Nunca estará demás recordar que el neoliberalismo no es sólo un compilado de reglas que inciden en la forma en que organizamos el mundo del trabajo y la producción. Sus efectos, como los de cualquier sistema hegemónico, se hacen sentir en toda la sociedad, afectando incluso la forma en que sus miembros se relacionan y cómo éstos interpretan la realidad.
El individualismo como mantra y la preeminencia de la propiedad privada por sobre cualquier interés social son algunos de los principales postulados de esta ideología, para la cual el Estado (idealmente cada vez con menos atribuciones) es un agente cuya principal responsabilidad es generar las condiciones para que el mercado opere libremente.
En su mundo mental todo tiene precio y el que apuesta por modelos alternativos es utopista o ingenuo, a quien le es permitido “jugar” con estas ideas, siempre y cuando no ponga en riesgo las, a entender de los neoliberales, axiomáticas leyes del mercado.
Pero como en todo sistema, siempre existen grietas. Más aún entre quienes aspiran a ser ciudadanos en un sentido integral, haciéndose cargo de la necesidad de incidir de una u otra forma en el sistema colectivo. El hombre y mujer así formado no es sólo un engranaje más de la máquina, un mero administrador de los sueños de otros, sino un protagonista, un “proto agonista”, ese primer luchador, principal combatiente de las obras de la Grecia primigenia.
Porque la vida es una causa, una batalla cotidiana contra ese libreto que otros han escrito y que nos empujan a representar.
Es lo que escuché hace pocos días en voz de un joven creador. Un muchacho integrante del colectivo “Taller de serigrafía instantánea”. En un encuentro sobre aprendizajes a 40 años del golpe de Estado, César Vallejos reflexionó de la siguiente forma: “Necesitamos, quienes hemos tenido la oportunidad de acceder al conocimiento, a técnicas, a la academia, colectivizar ese conocimiento. Devolverlo al pueblo”. Compartirlo, entregarlo libremente a quienes no han tenido las oportunidades a las que otros hemos accedido.
Sus palabras tienen un sentido ético esencial, pero también una finalidad práctica. A quienes portan una mirada a contrapelo del discurso oficial se les hace muy difícil competir con los medios de comunicación tradicionales, que por antonomasia sustentan el poder constituido y por tal razón muchas veces tienden al statu quo. Es en este contexto que, particularmente en el conocimiento vinculado con la comunicación, es fundamental ampliar el contingente de soldados para la guerra de contenidos. Tal es la primera batalla, la esencial, donde es preciso poner las fichas.
La colectivización del conocimiento no sólo permite tener más huestes –ya no sólo algunos elegidos- que comunican que otro mundo es posible, que convierten lo normal en anormal. Esta tarea, por su particular formato de desarrollo, también quiebra el sentido jerárquico y monetario bajo el cual opera actualmente el sistema formal educativo.
Lo dijo Bertolt Brecht hace ya muchos años, ese luchador de tantas batallas contra la hegemonía discursiva:
La colectivización del conocimiento no sólo permite tener más huestes –ya no sólo algunos elegidos- que comunican que otro mundo es posible, que convierten lo normal en anormal. Esta tarea, por su particular formato de desarrollo, también quiebra el sentido jerárquico y monetario bajo el cual opera actualmente el sistema formal educativo.
“Mi general, su tanque es un carro muy fuerte. Derriba bosques, mata cien hombres. Pero tiene un defecto: necesita un tanquista.
Mi general, su avión es muy poderoso. Vuela más aprisa que la tempestad, destruye ciudades que es una barbaridad. Pero tiene un defecto: necesita un piloto.
Mi general, el hombre es un animal muy útil. Sabe robar, sabe destruir, sabe matar. Pero tiene un defecto: puede pensar”.
(De un panfleto del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, julio de 1986)
————
Los contenidos publicados en elquintopoder.cl son de exclusiva responsabilidad de sus respectivos autores.
Te invitamos a conocer nuestras Reglas de Comunidad