotismo de las clases dominantes (en ese caso, bajo amenaza de metralla). Ejemplo al margen es la visión de los pueblos originarios, muchos de cuyos integrantes no se sienten chilenos y consideran que la suya es una nación dentro de otra. Todo un debate que debe abrirse desde la concepción de que en este Chile perviven diversas miradas sobre lo que somos y seremos.
Es así que en el empeño de este gobierno de mostrar ese país unitario que pretenden construir, lideran desde arriba otra práctica muy asociada a esta visión: el autoritarismo. La imposición, la directriz sin chistar, es parte de su esencia. A contrapelo del que piense distinto, su objetivo es que esa bandera chilena flamee aunque no le guste a los propios chilenos. Todo lo contrario a la que ondea en la Plaza del Pionero, inaugurada en 2008 por el alcalde UDI David Sandoval, y que aunque a muchos nos pilló desprevenidos no generó mayor revuelo y a estas alturas ha sido aceptada como un símbolo colectivo.
Lo que debiera haber concitado unidad se convierte así en un acto de segregación, en un sinsentido, contrario a lo que debiera representar. O quizás no. A lo mejor eso mismo quieren decir: yo tengo el poder, yo impongo mis símbolos, mi sentido, porque la patria me pertenece y yo digo qué es y qué no es.
Hoy ser patriota no es defender un paño tricolor, por grande que este sea. Prefiero el patriotismo (o matriotismo) que se engalana protegiendo el territorio y su gente, no sólo de la ocupación sino de quienes pretenden que deje de ser el vivo atril donde se compone la armoniosa melodía que es el vivir en comunidad. Esa comunidad hoy pisoteada por un erróneo sentido de la autoridad.
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WALTER MARAMBIO
MUY BUEN ARTICULO FELICIDADES
Enzo Molina Biondi
Ke lindas palabras, pero desgraciadamente vacias
…hubo mucha sangre derramada, por lo ke mas kieras, ke no sea en vano, los ke miramos desde el living los sucesos, no tenemos derecho a opinar, ni menos a otorgar perdón u olvido. La sangre me hierve ahora, cuando escucho a jóvenes opinar tan livianamente de los hechos ke le costaron la vida a un grande.
Salvador siempre serà tu nombre mi norte y los estigmas ke soportaste como macho, son un fiel reflejo de cómo es nuestra sociedad. Hoy nos enceguece el futbol, mañana la farándula y nunca faltarà algo ke distraiga nuestro focus. Y seguimos discutiendo sobre Bachelet y Piñera, pero seguimos siendo títeres del sistema. …CHILENO, DESPIERTA, HAY UN MUNDO ACÁ AFUERA Y ES TODO TODO TUYO, DEJA DE VEGETAR Y KEJARTE.
Amigo, tu patria es la humanidad, y no unas lindas palabras acerca de ese atril tricolor, ademas es muy facil vanagloriarse con un pabellón patrio.
nelson padilla axt
Nadie va a decir nada? Recuerdo los mejores tiempos del caballero, tal como dice Patricio «símbolos patrios», símbolos de qué? eso «somos» los chilenos? un gran paño de color basureado hasta el cansancio? Somos más patriotas porque la bandera es más grande? O sea, el tamaño sí importa? Me recuerda el himno nacional «completo» cantado en formación militar fuera del liceo fiscal. Hemos retrocedido cuarenta años, o nunca hemos salido de ahí?