La vida cotidiana en el siglo XXI occidental está llena de situaciones agradables y desagradables. Desde que salimos de casa y vamos a nuestros lugares de trabajo o estudio y viceversa, pasamos por un sinfín de momentos que forman parte del quehacer del ser humano. En lo personal, una cuestión que me preocupa es nuestro egoísmo, poca empatía y falta de sentido común -ya ni siquiera de respeto o valores éticos y morales- en, por ejemplo, lo relacionado al trato, que reciben las personas más viejas, gente con alguna dificultad física o mental, y madres o padres que estén con sus niños y niñas junto con el coche o carrito para ellos en el transporte público o en cualquier lugar de uso colectivo, sea un bar, restaurantes, cines, museos, en fin.
Llama la atención el trato hacia los/as más viejos, que casi tienen que pedir misericordia para que un alma de buena voluntad les permita sentarse y tener un trayecto más agradable, con todas las disfuncionalidades y pésimas condiciones en las que se encuentran los buses del Transantiago.
Me resulta impactante que a vista y paciencia de todos y todas los que usamos estos espacios, cuando llega alguien con las características que antes mencionaba; por ejemplo en la micro, poca gente es capaz de levantarse o confirmar si requieren ayuda, si prefieren estar sentados/as, si necesitan de un espacio más grande para colocar una silla de ruedas o el carrito de los niños/as, etc. Llama la atención el trato hacia los/as más viejos, que casi tienen que pedir misericordia para que un alma de buena voluntad les permita sentarse y tener un trayecto más agradable, con todas las disfuncionalidades y pésimas condiciones en las que se encuentran los buses del Transantiago. No sé cómo se vivirá el asunto en las regiones de Chile, ojalá que no de manera tan despiadada como en la capital. También es inaceptable que los/as jóvenes -que son las personas que deberíamos tener más energía y ganas-, seamos los/as con menor iniciativa para ayudar a estas personas. Con la típica actitud de cabeza gacha, mirando a otro lado o fingiendo estar dormido/a. Es un acto de pereza, inaceptable, particularmente a la juventud.
Yo vivo en España, pero estuve en Santiago de Chile una parte importante de mi vida. Y, para mi decepción, aquí se repite el mismo fenómeno de falta de humanidad, siendo el viejo continente muchas veces, en el imaginario colectivo, una referencia de cultura, Estados del bienestar y progreso social. Pues bien, al parecer la condición humana es la misma en todas partes, más con un sistema que solo promueve el egoísmo e individualismo exacerbado.
Yo lo sufro a diario con mi hija pequeña de casi 5 meses, cuando salimos a pasear, tengo que andar pidiendo por favor que se hagan a un lado para colocar su carrito donde corresponde y sentarme con ella, para no caerme mientras el bus va en movimiento. Lo mismo ocurre con su madre y seguro esto es algo de todos los días para millones de personas en el mundo. Momentos así, como tantos otros, nos hacen preguntarnos a nosotros/as dónde está lo que se supone tenemos: nuestra humanidad, de ser solidarios/as entre todos/as, ayudarnos, etc.
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