Subiendo por avenida Francia en Valparaíso, casi al final, media cuadra antes de la subida Baquedano, allá al inicio de los 60′ había un almacén de productos varios: La Catalana.
Sus dueños eran una pareja de catalanes refugiados que habían engendrado en esta tierra una joya sin parangón.
Aquel ángel en el año 62 debería contar con 16 años, yo, solo 8.
No podía dejar de verla, pues ella estaba a la entrada de aquel negocio a cargo de cambiar novelas del corazón, de cow boy, Corin Tellado, vendiendio Ecran, Eva, Disneylandia y todo el infinito mundo impreso que la gente consumía con fruición antes de la llegada atropelladora de la TV.
Intentaré describirla de la misma forma en que mis ojos infantiles registraban cada día su monumental belleza:
Era blanca, no, en realidad era translúcida. Sobre su espalda caía una ondulada melena castaña que la menor brisa arremolinaba con violencia. Delgada, fina, con un par de ojos pardos refugiados tras unas cejas y pestañas del mismo tono que su brillante pelo. A veces sus finos labios rosados dibujaban una sonrisa, seguramente provocada por las historias que leía.
Al regresar cada día del colegio calle arriba pateando un tarro o a empujones con un compañero, media cuadra antes de La Catalana corregía mi actuar desordenado para que ella se fijara en mi, para que ella no viera a ese niño revoltoso si no a alguien que admiraba su belleza…pero no; su mirada no se apartaba ni por un instante de las novelas que tenía para canjear y jamás sus ojos se cruzaron con los míos.
La seguí viendo cuando cumplí 9, 10, 11…y ella 17, 18, 19…aumentando una brecha insalvable.
Al regresar cada día del colegio calle arriba pateando un tarro o a empujones con un compañero, media cuadra antes de La Catalana corregía mi actuar desordenado para que ella se fijara en mi
A los 12 me cambié a otro barrio.
Un día, ya adolescente, la vi paseando de la mano con su marido en la Plaza Victoria, un tipo conocido del barrio, para mi, desde ese instante, un ser detestable. El mas feo entre los feos se había quedado con ese zafiro, con ese diamante, con esa joya de valor y belleza inconmensurable.
Aquella tarde definitivamente terminó mi infancia.
Debo confesarte que nunca supe tu nombre, pero para mi tendrás siempre el mismo nombre del almacén de tus padres: La Catalana.
¿Dónde estás hoy? Tendrás unos 73 años pero estoy seguro debes conservar aquella belleza de tus 16 años, y si tu espejo te dice lo contrario, quiero que sepas que a orilla de playa hay un hombre viejo con un niño en su interior que hasta el día de hoy te ve leyendo ajadas novelas mientras bregas con tu cabello agitado por los eternos vientos del viejo y sufrido Valparaíso.
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