La manipulación de la psique no es un fenómeno nuevo, su vetusto ejercicio nació con la propia humanidad. Desde la representación simbólica (pictografías, tótems y mandalas), hasta las secuencias sonoras y signos gráficos (palabra, letra, lenguaje), la psique humana es el terreno donde todo sucede. Su desarrollo o deterioro sigue siendo el tema principal de la filosofía, la mitología o la religión; así como su manipulación es el caldo de cultivo preferido de la política y de los ordenamientos sociales impuestos. Explicar el fenómeno de la psique es el objeto de estudio de la psicología que, una
vez separada de la filosofía, ha pretendido constituirse en ciencia. Sin embargo le ocurre lo que a otras disciplinas que, partiendo de un universo meramente humano y subjetivo -o construido artificialmente de acuerdo a estructuras determinadas de convivencia humana-, han intentado adoptar los métodos de las ciencias experimentales y exactas, fracasando, en mayor o menor grado, al exceder sus propios ámbitos y sus naturales e intrínsecos límites. Eso nos ha llevado a errores tales como considerar a las premisas del psicoanálisis Freudiano como irrebatibles, o a los mecanismos del sistema económico de libre mercado como inercias naturales, inevitables y evolutivas. Decía Sartre que la psicología tendría que convertirse en una especie de antropología si quería describir algo más que las funciones externas de la mente, es decir, si quería ir más allá de su relación con el mundo de los fenómenos. René Guénon, por su parte, mencionaba: “La Psicología se ocupa de la consciencia fenoménica, es decir, de la consciencia considerada exclusivamente en relación con los fenómenos. No puede buscar, ni lo pretende, la naturaleza de esta consciencia”. Dando por válidas estas premisas podemos comprender el porqué la psicología en su ámbito estrictamente conductual se convirtió en un negocio apetitoso y lucrativo en la actual época del consumo masivo y de la cosificación del ser humano.El ser humano dividido dentro de sí es más fácilmente manipulado y controlado, al tiempo que cae mayormente en la desesperación, dando pie a nuevas maneras de generar dinero, o de mercantilizar la propia desesperanza
Fue en el año 1927 cuando, curiosamente, un sobrino de Sigmund Freud, Edward Bernays, inauguró con su obra Propaganda la ideología moderna del ente humano considerado como sujeto y objeto de consumo, y dio al fenómeno de la manipulación de la conducta y de las ideas la base de su ulterior transformación en una industria. La psicología en su aspecto más utilitario, es decir conductual, se puso entonces al servicio de las relaciones públicas, y la hoy conocida como “mercadotecnia”, que no es otra cosa que la teorización de la venta a escala global mediante la argucia y el engaño, dio sus primeros pasos en su afirmación y consolidación como arquetipo conductor de masas. El vender en todas sus formas devino de medio a fin exclusivo y hegemónico (social, económico o político) y, como diría Simone Weil, cuando eso sucede, cuando los medios se confunden con los fines, se está próximo a la total decadencia de una sociedad y de los factores de convivencia que sirven a ésta.
Una vez que el universo interior del ser humano se exterioriza, y todo aquello que escape a los marcos de referencia aceptados como conductas deseadas es censurado y estigmatizado como inadaptación, ocurre una ruptura en la psique del ser, dando como resultado el conflicto interior o la neurosis, como bien lo expresara Erich Fromm. El ser humano dividido dentro de sí es más fácilmente manipulado y controlado, al tiempo que cae mayormente en la desesperación, dando pie a nuevas maneras de generar dinero, o de mercantilizar la propia desesperanza. La literatura de la auto-ayuda dio paso al misticismo de consumo rápido (modos “zen” de vida en unos cuantos pasos, o el yoga como mero ejercicio corporal) y posteriormente al Coaching, lo que trajo consigo la banalización y el reduccionismo de los fenómenos complejos que se originan en la mente y el comportamiento humano, convirtiendo al exceso de simplificación, que es un vicio del intelecto, en paradigma de lo socialmente aceptado, y que tiene la característica de eximirse a sí mismo de cualquier posible cuestionamiento de su propia validez.
El nuevo modelo es vender y venderse, pues el mundo es un mercado y el consumo es la lógica misma de la existencia y la medida de todas las cosas. De esta manera lo mismo puede venderse un servicio, una personalidad o un sentimiento. Las mujeres y los hombres deben venderse bien, y mutuamente entre sí, para encajar en sus ambientes laborales o sentimentales construidos, ya que la lógica de la empresa lo trasmuta y lo abarca todo, sin importar lo chocante y antinatural que resulte para la interioridad de los individuos el tener que someter todos los aspectos de su vida a una especie de trascendental corporación. Los nuevos gendarmes y censores de lo deseable adoptarán la comprensible y confiable apariencia del terapeuta profesional o del agente de relaciones públicas y ambos, cada uno a su manera pero sin exceder la uniformidad en sus contenidos, tendrán las recetas y los procedimientos adecuados para encaminar, con total convicción, a todos aquellos que se han salido del aprisco o el redil, al derrotero que conduce a la felicidad y al éxito. Sin embargo es la realidad objetiva -esa eterna aguafiestas- quien se encargará de desmentir las ficciones y los excesos de las elucubraciones temporales y hegemónicas al mostrarnos de manera porfiada la decadencia, la distorsión y la locura que impregnan las relaciones que tienen los seres humanos entre sí, dentro de sí, y con la naturaleza.
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