Hace muchos años que investigo y dicto los cursos universitarios sobre percepción sensorial del espacio, importantes para todos y por supuesto para las artes, la arquitectura y el diseño. Aparte de haber llegado a la convicción que todo el “espacio” ocurre en el cerebro de cada uno y que cada cerebro tiene una construcción neuronal distinta, por diferencias culturales y de asimilación de cada entorno, también he constatado que el lenguaje humano no está compuesto solo palabras, sino que además se complementa de miles de gestos corporales, temperaturas y olores, énfasis y entonaciones. Incluso todos ya saben que muchas veces no es necesario hablar para comunicar.
[texto_destacado]Sin embargo, la pandemia de COVID-19 ha traído algunas cosas curiosas en el ámbito de la percepción del espacio y en particular en lo referente a la comunicación personal presencial: el intenso uso de la mascarilla facial, que debe tapar la boca y nariz, oculta gran parte de los gestos faciales que complementan nuestra comunicación.
El asunto se pone complicado para el profesor que debe desarrollar un diálogo ida y vuelta con 30 estudiantes enmascarados. He notado que gesticulo más con los brazos y cuerpo, recurro más al dibujo y las entonaciones de voz en estas situaciones de medio rostro suprimido. Y allí son los ojos y su entorno expresivo los actores principales. He llegado a reconocer a mis estudiantes por sus ojos y a veces, sin mascarilla, me cuesta reconocerlos.
La musculatura facial en torno a los ojos ha mejorado su entrenamiento comunicacional durante los últimos dos años enmascarados. Solo las decenas de posiciones que pueden tomar ambas cejas, incluso por separado, pueden indicar muchas cosas, risa, enojo, simpatía antipatía, tristeza, acuerdo, desacuerdo, preguntas, entiendo, no entiendo. Si a eso agregamos el uso de parpados, pestañas y la musculatura que permite hundir, arrugar, achicar o distender el conjunto de los ojos, se pueden tener cientos o tal vez miles de conceptos comunicables, con gran variedad de entonaciones. Es un ejercicio tan dinámico rápido y cambiante, que supongo el entrenamiento pandémico ha acentuado en su manejo, tanto en los estudiantes como en los profesores.
También los ojos son comunicadores más sutiles: existe una membrana coloreada, musculada con músculos circulares y radiales que permiten una ventana controlada al acceso de luz. Esta ventana es un agujero variable en nuestro iris, la pupila, que cuando hay poca luz aumenta su tamaño para mejorar el ingreso y cuando hay demasiada luz se achica, e incluso puede solicitarse un cierre de párpados hasta cubrirse con el brazo. Teóricamente la ventanilla circular puede ir desde los 3mm de diámetro con luz, a los ¡9mm! casi todo el iris, con escasa luz. Es la única cosa del cuerpo humano que puede crecer un 300 %.
La pandemia de COVID-19 ha traído algunas cosas curiosas en el ámbito de la percepción del espacio y en particular en lo referente a la comunicación personal presencial
Sin embargo, comunicacionalmente el tamaño puede indicar cosas tan complejas como el odio: la pupila se achica voluntariamente todo lo que puede, o la simpatía, incluso el amor, cuando se dilata. Unos gestos de solo 6 milímetros de diámetro que todos los humanos sabemos producir y reconocer inconscientemente. Por supuesto, también los reconocen y lo hacen nuestras mascotas. Con este pequeño gesto podemos decir te odio y también dar la bienvenida comunicacional a alguien que nos agrada.
La pandemia ha sido terrible en muchas cosas, pero al menos hemos recuperado “la expresión de tus ojos”.
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