En principio nos podríamos preguntar, qué tienen en común la educación pre-escolar y la salud mental y no encontrar mayores relaciones. No obstante, si las observamos bajo el prisma de la política pública, a medida que revisamos antecedentes bastante generales, es evidente que hay al menos una coincidencia, la orfandad en la que conviven en sus respectivos sectores, una especie de parientes pobres que ha sido mirado en menos históricamente.
Los últimos años hemos sido testigos de cómo diversos actores del espectro político, académico y social han relevado la importancia de la educación pre-escolar, como la cuna de formación de los niños y niñas de Chile, período en el cual se decide buena parte de su desarrollo. Incluso el Presidente Piñera durante el último discurso del 21 de Mayo anunció la reforma constitucional que establece el kínder como obligatorio. Sin embargo, la evidencia muestra que las educadoras de párvulo son las peores pagadas en comparación a cualquier otra pedagogía, que la cobertura en educación pre-escolar es cercana al 43%, lo cual contrasta con el promedio de la OCDE superior al 70%, y con la cobertura casi universal de la educación escolar. Esto es una forma de revelar la importancia que se le asigna a este segmento en la política pública nacional, donde si bien se ha mejorado falta mucho aún por avanzar y es más, por focalizar.
Por otro lado, Chile junto a Corea del Sur destacan por ser los países de la OCDE donde ha aumentado mayormente la tasa de suicidio (en torno al 55% de incremento y la segunda causa de muerte entre 20 y 44 años de edad). Además, Santiago lidera en la presencia de trastornos ansiosos y depresivos de las capitales a nivel mundial, las licencias médicas por trastornos de este tipo a partir del año 2006, ocupan el segundo lugar de prevalencia con un peak el año 2008 donde ocuparon el primer lugar, así como la presencia de estas patologías en el plan AUGE son cercanas al 5%, mientras que su prevalencia supera con facilidad el 20%. Respecto al gasto público en salud, Chile dentro de los países OCDE es uno de los que menos recursos destinan a la salud mental. En efecto, se releva la poca importancia que se le entrega a este sector de la salud, en contraste con la relevancia que tienen estas patologías en la sociedad chilena.
Otro factor en común es que dentro de sus respectivos sectores, los profesionales que se desempeñan en estas áreas tienden a ser mirados en menos. Comentarios del tipo «las educadoras de párvulo juegan con los niños, o los cuidan para que los papas trabajen, mientras que nosotros les enseñamos a leer», o bien, «los psiquiatras parece que no son médicos, para que estudiar 7 años para andar escuchando los problemas de las personas y los psicólogos ni hablar, no pueden ni medicar ¿de qué sirven?» Guste o no estos son comentarios que he podido escuchar de profesionales de la educación y del área de la salud. Nadie puede discutir la relevancia de un profesor de educación básica o media ni tampoco del crítico trabajo de un cirujano, un traumatólogo o un pediatra, pero estas declaraciones le hacen un flaco favor al mismo sector al que pertenecen y demuestran una ignorancia importante.
Si miramos la función de ambas áreas nos damos cuenta que se encuentran en la base de ambos sectores. Si nuestros niños y niñas no tienen una buena formación en sus primeros años de vida, se condiciona todo lo que sigue, la educación escolar, media y la potencial superior, técnico profesional, artística o simplemente su desarrollo como persona, como ser independiente preparado para la vida. Un paciente con una salud mental adecuada claramente puede enfrentar otra patología de mejor manera y responder a un tratamiento de buena forma, es más, muchas de las enfermedades existentes se gatillan o se asocian a problemas asociados a la salud mental de las personas.
Este es un llamado a quienes toman decisiones, para que lo hagan responsablemente, con el fin de mejorar el bienestar de las personas de nuestro país, destinar los recursos escasos que rezan los economistas de manera eficiente y no donde tenga mayores réditos comunicacionales y políticos como se acostumbra hoy en día y a relevar las importancia de los profesionales que se desempeñan en éstas áreas miradas en menos, pero que son críticas para tener un mejor país y que no merecen, ni pueden seguir siendo el pariente pobre de sus sectores.
Desde el punto de vista de la política pública, estas áreas debieran ser prioritarias en la asignación de recursos, no solo mirando a sus respectivos sectores, sino que también analizando como afectan el empleo, la economía y en definitiva en el desarrollo del país. Un trabajador que no recibió una buena educación preescolar probablemente tenga una menor calificación, sea menos productivo y tenga menores herramientas para la vida. Un trabajador con problemas de salud mental rendirá menos en su actividad y probablemente requiera licencia lo cual afecta a la persona, al empleador, la economía y al país.
En efecto, a partir de los antecedentes descritos surgen algunas preguntas relevantes, ¿de qué sirve una política pro-empleo o de mejora en las remuneraciones sino me preocupo antes de su salud mental?, ¿Qué es más efectivo, destinar recursos a la educación superior o a la educación pre-escolar? Curiosamente en ambos casos se opta por el empleo y la educación superior, porque es más visible, los índices de empleo mejoran y los estudiantes pueden manifestarse para exigir sus legítimas demandas. No obstante, el foco es equivocado y la asignación ineficiente.
Este es un llamado a quienes toman decisiones, para que lo hagan responsablemente, con el fin de mejorar el bienestar de las personas de nuestro país, destinar los recursos escasos que rezan los economistas de manera eficiente y no donde tenga mayores réditos comunicacionales y políticos como se acostumbra hoy en día y a relevar las importancia de los profesionales que se desempeñan en éstas áreas miradas en menos, pero que son críticas para tener un mejor país y que no merecen, ni pueden seguir siendo el pariente pobre de sus sectores.
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