Iván Fuentes no es el Che Guevara, y en buena hora no lo es. No tiene una gran idea que va a cambiar el mundo. Propone algo mucho más sencillo, una noción de justicia, de comprensión y de entendimiento. Viene de un lugar al que viajamos tarde mal y nunca, y nos resulta familiar como nadie. En vez de panfletos vacíos, nos habla desde un sentido común que la tecnocracia de derecha y de izquierda parece haber abandonado hace tanto.
“Extraño fenómeno: los Neochilenos / Dejamos de hablarnos / Y cada uno por su lado”. El verso de Bolaño apunta a otro sitio, pero la denominación nos calza. En el mundo de los Neochilenos, la postal que más se vende en los kioscos es la del barrio Sanhattan, esperamos la inauguración de la torre de Paulmann como quien presiente una aparición de la virgen y hemos elegido presidente a alguien como Sebastián Piñera, quien en la Región de Aysen fue favorecido con el 58% de los votos.
Se ha manoseado con tanta impudicia el debate sobre cómo nos vemos y con quiénes nos sentimos representados, se han ensuciado de tal forma esas palabras, que cuesta reformularlas en algún sentido noble. Entre señoras Juanitas y Faúndez el del celular muchos han logrado hacerse ricos a través de generalizaciones que sólo consiguen enturbiar más el contexto. Los Méndez y los Tironis, que visualizan el mundo como lámina de powerpoint, están todo el tiempo prestos a decirnos cómo somos. Consumidores exigentes, exitistas, estresados, híperconectados, descreídos, competitivos, farmacodependientes, obesos, endeudados, aspiracionales, violentos, difusamente nacionalistas, en fin.
En medio de ese barullo ininteligible, surge alguien como Iván Fuentes y nos obliga a volver a mirarnos, en las antípodas de lo descrito. Algo vemos en él que nos resulta propio, como cuando vemos a Juan Herrera en Los 80. Anhelo y nostalgia se mezclan en el reconocimiento de quienes no parecen rostro de multitienda, sino usuario de almacén. Chilenos como Fuentes que – vaya sorpresa – hablan como chilenos, sin jergas extranjeras ni entonaciones mal aprendidas, ni frases hechas para cuña televisiva. Fantaseamos con que el líder aysenino repara las cosas antes de comprarse una nueva, que no siente gran interés por las tecnologías diseñadas para andar encorvado, que no se compra ropa cara ni siente que su automóvil es una extensión de su personalidad. Que cuando toma vino no pontifica sobre cepas, ni piensa que la gente vale según sus años de estudio.
Herrera es un personaje de ficción, y nos ayuda a reencontrarnos de manera amable pero sin empate moral (en Los 80 se ve clarito quién es quién) con nuestro pasado. Fuentes es de carne y hueso y nos entrega lecciones más profundas. Decencia en la adversidad, humildad que no es cabeza gacha, convicción en la verdad sin pretender que el otro no tiene nada de razón. Fuentes no quiere ser recibido por ninguna directiva de partido, ni ser portada de una revista internacional. Responde lo que se le pregunta y no pretende tener respuesta para todo. Iván Fuentes no es el Che Guevara, y en buena hora no lo es. No tiene una gran idea que va a cambiar el mundo. Propone algo mucho más sencillo, una noción de justicia, de comprensión y de entendimiento. Viene de un lugar al que viajamos tarde mal y nunca, y nos resulta familiar como nadie. En vez de panfletos vacíos, nos habla desde un sentido común que la tecnocracia de derecha y de izquierda parece haber abandonado hace tanto. “Lo que me interesa es llegar a un acuerdo, no andar peleando con carabineros”. “Yo creo en la conversación, en miramos a la cara y decirnos la verdad”. “Cuando le va mal al presidente le va mal a Chile, se lo dice un pescador artesanal”. “Hay una violencia silenciosa: el desdén de parte del Estado al no resolver los problemas de la gente”. “¿Cómo levantas una movilización si nadie cree en la palabra de los gobernantes? Eso es lo que tenemos que sanar”.
Cuando explicó en Tolerancia Cero que Misael Ruíz “es de Derecha, pero es mi yunta, y un gran dirigente. Pensar diferente no es algo odioso” no se refirió a la funesta veta apolítica del que dice “no importa quién gane la elección, yo igual tengo que despertarme a trabajar mañana”. No propuso votar por personas en vez de por ideas, todo lo contrario. Propuso una forma de encontrarnos con el otro sin prejuicios, sin renunciar a lo que creemos pero dispuestos a escuchar. No dice que todo da lo mismo, dice que nadie sobra.
Cuando le explicó a las autoridades que en Aysen un recién salido del colegio, a veces con 16 años, si quiere ir a la universidad tiene que alejarse de su familia varios cientos de kilómetros, lo explicó desde la perspectiva de los padres, con una justeza estremecedora: “¿Dónde mis ojos te vean? No puedo”. La respuesta del gobierno –que hubiera sido, sospecho, la respuesta de cualquier gobierno de nuestro país, por lo menos de los últimos que hemos tenido– muestra la raíz de la incomprensión: “Pero si son sólo 800, mejor démosle becas”. No todo cabe en una planilla Excel, nos dice Fuentes, no todo tiene un precio.
El ejemplo anterior es la metáfora de un problema, no una solución. Fuentes no tiene una respuesta, pero propone darnos la mano y que en ese gesto vuelva a estar el honor comprometido. En un país en el que a veces parece que cada uno anda por su lado, en el país en que la grandeza se mide en la cantidad de metros que tiene un edificio, esto parece un oasis. Juan Herrera con Exequiel Pacheco, Iván Fuentes con Misael Ruíz. Lejos de la grandilocuencia y de los sesudos análisis, lejos de los apóstoles de las políticas públicas en inglés, la solución sigue siendo una sola, la que hubo siempre, a la que más le teme esta forma de sociedad que construimos: ninguno de nosotros es tan fuerte como todos nosotros juntos.
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Foto: El Ciudadano
Comentarios
16 de abril
grande!
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16 de abril
Gracias, Pato, por escribir esta columna. Creo que somos muchos los que nos maravillamos con el liderazgo de Iván Fuentes. Tus palabras nos interpretan (o por lo menos a mí).
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16 de junio
En general empatizo, comparto el trasfondo del artículo. Bien escrito. Pero no comparto darle objetividad a cada artículo, desacralizando a los de un lado u otro. Soy de izquierda, y a mucha honra y desde la izquierda o mi izquierdismo comprometido, miro y siento el mundo. No existe el apolítico, y por tanto, desacralizar las posiciones partidarias, como si estuvieran de más, o las ideologías serían el cáncer de nuestros tiempos ( en el caso de los izquierdistas, seríamos cáncer marxista), no me parece adecuado, ni pertinente. No existe la opinión política despolitizada.
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22 de septiembre
nossa, mas vc tem carinha de tedmida mesmo, hien!!morri de rir, pasasr por situae7o~es sf3 com o ze9 e9 dificil, mesmo…e eu tb tenho medo de pontes, mas ne3o sf3 de ficar parada nela, de pasasr, se for atravessar a pe9 ente3o eu quase morro… afe!!
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