Es cierto que el Covid-19 cambió nuestra forma de vivir. Desplazamientos, reuniones, trabajo, esparcimiento, y hasta como vestimos, entre muchos otros aspectos. Pero hay algo que surgió con fuerza, y que ha dado, estabilidad por un lado, y ha sacado a relucir la precarización del trabajo, por otro. Me refiero, a los repartidores o delivery riders, para los más pomposos, yo los llamo «cabezas negras».
Los llamo así, por una razón muy simple, que no se malentienda. Son en su mayoría extranjeros, provenientes de diversos países de América Latina -también hay chilenos, según pude constatar, haciendo lo que los sociólogos llaman, investigación participante- que llegaron al país, en busca de mejores oportunidades, y de un futuro más promisorio, y que para bien o para mal, hasta antes de la pandemia, Chile les ofrecía lo que buscaban, una vida tranquila y sin apuros.
Las aplicaciones móviles de delivery se han posicionado como unas de las herramientas más eficaces para las empresas, dando trabajo a miles de personas, y acercando diversos productos a los clientes.En algunas ciudades del mundo, California por ejemplo, los trabajadores de las compañías de reparto, están contemplados por la ley como asalariados, formando parte de las plantillas de sus respectivas empresas, tienen seguros, y se cumple con la legislación.
Los delivery, han cobrado principal relevancia en el contexto de la pandemia, y en nuestro país no han sido la excepción, convirtiéndose en una ayuda y alternativa para abastecerse de productos de todo tipo, así como para respetar de manera efectiva las medidas de aislamiento como las cuarentenas. Hay en esa labor, por cierto, un sin fin de precariedades, que es de esperar, se legislen pronto, para otorgar mayor bienestar y tranquilidad a quienes la realizan.
Lo anterior, es un flanco abierto que tiene la industria y los gobiernos, y es el que más polémica ha traído al sector, por el modelo laboral «abusivo», que muchas empresas aplican con los ‘riders’.
En algunas ciudades del mundo, los trabajadores de las compañías de reparto, están contemplados por la ley como asalariados, formando parte de las plantillas de sus respectivas empresas, tienen seguros, y se cumple con la legislación. Esta medida, fue implementada en California por ejemplo, donde una de las apps más famosa, amenaza con marcharse, debido al impacto que le supondría la norma. Así las cosas, se busca regulurizar el sector, y controlar la informalidad.
El último año, viví en Dublín, Irlanda, donde el delivery también es moda, sobre todo entre los extranjeros. El país es pequeño, con un buen nivel de vida, pero con precios elevados, en renta, transporte y entretención, pero asequible en comida y vestimenta por ejemplo.
Lo anterior, lo menciono para situar el contexto. En aquel país, trabajo para los locales hay, y bien pagado. Para los estudiantes extranjeros también. No son los mejores del mundo, pero te permiten vivir sin apremios, sabía que ese no sería mi eterno presente, así que trabajé sin problemas en lo que salía. El que quiere trabajar y tiene los papeles en regla, puede hacerlo, y sin papeles también. Conocí a muchos que lo hacían «en negro», es decir, rompiendo la ley y arriesgando penas que partían en el pago de altas multas, hasta la deportación, como pasa en cualquier país con normas y políticas claras.
Trabajé de garzón, limpiando casas y oficinas, y repartiendo comida. Hice de todo, pero siendo un «rider del delivery», es cuando sientes el peso de las miradas. En ese país, donde los cabellos rubios y anaranjados son los que predominan, al igual que las pieles blancas, la mayoría de los ciclistas con mochila en la espalda, éramos «los riders cabezas negras», unos tipos «raros» que resaltabamos entre la multitud. En Chile, esos ciclistas transitan en masa por las calles de las diferentes comunas, y no pasan desapercibidos, por eso, cada vez que los veo, empatizo con ellos, y no puedo olvidar mis recorridos con mochila por las calles de Dublín, y recordar, que también fui un «rider cabeza negra».
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