Comienzo a leer «Homo Deus» y en sus primeros párrafos Yuval Noah Harari hace la siguiente afirmación:
“Sin embargo, en los albores del tercer milenio, la humanidad se despierta y descubre algo asombroso. La mayoría de la gente rara vez piensa en ello, pero en las últimas décadas hemos conseguido controlar la hambruna, la peste y la guerra. Desde luego, estos problemas no se han resuelto por completo, pero han dejado de ser fuerzas de la naturaleza incomprensibles e incontrolables para transformarse en retos manejables. No necesitamos rezar a ningún dios ni a ningún santo para que nos salve de ellos. Sabemos muy bien lo que es necesario hacer para impedir el hambre, la peste y la guerra…, y generalmente lo hacemos con éxito”
El libro se publicó en 2015. En 2002 había aparecido el SARS, a los dos años entró en escena la gripe aviar y en 2009 la porcina (conocida también como H1N1). Y no dejemos fuera el brote del ébola de 2014.
Con ojos de hoy, mi primer impulso ante aquellas primeras líneas fue dar cuenta del yerro de Harari. Temeridad cuestionada por algunos, de seguro aludiendo a quien saca conclusiones sobre el sabor del pastel probando solo el merengue que le envuelve. En mi defensa, debo decir que mi crítica no apuntó al libro ni al autor, intérprete fenomenal de la historia de los derroteros y devenires de la humanidad como lo hiciera en 2011 con “Sapiens: De animales a dioses”.La perfección significa muerte. Lo perfecto está completo, no le falta ni le sobra. Lo perfecto es inmóvil, estático. No puede evolucionar, tampoco involucionar. Si muta, deja de ser perfecto. Sabernos imperfectos es la fuerza que nos impulsa a avanzar.
Sin embargo lo dicho, y revisitando mi afirmación inicial, en realidad el autor no se equivoca en su aseveración. El sentimiento generalizado, de tecno optimismo, es que como especie hemos progresado de manera impresionante, convirtiendo en diamantes los pequeños carbones con que no hace mucho jugábamos a prender el fuego que nos protegía y mutaba nuestro alimento. Estamos mejor, vivimos mejor, somos mejores, es el mantra que se escucha en cada esquina, incluidas columnas que no escatiman en adjetivos para autoconvencernos de que somos lo mejor que nos pudo pasar a nosotros mismos, aunque no así al planeta.
Esta percepción de gran-diosidad permea mucho de lo que hacemos. No solo como especie o sociedades, también como individuos. No está sustentada necesariamente en lo técnico, paradójico considerando que quienes lo sostienen se paran en la ciencia para cubrir de objetivismo sus opiniones. Se nutre de valoraciones. Que se considere a la vida más importante que la economía, por ejemplo, no es un axioma matemático, es una construcción cultural. Hace escasos siglos, vidas y familias enteras se vendían como quien comercia con cosas o animales.
Esta falta de humildad me revisitó con dos conceptos difundidos hace pocos días aludiendo al ministro de Salud Jaime Mañalich. Adherentes del actual gobierno recurrieron a los hashtag #MañalichBigBoss y #ElPutoAmo para dar cuenta de una actitud que les seduce.
Qué mejor ejemplo que el diálogo que sostuvo el secretaario de Estado con Juan Manuel Astorga en una entrevista.
“¿Hay algo de lo que haya dicho en las últimas semanas de lo que se arrepiente?” le consultó el hombre de Mega.
“No” fue la infranqueable respuesta del médico devenido en autoridad.
Las certezas, la claridad, la verdad, lo definitivo, lo perfecto. El estilo de Carlos Peña que reseñara la semana pasada. Es la ideología del autoritarismo, de la conducción más que del diálogo, del culto más que de la reflexión.
Si algo nos debiera legar la pandemia del COVID-19 es la sensación, cada día más clara, de vulnerabilidad. De que por ciega que sea nuestra fe en nuestras capacidades, esta certeza durará hasta el próximo cataclismo. Hasta la próxima peste.
Es la duda, la imperfección, que tan mala prensa ha tenido desde que comenzamos a jugar a ser dioses. Porque es el asumirnos en constante construcción lo que nos hereda ese sentimiento que, entre muchos otros, nos hace humanos: La esperanza.
La perfección significa muerte. Lo perfecto está completo, no le falta ni le sobra. Lo perfecto es inmóvil, estático. No puede evolucionar, tampoco involucionar. Si muta, deja de ser perfecto. Sabernos imperfectos es la fuerza que nos impulsa a avanzar, a buscar ese imposible que es la integralidad. Siendo imperfectos, siempre tenemos la esperanza de mejorar. Lo perfecto, no. Está pleno en su estancada realidad.
Sí, el COVID-19 nos susurra que no somos tan geniales como creíamos. Una idea que, saben qué, no es tan mala como parece. Quizás nos traiga un poco de humildad. Algo que muchos seres humanos, las otras especies y el planeta, por cierto que agradecerán.
Comentarios
30 de abril
Comparto su pensamiento, somos imperfectos, llenos de contradicciones, y cada uno debería buscar como mejorar, debería ser una tarea consciente, plenamente identificada, un desafío diario. Lo mismo ocurre con la humildad, mucha gente como Ud. dice tiene el pecho hinchado de orgullo, un orgullo sin sentido, vacío al fin y al cabo. Por otra parte, creo que somos en extremo ilusos, compramos dibujos en el aire a cada rato, luego, cuando vemos que nos han timado, nuevamente corremos en pos de otro dibujo en el aire para olvidar el engaño anterior. Finalmente sobre Harari, es imperfecto como todos, se equivoca y acierta, por eso no hay que tomarlo ni a él ni otros como apóstoles de la verdad, hay que tener cuidado, algunos intelectuales muy conocidos son como el flautista de Hamelín, nos llevan alegres al precipicio.
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12 de mayo
En febrero del 2019, en lo que hoy mayo del 2020 se ha convertido en uno de los aciertos má grandes de mi vida (ya que este febrero por culpa de una peste no podría haberlo hecho, visite Paris y Europa por primera vez en mi vida, y obviamente estuve bajo la Torre Eiffel, construída para la Exposición Mundial de 1889, cuando el hombre ya llevaba mucho tiempo creyendo que la ciencia y la tecnología lo lanzaría mágicamente hacia un futuro de indestructibilidad . Yuval Noah Harari si se equivoca en una cosa al afirmar que «en los albores del tercer milenio, la humanidad se despierta y descubre algo asombroso», esa idea no nació solo hace unas décadas, ha sido el mito fundacional del capitalismo, mito que cuando construyeron esa magestuosa torre cumplía ya tres siglos.
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