La infancia como concepto es bastante nuevo. En buena parte se lo debemos a los procesos de transformación social de los siglos XIX y XX en Chile. Fue un proceso de emergencia y posicionamiento y lucha de diferentes capas sociales. Entre esas capas en acomodación constante, tan propias de nuestra naturaleza telúrica, aparece en el imaginario del Estado de Chile la figura del niño.
Aparece primero desde los procesos e instituciones orientados a la disminución de la muerte infantil de principios del siglo XIX, para ir avanzando en la regulación del trabajo y la mendicidad, y la vagancia a mediados y fines de la misma centuria. Con la llegada del siglo XX, surge la noción de la educación primaria universal y el ascenso siempre inconstante de una mejora de las condiciones materiales de un ser objeto de derecho.
Sólo en los últimos lustros el niño y la niña pasan a ser sujetos de derechos y con ello portadores (por ser quienes son y no por lo que llegarán a ser) de derechos sociales más allá de la satisfacción de alimento y cobijo.La soledad que afecta a nuestros niños es la ausencia del placer del encuentro con el otro. Lo que está afectando como pandemia es la ausencia de espacios relacionales y físicos donde se puede dar el afecto genuino
Sin embargo, aun cuando no logra cuajar la idea de que los niños son seres humanos con derechos y ciudadanos que habitan y viven en un territorio, ya han ido surgiendo nuevos desafíos asociados a la infancia y específicamente a la relación que nosotros los adultos establecemos con ellos.
En diferentes foros de profesionales, simposios y congresos se está escuchando con mayor fuerza un diagnóstico común, el cual todavía no tiene un nombre pero se le llama “epidemia de soledad infantil”, la cual emerge desde jornadas laborales extensas que dejan poca capacidad para ser padres y madres, de jornadas escolares extenuante y desde la hiperconexión que nos hace ciudadanos del mundo y a la vez no estar en ninguna parte.
La soledad que afecta a nuestros niños es la ausencia del placer del encuentro con el otro. Lo que está afectando como pandemia es la ausencia de espacios relacionales y físicos donde se puede dar el afecto genuino; donde la mirada se posa realmente sobre la mirada del otro y se reconocen como familia. Así también, el espacio centrado en el cuidado y el juego se pierde. Nuestros niños se están enfermando como adultos, están viendo el mundo como adultos (gracias a la tecnología sin supervisión). Y la soledad -una enfermedad de adultos- está llegando a sus vidas.
Es el momento de reflexionar respecto de cuan solos están de afectos y de contacto humano nuestros niños y niñas. Es el tiempo de despertar y mirarlos para acompañarlos en una etapa que debería ser bella y plena, donde la soledad nunca llega.
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