La semana pasada se viralizó el vídeo de una joven carabinera recriminándole a una mujer – presumiblemente peruana por su acento- el hecho de que «este no era su país». Más allá de la situación en sí misma -La carabinera pedía a la mujer sus documentos de identidad y esta se negaba a entregarlos- es preciso ir un poco más allá, al contenido que este incidente encierra.
Como nieto de inmigrante, me molestó profundamente la actitud de dicha funcionaria policial. Claro, me llegó en lo personal, me hizo revivir historias y experiencias propias y de mi entorno. Independiente de la gravedad real de la situación, ya que técnicamente la carabinera no insultó directamente a la mujer, pero sí actuó con una dureza que debido a las palabras que le propinó se puede interpretar como discriminatoria, son justamente esas palabras exactas las que hieren sensibilidades como la mía, la de muchos chilenos, y la de los inmigrantes que aquí viven. Duele también ver a personas que han elevado a la carabinera en cuestión a la categoría de defensora de la Patria, simplemente por el hecho de haber tratado con excesiva dureza y sequedad a una inmigrante. ¿Por qué para algunos una persona que le recuerda a otra que está fuera de su país se convierte en un modelo de virtud y heroísmo? Aquello se puede explicar únicamente yendo a la etimología de la palabra xenofobia: el temor al extranjero, son literalmente xenófobos, por ende adulan y ensalzan a quien denostó al motivo de su miedo.
Es entendible, mas no justificable, que haya personas mayores en Chile que padezcan de xenofobia (y uso intencionalmente el «padecer» dado que es una patología en donde lo irracional domina a la persona suprimiendo su juicio lógico). Mal que mal, salvo en zonas focalizadas como Antofagasta, Magallanes y la Araucanía, Chile no recibió flujos migratorios considerables que llegaran a cambiar inclusive su composición étnica, como sí ocurrió en la Argentina, el Uruguay, Brasil, los Estados Unidos y Australia por nombrar algunos sitios. Eso no ocurrió… hasta ahora. Porque uno de los efectos lógicos del desarrollo económico material del que tanto se jactan sectores políticos transversales, y millones de chilenos cuando se comparan con los otros latinoamericanos, es la inmigración. El progreso, o a veces la mera apariencia o expectativa de progreso, atrae a las masas humanas. Ningún país con una economía abierta al mundo puede pretender cerrar sus fronteras cuando se trata de personas y no de mercancías. Por eso es particularmente contradictorio que muchos de quienes hoy ensalzan a la carabinera en cuestión se identifiquen con el mismo sector político ideológico -la derecha- que propició la apertura y globalización económica de Chile llegando incluso a usar las armas para aquello. Es normal que un país comunista no reciba grandes flujos migratorios, también fue normal que autarquías dictatoriales como lo fueron la Portugal de Salazar o la España de Franco tampoco los recibiesen. ¿Pero que no los reciba una economía neoliberal integrada en el comercio mundial? Eso es pedir demasiado.
Pero lo que preocupa, es que algunos de los que glorifican a la improvisada heroína carabinera, sean jóvenes, nacidos en la época de la abundancia, desde finales de los ’80, más de alguno hasta con estudios universitarios o por lo menos con su enseñanza media completa. Jóvenes que se criaron en el Chile de los tratados de libre comercio, insertos en la cultura global de mercado, viendo tv cable y teniendo internet desde pequeños. ¿Por qué ellos están replicando la xenofobia y están aceptando como verdades las mentiras prejuiciosas que se han inventado desde siempre y en todos lados contra los afuerinos? Que vienen a quitar el trabajo a los que sí son de aquí, que traen enfermedades y malas costumbres, que son flojos o alcohólicos, que son lo malo de sus países, la «basura» que nos vienen a tirar aquí. Se supone que una generación con mejores niveles educativos, nacida en democracia y con mayor acceso a medios de comunicación y de intercambio de conocimientos debería ser más desprejuiciada.
Es una pena que los jóvenes no se percaten de que los grandes movimientos migratorios por lo general representan una enorme oportunidad para los países que los reciben, en especial cuando estos son capaces de integrar a los inmigrantes y de absorber a su progenie, de lograr incluir a los hijos y nietos de esos desplazados en el «relato» nacional. Cuando los inmigrantes se han integrado bien han aportado a sus naciones receptoras con una ampliación de sus riquezas económicas, culturales, antropológicas, genéticas, y un largo etcétera. Es obvio que como ocurre con todo gran grupo, llegan también personas que son antisociales tanto para su sociedad de origen como para la que los recibe, pero juzgar a millones por la actuación de unos pocos es como aceptar que a los chilenos se nos vea como ladrones en Europa debido a la triste fama de nuestros «lanzas» internacionales de exportación.
Pero lo que preocupa, es que algunos de los que glorifican a la improvisada heroína carabinera, sean jóvenes, nacidos en la época de la abundancia, desde finales de los '80, más de alguno hasta con estudios universitarios o por lo menos con su enseñanza media completa.
Todo esto me recuerda la anécdota del líder ultra derechista francés Jean Marie Le Pen, encarnizado enemigo de los inmigrantes, quien antes de la Copa Mundial de Fútbol de 1998 dijo no sentirse representado por la selección francesa que competiría en él dado que «casi no había franceses en ella». En efecto, pocos miembros de ese plantel eran étnicamente franceses, en cambio abundaban los jugadores de raza negra, magrebí y hasta polinésica, fiel reflejo de lo que había llegado a ser la Francia colonial. Ahora los hijos y nietos de los colonizados eran los orgullosos representantes de la metrópoli, y obviamente aquello molestaba a los más puristas. Sin embargo, luego de que esa selección francesa obtuviese el primer título mundial para su país en la historia, Le Pen se vio obligado a felicitar a sus miembros y asegurar que eran «buenos franceses».
Y es que yo le contestaría a la carabinera que efectivamente, aunque he nacido aquí, este no es mi país. Un país cerrado, prejuicioso, pacato y acomplejado no es mi Chile, el mío es uno abierto, diverso, liberado, que quiere progresar en todos los ámbitos, no solo en el económico.
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abechtold
«Cuesta pensar que hay lugares peores que este».
Impresiona ver algo tan estrecho de mente.
¿Piensa usted que Africa es mejor que Chile? ¿prefiere vivir en Haití?..son extremos, por supuesto, pero ante frases para el bronce tan faltas de razón, una respuesta exagerada grafica bien.
La Xenofobia es muy parecida a cualquier club en el que los que estamos adentro buscamos el beneficio de nuestro grupo e impedimos el que otros entren: por ejemplo el caso de Uber y los taxis, o mas fuertemente el caso de quienes argumentan a favor del aborto, sobre todo por razones económicas: el club es el de los que están, y podemos negarle el derecho a otros a entrar.
Servallas
Estimado, mire Ud. la situación actual de Francia, hay un cambio profundo que posiblemente termine mal, los numericamente crecientes hijos de los otrora immigrantes, culturalmente diferentes, intentan cambiar a la librepensadora y campeona de los derechos sociales y humanos Francia, en una sociedad teocratica. Pienso que hay que tener cuidado con las masas emigrantes, un país pobre como el nuestro quizás no necesite a todo el mundo, quizás necesite gente que venga a invertir, quizás necesitemos médicos, quizás necesitemos profesionales y técnicos que no tenemos, no importa su origen, color de piel o cultura, con tal que se integre y acepte nuestra cultura.
Arturo Ruiz
La pregunta que yo me hago es por qué vienen los inmigrates a Chile. Soy chileno, pero resulta que este tampoco es mi país, porque los dueños de Chile son otros, como lo dice mi http://www.breviariodeladerecha.blogspot.com en su primera entrada. Cuesta pensar que hay lugares peores que este.