Yo soy de la generación
Que creció a compás de marchas
La que vivió la avalancha
De la mordaza y rigor
Esa que un poco mayor
Pateó piedras en las calles
Y que a pesar de pesares
Supo de lucha y amor
(Pancho Villa, cantautor)
Somos parte de una generación, de la cual en estos tiempos, se habla poco. Somos como todos o quizás solo nombres que pocos conocen, pero fuimos muchos que confiados y decididos nos integramos a otro nombre que convocó a cientos de miles: el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR.
Quienes militamos después de 1980, lo hicimos guiados por la rica historia de lucha y compromiso del MIR y de los miristas. Nuestras nociones elementales estaban regidas por el valor ético y digno de muchos caídos y la oposición consecuente a la Dictadura cívico militar. El amor a la Libertad y a la Justicia nos alcanzaba para sentirnos parte de la lucha e identificarnos y militar. Por ello, en estos tiempos, en que muchos compañeros recuerdan la fundación del MIR, el período pre-revolucionario de Allende, el golpe militar y los años más duros de la dictadura, encontramos que son escasos los que se refieren a nuestra generación como parte de la historia mirista y más escasos aún los que abordan el tiempo de las protestas, las crisis internas y el advenimiento de los gobiernos “de la democracia transicional”.
Corrían los años 80, la experiencia político-militar en Neltume, pese a su aislamiento y aniquilación, se transformaba en un ejemplo para continuar la lucha. La irrupción de vastos sectores populares a comienzos de 1983, nos estimulaba a no decaer y a redoblar los esfuerzos. La seguidilla de acciones militares y milicianas entre el 79 y el 82 era un aliciente que demostraba que la lucha frontalmente era posible. El triunfo de los sandinistas, que confirmaba que ninguna de sus tendencias tenía por si sola la razón, nos señalaba los caminos futuros. La muerte de hombres y mujeres nos inspiraba para seguir su ejemplo amen del inmenso dolor que nos ocasionaba. La muerte de milicianos y después de muchos anónimos en las protestas populares que ofrendaban su vida por gritar “Pan, Trabajo, Justicia y Libertad” y “el Chile no se rinde caramba”, embargaban nuestras vidas para no separarse de nosotros y de nuestra acción.
Ese era el espíritu que nos guiaba y ese aliento establecía nuestro quehacer en las poblaciones, universidades y liceos. Ya sea en la JRME, en las milicias móviles o en los sectores sociales a los cuales intentábamos orientar para asumir todos los desafíos de la lucha antidictatorial. No teníamos mucho que perder, pero con nuestra decisión y arrojo aspirábamos a alcanzar libertades y un mejor futuro con dignidad. El rojo y negro teñía nuestras vidas de amor, rebeldía y dignidad.
Quién sabe, al estar armados de nuestras esperanzas no evaluamos las experiencias de Neltume, los levantamientos populares, los golpes represivos, los planes político-militares o las campañas. Del mismo modo, es probable que ello lo delegáramos en los más experimentados, los más conocedores y/o los más visibles. Por ello nos sorprendió la fragmentación, y seguramente ante el dolor provocado y como intento de aminorarlo, nos hicimos eco de prejuicios hacia quienes habían sido nuestros compañeros, que visto hoy con la distancia que otorga la madurez del tiempo, también nos duele.
No teníamos mucho que perder, pero con nuestra decisión y arrojo aspirábamos a alcanzar libertades y un mejor futuro con dignidad. El rojo y negro teñía nuestras vidas de amor, rebeldía y dignidad.
Con el tiempo, fuimos actores y testigos de la desintegración, de la pérdida de muchos compañeros, de la creciente disminución de capacidad militar y miliciana, observamos con impotencia los acuerdos negociados entre la dictadura y sectores de la oposición “democrática” y con impotencia vimos también, que nuestros vínculos sociales se debilitaban sin comprender las causas de fondo.
Eso es parte de nuestra historia como generación, al igual que muchos, estamos orgullosos de nuestra historia, llena de pasión por cambiar el mundo. Quizás, podríamos ser los más duros críticos del MIR, pues nos correspondió “habitarlo” en medio de la represión, debilitadas sus capacidades de formación, practicas “verticales” y conspirativas como consecuencia de la política de exterminio desatada por la dictadura cívico militar. Percibimos, enormes esfuerzos de muchos, pero no suficientes para superar implementaciones artesanales de muchas políticas, incluida la miliciana y militar.
El mundo de hoy es distinto… el Chile de hoy es distinto, los pobres del campo y la ciudad se acrecientan. La construcción de alternativas para un Chile justo y solidario requerirá aprender de las lecciones que deja la experiencia del MIR. El camino es largo, la tarea por la cual cientos de militantes dieron sus vidas continúa vigente, las injusticias aún golpean sobre amplios sectores de nuestra sociedad. Los cambios registrados en el mundo y en Chile, imponen formular un nuevo paradigma para cumplir los sueños y las esperanzas pendientes sobre todo con dignidad necesaria, ese es el desafío, hacia allá nos orienta el futuro.
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