Un partido de fútbol debiese ser eso, un partido de fútbol. Todos quienes amamos este deporte entendemos que despierta pasiones, broncas arraigadas, frustraciones y deseos de revancha. El fútbol es sentimiento y visceralidad, pero es fútbol, y debe seguir siendo fútbol. Como dijo el Diego, «La pelota no se mancha».
De acuerdo a informaciones que han acabado con una denuncia en Fiscalía, la pelota sí se manchó durante un partido en el Estadio Palestino, entre el conjunto local y el del Estadio Israelita. No era la primera vez que árabes y judíos chilenos se medían deportivamente, sin embargo nunca una gresca ocurrida en una de esas instancias había sido tan vergonzosa como para trascender a la prensa.
Las versiones de las partes son contradictorias. Lo que se sabe con certeza es que hubo invasión de cancha, fuertes insultos entre rivales y entre las hinchadas, y que los dos equipos increparon duramente al cuerpo arbitral. Lo que se sabe también es que hace rato la convivencia entre las colectividades judía y palestina (y árabe en general) se ha enrarecido.
Que en un partido de fútbol se le grite a alguien que sus abuelos «murieron en el horno» (en referencia a la Shoá, el Holocausto nazi), no solo contradice de frentón las normas FIFA (a Chile se le ha sancionado por mucho menos), sino que evidencia cómo algunos sectores radicalizados y malintencionados han logrado plantar en las nuevas generaciones la semilla de odios añejos basados en prejuicios.
Que en las paredes del Estadio Palestino aparezcan rayados hablando de «árabes terroristas», es un hecho insólito, que además de ser investigado en tribunales, debe hacernos reflexionar sobre cómo hay personas tan ignorantes que piensan que continuar con una escalada de violencia puede ser positivo.
No hablaré aquí sobre el fondo del problema, primero porque el conflicto árabe – israelí es un tema complejo sobre el cual existe gente mucho más capacitada que yo para exponer. Segundo, porque la mayoría de quienes leerán esto ya tienen una opinión formada al respecto y yo no voy a cambiarla.
De lo que sí quiero hablar es de cómo durante largos años en Chile hubo una convivencia ejemplar entre judíos y árabes. Yo mismo, a pesar de no participar en ninguna sinagoga ni ser un miembro activo de la Comunidad Judía chilena, estoy muy orgulloso de las gotas de sangre hebrea que llevo en mis venas, y me siento identificado con la cultura judía. Nunca he escondido aquello, al contrario, y aun así durante años nunca tuve problemas con los descendientes árabes.
Una de mis mejores amigas de la infancia, con quien hasta hoy me relaciono, es bisnieta de sirios cristianos. Mi abuelastra, una católica de origen judío que de pequeño me decía que «Tierra Santa es de los judíos», me llevaba los domingos por la tarde a casa de sus amigas en Lautaro, unas jordanas ortodoxas cuya familia estaba relacionada con la Casa Real de aquel país. Nunca escuché discusiones, mucho menos insultos, a raíz del conflicto. Había respeto en la diferencia, y mientras yo me maravillaba con las fotos en blanco y negro de serios y barbones popes, y con los narguiles y los preciosos íconos de Jesucristo, María y los santos, los adultos bebían café turco y arak riendo.
"Había respeto en la diferencia, y mientras yo me maravillaba con las fotos en blanco y negro de serios y barbones popes, y con los narguiles y los preciosos íconos de Jesucristo, María y los santos, los adultos bebían café turco y arak riendo."
Otra de mis amigas de infancia es igualmente descendiente árabe, en su caso de palestinos de Belén. De pequeño me la pasaba en su casa, y su mamá es una de las apoderadas de mi colegio que más cariño me guarda, y a quien a su vez más cariño yo profeso.
Incluso mi gran amor de juventud, esa novia de colegio que uno nunca olvida, era descendiente de palestinos llegados a Villarrica. Si aquella relación no prosperó, no fue porque yo defendiera la existencia del Estado de Israel mientras ella estaba orgullosa de su identidad árabe. Jamás fue tema. Y no porque no lo discutiéramos, sino porque había respeto.
Conozco de cerca historias de judíos y árabes que decidieron emigrar a América huyendo de la discriminación, las guerras y el odio. Sé que el deseo de aquellos no era heredar a sus hijos los prejuicios y rencores. Su deseo no era importar la división.
Mientras en otros países instituciones árabes y judías han decidido comenzar a trabajar juntas en pos de la coexistencia, y de entregar posibles soluciones para lo que ocurre en Israel y Palestina, aquí lamentablemente se ha tomado otro camino, debido a visiones político ideológicas más cercanas a los extremos nocivos que a las vertientes moderadas que permiten el diálogo y el encuentro.
Chile podría ser una luz de esperanza en la búsqueda de soluciones para este conflicto, pero hoy por desgracia más parece encaminado a ser un nuevo campo de batalla, donde no se lucha con armas, pero sí con insultos, discriminación, palabras y hechos hirientes y fatuos que de nada sirven.
Israel seguirá existiendo como estado y patria del Pueblo Judío, y los palestinos también seguirán teniendo derecho a un Estado independiente propio. Por muchos golpes y puteadas que ambas colectividades se den en una cancha chilena.
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