Ya es 12 de Octubre. Se conmemora “el encuentro entre dos mundos”, me dicen. ¿Pero, cómo ha sido ese encuentro? Más bien, un desencuentro.
Existía en este territorio seres humanos viviendo, conviviendo, organizados de un cierto modo, con ciertas dinámicas de vida, de aproximarse a la realidad, reconociendo ciertos elementos de naturaleza concreta y trascendente, que les guiaban en sus conductas, en su manera de integrarse entre “hermanos” y con el medio ambiente o territorio que les acogía. Y se aproximan otros seres humanos, provenientes de otros territorios, guiados desde sus propios modelos para contactarse con la realidad, con un desarrollo tecnológico, que les permitió lanzarse en la aventura de explorar nuevos horizontes, cruzando grandes mares, con intrepidez.
Traían una manera diferente de integrarse entre sí y con el entorno, una comprensión de lo esencial y lo superfluo de un orden diferente, valorando el “dominio”, el “control” de la naturaleza alcanzado, y estimulados por el anhelo de poder “ganarle” a sus vecinos en la competencia por los mercados instalados en su cultura. Ante el encuentro con los originarios de estas tierras, solo vieron grupos de seres humanos que no habían alcanzado los desarrollos tecnológicos que ellos sí, y leen desde allí -basados en esa valoración primera al control del entorno-, que se han encontrado con seres “salvajes” e “incivilizados” a quienes hay que “salvar”. Y se disponen a la tarea de civilizarles, ignorantes del daño que esto provoca, del desperdicio de la oportunidad de haber integrado a su propia visión, un orden diferente desde donde aproximarse a la vida, que podría haberles enriquecido.
Imagine usted, por un momento, que pretendan imponerle una manera de ser y estar, de otra naturaleza, basada en otros principios muy diferentes a los que ha empleado para vivir… ¿cómo reaccionaría?
Hoy, 12 de octubre, se conmemoren 519 años de ardua resistencia, con momentos mejor y peor logrados, por mantener viva, por legitimar la cultura, la visión empleada para encontrarse con la realidad, de los pueblos que originalmente habitaban estas tierras.
Esta intención de sometimiento, puede surgir sin “malas intenciones”, al estar convencidos que una perspectiva es superior a la otra, y que es por el bien del que es “inferior” dicho sometimiento. Es un error fundamental, pero que sin embargo, al encontrar la suficiente fuerza, dada por las mayorías, este sometimiento se instala, al menos por el tiempo que esa fuerza sea capaz de sostenerse.
También es cierto que, por naturaleza, el ser humano tiende hacia la evolución, y es cierto que hoy surge, desde la propia cultura dominante, y con renovada fuerza, el reconocimiento de la necesidad de integración entre hermanos, la necesidad de relacionarse con el entorno con real respeto y armonía, la necesidad de experimentar momentos de comunión y plenitud superiores a los alcanzados por la vía de los logros materiales. Y hoy día, la perspectiva dominante -aquella que continúa aferrada a una visión de mundo desde la que se exalta los aspectos materiales como los más importantes a desarrollar, cuidar y promover-, está perdiendo fuerza, se le está cuestionando insistentemente, en distintas áreas de la organización en sociedad: educación, salud, cuidado del medio ambiente, desarrollo local, justicia, entre otros.
Los estudiantes levantaron sus voces, reclaman otra manera de integrarnos en sociedad, y se aproximan con un respeto vivo, no inventado, a sus compañeros/hermanos Mapuche, con quienes comparten aula, y en quienes reconocen ese espíritu de lucha, de capacidad para mantenerse firmes, afirmando su visión de mundo.
En este escenario de transformación hacia grados superiores de integración social, se está abriendo, también, una nueva oportunidad para precipitar una integración más justa, con menos soberbia entre las culturas presentes en un mismo territorio. Una integración que nos haga bien a todos, que sea capaz de reconocer el lugar de lo común y de lo diferente, y favorecer las condiciones para garantizar una convivencia fundamentada en el principio de que en un plano, esencial, somos iguales, y que la diferencia, existente en otro plano, nos enriquece.
Aquellos alentados por la utopías, tenemos trabajo que hacer, y una oportunidad cierta para avanzar hacia ellas.
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Foto: Fernando Mendoza
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