En el comienzo de la película Inception, de Christopher Nolan, el protagonista tiene una teoría muy extraña respecto de las ideas. Dice que la idea es el peor parásito que pueda existir. Los virus, las bacterias, todo el imaginario de microorganismos que pueblan nuestros cuerpos biológicos, no son nada comparados con el poder infeccioso y contagioso de una idea.
Las ideas no son productos puros. Siempre vienen aparejadas de una valoración que las acompañan y hasta predibujan si el destino de su dirección va a ser exitoso o caerá en el fracaso. La vida entera es, muchas veces, el escenario donde se pone en juego estratégicamente el valor que pueda tener una idea o no.
En 1973, un imperio extranjero, un cuerpo de generales, un conjunto de economistas, una serie de políticos, un grupo de emprendedores y un largo etcétera iniciaron el más grande esfuerzo de militancia y movilización de un núcleo de ideas que conozca la historia del país a lo largo del siglo XX. Eso sí, acompañados de un “Estado de excepción” que era condición de posibilidad para que un puñado apretado de sujetos empezara a transformar las instituciones del Estado chileno. Ello, para que un país entero comenzara a conocer una idea nueva, idea que tenía una triple virtud para su rápida diseminación, la libertad en la economía:
– Era simple y sencilla en sus objetivos.
– Tenía una positiva carga afectiva.
– Era movilizada por la unión del Estado chileno, la elite socioeconómica y sus instituciones, bajo el contexto generalizado del miedo social.
El neoliberalismo era una nueva forma de percibir la vida en sociedad. Por un lado, poseía un poderoso conservadurismo en temáticas sociales, como la sexualidad heterocentrista, la hegemonía de la religión católica romana, las costumbres nacionalistas y tradiciones patriarcales en la familia. Por otro lado, había una hiperinflación del concepto de libertad para todo lo que se redujera al intercambio económico, la extrapolación de la propiedad privada a cuerpos vivos (semillas, manipulaciones celulares, etc.) y a la vedettización del mercado como un no-lugar destinado a la autorregulación en función de los principios de libre competencia, innovación y modernización acelerada de sus componentes. Por un lado un Estado fuerte y omnipresente para todo lo que tiene que ver con el eje conservador y por otro un Estado ausente y autista para todo lo que tenga que ver con el mundo de los negocios y la economía. Esa esquizofrenia social para con el Estado forma parte del núcleo del pensamiento neoliberal. Ésa esquizofrenia es la que permite que grandes empresas norteamericanas a un tiempo, sean capaces de tener trabajadores de 12 ó 13 años en el extranjero y ser fieros opositores internos al aborto.
El neoliberalismo hizo de Chile un espacio seguro (resguardado por las tres fuerzas armadas y policías nacionales) para dramatizar y experimentar a niveles escandalosos la noción de libertad económica. Tanto así que incluso fue más allá de la idea de uno de sus grandes mentores, Milton Friedman (que creía que espacios públicos como las carreteras no deberían privatizarse), y propició en gobiernos de “centro izquierda” un mecanismo para privatizar lo público, sin que, mediante ello dejaran de ser “públicos”. Dicho procedimiento lleva el odioso nombre de “concesión”.
Tanta ha sido la raigambre social o persistencia del parásito “neoliberal” que hasta los partidos autodenominados de “izquierda”, se posicionaron en un espacio que en la década del 60’s hubiese sido fácilmente descrito como de centro-derecha. La izquierda dejó de existir porque para las redes de comunicación de grandes medios eran sombras del proceso de construcción económica planificada desde el estado, simbolizada mundialmente en el suelo con la caída del muro berlinés.
Durante los 90’s el neoliberalismo se hizo autosuficiente, cristalizó hasta en los más pequeños espacios institucionales. El dinero pasó a ser la imagen destellante del éxito de un país provinciano pero con aires petulantes de jaguar o gato de campo adinerado. El dinero fluía a grandes caudales y se concentraba (principalmente) en tres comunas del Santiago: Vitacura, Las Condes y Providencia.
Durante todo los 90’s y principios del siglo XXI se comenzaron a articular sectores disconformes con la imaginación y retórica petulante del PIB per cápita, del “jaguarismo” o inglesismo sudamericano que encarnaba el país. Los discursos periféricos, capas medias liceanas y los desplazados del exitismo escondían el más grande deseo del ciudadano tricolor… ser euroamericanos de una vez por todas.
El 2001 se articuló el primer movimiento educacional que reunió a los liceos más emblemáticos de Santiago. A mediados de década estalló la avanzada pingüina a nivel nacional. El 2011 estalló de rabia e indignación la educación superior y media chilena. No sería descabellado que de aquí a 10 años estalle el gran motor de la economía chilena, la clase trabajadora. Y que demuestre una vez más que, cuando no se detiene el actuar desmedido, idealizado y divinizado de una ideología que hace gárgaras con la desigualdad y la asimetría de derechos sociales, se desencadena una situación que aterra a las elites político-económicas en cualquier parte del mundo: la revolución.
Este tipo de situaciones, tal como dijo Bertold Brecht, estallan cuando sólo hay callejones sin salida. Sabemos perfectamente quiénes son los que se empeñan en levantar los muros del callejón.
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miguel
Con esa misma línea de pensamiento y con ese vocabulario me gustaría leer un análisis de las ideas de izquierda, tan malignas y nefastas en todas partes donde han sido puestas en práctica… Incluido Chile.