La pandemia fragiliza las estructuras de amparo provistas por la técnica, no al punto que pudieran hacernos dudar de su eficacia y necesidad, pero si a revisar algunas de sus orientaciones, aplicando criterios de asignación de recursos que se van cambiando aceleradamente.
Los próximos años presentarán escenarios con prioridades distintas. Dichas indicaciones pueden ser escuchadas y atendidas desde distintos ángulos y énfasis diferentes, pero se abrirá espacio para una obligada revalorización de los principales objetivos y reasignar los recursos disponibles. Estos cambios tomarán en consideración los recursos estratégicos, el trabajo, el conocimiento, la tecnología, los recursos naturales y la energía, gatillando transformaciones en múltiples ámbitos, a escala global, por regiones y países.
Es posible que se destaque y adquiera mayor relevancia la calidad de la democracia y la mejora en las estructuras sociopolíticas con vistas a reducir las desigualdades, mejorando la calidad de vida de los sectores más vulnerables, reduciendo el consumo suntuario y los abultados excedentes de los más ricos. La crisis resalta la importancia estratégica de estas desigualdades demostrando la dependencia interpersonal y los impactos transfronterizos de estos desequilibrios.La lucha económica a nivel global y local revela que la economía más allá de las estridencias del conflicto se ha transformado en asunto estratégico y de supervivencia
Se hace evidente que quedarse atrás, marginado de los centros de poder y de mayor desarrollo ya no es sólo cuestión ética, sociopolítica o económica. La pandemia demuestra que esta condición entraña una fragilidad estructural que puede llegar a proyectar sus efectos más allá de lo local, contaminando a sus vecinos, fragilizando la región y abriendo flancos de eventuales riesgos para toda la humanidad.
La generación, el patrimonio, la utilización de los recursos y las cuestiones claves de su distribución adquieren nuevas determinaciones. La pandemia obliga a cuestionar la economía a mayor profundidad.
La lucha económica a nivel global y local revela que la economía más allá de las estridencias del conflicto se ha transformado en asunto estratégico y de supervivencia. No sólo determina la salud y seguridad individual, grupal o de países, sino que ha llegado a alcanzar el nivel más alto, el nivel existencial, la supervivencia misma de la humanidad.
La civilización global es un hecho, una realidad, donde la fortaleza o debilidad de sus eslabones condicionan la salud, la seguridad, la vida y la supervivencia de algunos, de muchos o de todos. Esta contigüidad y continuidad es real y objetiva, aunque subjetivamente no se reconozca. Es cuestión de tiempo que llegue a este nivel de conciencia, que se haga masivo y sus efectos se hagan carne en la esfera real.
A diferencia de los griegos que llamaron economía a “la administración de la casa”, ya es hora de ampliar su alcance entendiéndola como “ciencia de administración de la tierra – hábitat de la humanidad”, o más directamente dados los últimos sucesos, “ciencia de supervivencia de la humanidad”.
Cada día que pasa hay mayor evidencia que sobrevivir constituye una auténtica hazaña. La pandemia del coronavirus es una señal inequívoca e inevitable, una gran lección de este último “gran maestro” de la vida.
El calentamiento global puede llegar a ser aún más elocuente. Aunque su solución sea menos urgente que la pandemia en este momento, es un problema más global, de raíces más profundas, de efectos más catastróficos y más difícil de sortear o resolver por el camino que vamos.
La ciencia económica que se requiere está bastante lejos de lo que se usa en todas partes. Constituye un claro indicador de atraso científico, signo de los tiempos, cuando enfrentamos alertas y situaciones de alto riesgo que banalizamos, aunque cuestionan en profundidad nuestra continuidad como especie. Pongamos a la hora nuestros relojes vitales. El atraso puede sernos fatal.
Comentarios