Sabemos entonces que como ayer, los defensores del statu quo también lo denigrarán, supondrán sus motivos -siempre innobles- para su traición, magnificarán sus faltas, y donde antes decían bárbaro, hoy dirán terrorista. No habrá perdón para Luis.
Poco se sabe del padre dominico Juan Barba, y lo poco que sabemos ha llegado a través de algunos cronistas españoles, como González de Najera, Arias de Saavedra, y Diego de Rosales.
Inicialmente fue un «cautivo», posiblemente después ser capturado en alguna acción militar, en momentos en que el poder hispano se retira a Concepción y al otro lado del Bio Bio tras el desastre de Curalaba, a principios del siglo XVII. Algo le ocurrió a Barba estando prisionero y expuesto al contacto con la sociedad mapuche de la época. ¿Qué? Lo ignoramos, ya que esa parte de la historia es igual de oscura, y diríamos, profundamente íntima. Lo que sí es cierto, es que el gobernador interino Pedro de Viscarra informa a Felipe III sobre la revuelta indígena lo que sigue:
«…y mezclado con los indios atino a venir un Juan Barba, fraile de la religión de Santo Domingo, quien en una mano agitaba la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo y en la otra la lanza destos bárbaros».
Todo lo que uno pueda decir es especulación, incluso materia para un novelista como Eduardo Labarca en su novela «Butamalón». Pero de algo sí que no hay duda, la sociedad española de su época condena una y otra vez al cura renegado, que evidentemente se ha pasado al bando de los indios. Se le denigra como seducido por el demonio, violento, impulsivo, lujurioso.
Sólo un hombre cuya naturaleza fuera desde un principio perversa, podría sentirse cercano a la barbarie indígena, que a través de la revuelta pone fin a las encomiendas y al trabajo forzado de los indios, recupera territorios perdidos, y exige ejercer su derecho a la vida y la libertad.
Hubo otros renegados a lo largo de la colonia, mestizos, esclavos negros huidos, incluso españoles que simplemente se dejaron asimilar por la vida indígena. Todos tenían sus motivos, pero ninguno más odiado que un representante de la principal institución española de la época, no la que esgrime la espada, sino la que esgrime la cruz, y que tiene como función difundir el cristianismo, y sobre él, la legitimidad del dominio hispano.
Porque el oro, la tierra, y el dominio político sobre poblaciones indígenas no son el motivo de la conquista; el motivo es la difusión del cristianismo, la salvación de las almas, al estilo de la época por supuesto, es decir destruyendo cuerpos por el camino de ser necesario.
El pueblo mapuche vive un emergente proceso de descolonización, como los demás pueblos indígenas de Chile, que como todos tarde o temprano ha terminado signado con la represión de la potencia dominante. La violencia no tiene porque ser el signo de un proceso de descolonización, pero normalmente la resistencia al cambio de paradigma se ancla en la burocracia estatal y en especial en policías y colonos suelen trabajar juntos para poner freno a las reivindicaciones de autonomía o de independencia.
Cuando Ben Emmerson -relator especial de las Naciones Unidas sobre la promoción y la protección de los derechos humanos y libertades fundamentales en la lucha contra el terrorismo- hace ya casi un año, llama al Estado de Chile a intervenir positivamente en el conflicto mapuche, mediante el diálogo y la adopción de medidas políticas, jurídicas y económicas que descompriman el conflicto, lo hace desde la perspectiva de quien reconoce precisamente que se está viviendo un proceso descolonizador.
Una de las voces de ese proceso, ha sido el ex religioso jesuita Luis García Huidobro, quien siguiendo el ejemplo de otros sacerdotes católicos en Chile, ha hablado por los que no tienen voz, en este caso los que durante centurias no han tenido voz, y que ha cometido el pecado de Juan Barba: no ha convertido a los indios, sino que de cierta manera se ha dejado convertir por ellos.
Sabemos entonces que como ayer, los defensores del statu quo también lo denigrarán, supondrán sus motivos -siempre innobles- para su traición, magnificarán sus faltas, y donde antes decían bárbaro, hoy dirán terrorista. No habrá perdón para Luis.
No sé qué fue de Juan Barba, pero desde el fondo de la historia, el fraile dominico debe sonreír para sí mismo, al calor del fogón de una ruka mapuche, donde no se siente el frío del desprecio, sino la amistad de los que están cerca del corazón.
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