Si queremos encontrar una solución al conflicto mapuche deberíamos partir por entender que el reconocimiento de la identidad de una comunidad es un tema de justicia y que negarse a reconocer esa identidad y esos derechos es una forma de opresión.
El ideal liberal que establece la primacía del bien individual por sobre el bien colectivo está tan asentado en nuestro inconsciente que a muchos les cuesta (si es que no se les hace imposible) imaginar o entender que existen otras formas de ver el mundo, las personas y las sociedades.
Esta poca capacidad de entender e imaginar es lo que impide que se le haga justica al conflicto que se vive en el territorio mapuche. Para la gran mayoría de los chilenos (en especial aquellos que se mueven en los centros de poder) el bien individual está planteado como una verdad absoluta e incuestionable. Esta asumida verdad tiene consecuencias concretas. La primera y la más importante de estas consecuencias es que se entiende que sólo un individuo puede ser sujeto de justicia o injusticia. Por eso, que le roben la casa a un persona (o una familia) es siempre entendido como un crimen (lo que, en todo caso, es cierto).Pero por otro lado, si a una comunidad entera también se le roba su casa (por ejemplo, colonizando sus tierras) entonces existe cierta reticencia de calificar dicho acto como un crimen. ¿Quién exactamente es la víctima? ¿A quién se compensa? ¿A nombre de quién está “inscrita” la tierra? ¿Quién es el dueño? Dado este paradigma liberal, los individuos casi siempre salen favorecidos en desmedro de las comunidades.
Por eso muchos se escandalizaron con el asesinato de la familia Luchsinger, pero pocos se escandalizan con el asesinato psicológico y espiritual de la que es víctima toda la comunidad mapuche. En el primer caso, las víctimas tienen nombre y apellido. Son claramente identificables. En el segundo caso, la víctima es un ente abstracto, lo que hace difícil empatizar.
Lidiar con derechos comunitarios es difícil y representa un verdadero desafío para el ideario liberal. No es que no se puedan encontrar soluciones (que sí se pueden encontrar). Es sólo que para encontrar esas soluciones se requiere la capacidad de pensar bajo otro paradigma. Y para esto se necesita imaginación y una disposición para dejar de lado los propios paradigmas. Reconocer la importancia de las comunidades y reconocer sus derechos colectivos es un requisito indispensable para la visualización de soluciones justas al conflicto Mapuche.
Charles Taylor en su ensayo “La política del reconocimiento” nos dijo que “nuestra identidad se moldea en parte por el reconocimiento o por la falta de este” y que el falso reconocimiento es una forma de opresión.
Si queremos encontrar una solución al conflicto mapuche deberíamos partir por entender que el reconocimiento de la identidad de una comunidad es un tema de justicia y que negarse a reconocer esa identidad y esos derechos es una forma de opresión.
También hay que reconocer que ellos son víctimas, no sólo de daños materiales (cómo la usurpación de sus tierras) sino de un constante y permanente falso reconocimiento. No se les reconocen sus derechos como comunidad. Nos cuesta reconocer que ellos no buscan revindicar derechos individuales (“mi” casa, “mi” tierra) sino que buscan revindicar derechos comunitarios (nuestra casa, nuestras tierras). Entonces como nadie los escucha ni los entiende, se sienten marginados y olvidados, por lo que acuden a medidas extremas para que los escuchen.
Por ser una sociedad cristiana que, en teoría, eleva la importancia del espíritu por sobre el cuerpo físico, es paradójico ver cómo es justamente a la salud del espíritu la que menos importancia se le da. Como sociedad es muy poco lo que cultivamos y cuidamos nuestro bienestar interior. A pesar de que se reconoce que la violencia psicológica es tanto o más peligrosa que la violencia física, persiste la idea de minimizar la agresión psicológica. Menospreciar una persona, faltarle el respeto, menoscabar su dignidad, hacer que se sientan como seres inferiores, no reconocer sus derechos ni su valor son maneras de hacer desaparecer a las personas; de negarlas; de matarlas. Si usted sólo se escandaliza cuándo, por ejemplo, le pegan a una mujer pero no se molesta mayormente cuándo la menoscaban como persona, entonces es usted el que debe revisar sus valores. Los que creen en la primacía del mundo espiritual por sobre el mundo material han de preguntarse, entonces, por qué no se escandalizan con la violencia ejercida hacia el espíritu mapuche y en cambio sí se escandalizan con la violencia física cuándo la víctima es una familia determinada.
Esto es lo que, en otras columnas, he llamado violencia psicosocial. Una violencia psicológica dirigida hacia la sociedad (en este caso dirigida hacia la comunidad mapuche) con el fin de manipularlos y desempoderarlos. Y esta violencia es tanto o más escandalosa que la violencia física. Así como a la luz del asesinato de los Luchsinger muchos se escandalizaron y dijeron “basta” de terrorismo, también es hora de escandalizarse con igual fuerza y decir “basta” de opresión psicológica al pueblo mapuche. Cuando reconozcamos la dignidad del pueblo mapuche en tanto comunidad, estaremos dando el primer paso hacia una solución justa.
* Columna publicada originalmente en Cambio 21
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Foto: Felipe Durán
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