La superación de la pobreza, más que una intención real, a estas alturas suena a jingle publicitario. Igual que las eternas campañas para terminar con el hambre en África. Todos queremos simpatizar a las masas. Y las masas, por definición, son más pobres que las élites. Si no el mundo no sería lo que es.
A raíz de la emotiva e impactante conferencia dada por Benito Baranda, en medio del fuego cruzado por los resultados de la CASEN, cabe preguntarse por qué, si todos los gobiernos dicen haberse preocupado del tema, nadie ha solucionado siquiera en parte, el problema de la pobreza.
Y es que seamos sinceros: la pobreza sirve. Sirve a las esferas de poder, porque para tener clientes siempre ávidos, fans fáciles de convencer y baratos de comprar (léase Chocmans, bonos, o material de construcción dado en las munis) es necesario que ellos se mantengan en una situación de necesidad básica. Para los que manejan el país, es necesario que los pobres sigan siendo pobres.
Pero eso no es todo. La pobreza es bella sólo para los turistas de países desarrollados, quienes ven en un niño sin zapatos pidiendo pan, o un anciano recolectando cosas de la basura, una belleza fotográfica. Para nosotros, los chilenos, la mayoría de los cuales hemos vivido cerca de la pobreza y hemos conocido la escasez, la pobreza es más bien fea. Horrible, poco acogedora, sufriente, sola, despreciada. Por ello, qué mejor que ocultarla, ponerla lejos de la vista, que no se mezcle con nosotros, que no se nos peguen los piojos, que no vayan a pensar que ellos se nos parecen en algo. Todo ello deviene en ciudades cada vez más segmentadas, barrios que son verdaderos ghettos y realidades tan dispares, que una persona de Vitacura con una de Puente Alto, viven, casi literalmente, en países diferentes. Parece que habría algo de cierto en el materialismo dialéctico, en que la experiencia vital va transformando a los hombres en seres diferentes, con ralidades que casi no dialogan. Ello no justifica para nada todas las dictaduras y absolutismos que se han levantado en nombre de la igualdad. Que han ido cayendo al ritmo del despertar de conciencias…
Y es que a pesar de que ahora hay más acceso a crédito, la gente se ve mejor vestida y hay más necesidades básicas cubiertas, estoy convencida de que la gente es cada vez más pobre. Y está cada vez más sola. Y cuenta con menos redes sociales. Y si creen que colgándose un iPhone pagado en mil cuotas, a manera de relicario protector de la angustia, se van a sentir menos solos, sólo intenten juntarse con alguien en un mismo tiempo y espacio, para que comprueben que la mayoría de nosotros prefiere vincularse a distancia, porque en el fondo nos cagamos de susto del otro. Y si «el infierno es el otro» es una frase válida para los que se han superado a sí mismos, en relación a sus pares, imagínense lo amenazante que resulta tener a la pobreza cerca. Por favor, que no salga en las fotos… sólo en las de wordpress para ganar premios…
Por otra parte está el «privilegio de pobreza». A quienes tienen menos de lo que necesitan para vivir y reciben ayudas estatales y sociales, los han convencido de que su situación de clientelismo siempre será mejor que la su autosuperación. No digo a todos, pero sí a muchos de ellos. Por ello, la gran masa prefiere no salir de la pobreza porque al dejar de ser pobres, según las estadísticas, pasarán a la pobreza de cuello y corbata, esa que es igual de precaria pero mejor disfrazada y mejor insertada en el tejido social convencional. Para qué hablar de los distintos fondos de apoyo al emprendimiento, que en su mayoría terminan con personas desencantadas y vendiendo lo que les dieron. Y es que eso también es una falacia. Parten de la falsa premisa de que el mercado es libre. Y es así como les pasan patines, para competir en una autopista llena de Ferraris. Y claro, sólo algunos encuentran un nicho que les permite mantener su emprendimiento y aplaudo de pie a aquellos que lo logran. Eso es inteligencia de mercado.
Por eso, la superación de la pobreza, más que una intención real, a estas alturas suena a jingle publicitario. Igual que las eternas campañas para terminar con el hambre en África. Todos queremos simpatizar a las masas. Y las masas, por definición, son más pobres que las élites. Si no el mundo no sería lo que es.
Creo que mientras el modelo político consista en sacarse fotos y captar electores, no habrá grandes cambios en relación a la pobreza. Ni integración, porque en el fondo nadie quiere, ni está dispuesto a eso. Sólo los que están fuera del sistema y ven cómo los de adentro se sientan en mullidas sillas y comen opíparamente. El tema es que la gente está cada vez informada, cada vez más indignada y cada vez más consciente del tamaño de la brecha.
Es cuestión de tiempo para una revolución, dicen muchos, pero yo realmente espero que el cambio sea paulatino y consciente, tanto para que no se agudicen las diferencias, como para que realmente se reconstruya nuestro raído tejido social. Para ello la participación real en la sociedad, desde nuestro devenir en ciudadanos, la autoeducación en áreas distintas que la economía y las ciencias (demasiado sobrevaloradas), la opinión informada y el respeto a las diferencias sociales, sexuales, políticas, estéticas, son algunas de las basas sobre las cuales se pueden sentar los pilares de una nueva sociedad. Una sociedad en la que ver a una persona pobre, segregada y sin oportunidades, nos escandalice tanto como la violencia intrafamiliar o la violencia hacia las diferentes orientaciones sexuales.
Una sociedad en que se censure el clasismo como forma de hablar de otros, para lo cual será necesario reeducarnos, me incluyo, para realmente comprender que la pobreza no es algo dado, un fenómeno de la naturaleza, sino que tiene que ver con estructuras reproducidas, validadas y utilizadas por todos.
Espero vivir para poder ver esos cambios. Que necesariamente, implican un cambio de conciencia… ¿será esa la nueva era que hay que construir?
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Foto: Rantes / Licencia CC
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