¿cuál es el verdadero Chile? ¿Es el de los 20 mil dólares per cápita? ¿El país que se prepara, ya endeudado hasta el cuello, para ir a ver a La Roja al mundial de Brasil? ¿O somos parte del Chile que lucha por su supervivencia en un sistema hostil?
Chile es un país extremadamente desigual. qué duda cabe, a estas alturas, sobre esa observación. Ninguna. Es solo una aseveración sintética para atomizar todo el malestar y las innúmeras situaciones cotidianas en las que se palpa tan funesta realidad. Y las catástrofes naturales que, lamentablemente, hemos vivido en las últimas semanas – el terremoto 8,2 en el Norte y el voraz incendio en Valparaíso- no hacen sino refrendar nuestro carácter inicuo. Si son tales nuestras fisuras estructurales, que cada cierto tiempo, en medio de la debacle, emerge aquel rasgo –intrínsecamente discursivo- que también nos distingue como país: nuestra “solidaridad”.
Concebimos que debemos comportarnos como comunidad al momento de las desgracias, porque durante el resto del año “cada cual se salva como puede”. Y este gesto de chovinismo, explotado básicamente por la estacionalidad de la circunstancia, nos lleva a creernos el “cuento” de que somos “un país solidario”. No, señor, usted no lo crea. Si quisiéramos abrazar ese rasgo e incluirlo en nuestra identidad nacional, habría que practicarlo siempre. Habría un transporte público diligente y una salud pública en las mismas condiciones; habría ciudades más amables con sus habitantes y no con vecinos de primera y segunda categoría; se advertiría una distribución horizontal de las ciudades, y no la obscena separación entre ricos y pobres que constatamos; lo público sería cuidado y respetado, porque serviría y no se confrontaría con lo privado, mundo que hoy se superpone y se considera como lo virtuoso. Percepción amparada por nuestro “exitoso” modelo neoliberal que se ha encargado de reducirnos y separarnos a ínfimos rezagos numéricos de retail. No sería necesario esperar una hecatombe para que aflorase el altruismo, porque en una sociedad de verdadera solidaridad y reciprocidades el impacto de algunas fuerzas naturales sería nulo. Pero, para los hijos y víctimas del olvido sistemático como modelo, la “generosidad” temporal es fundamental.
Con lo anterior, por supuesto, no me opongo a las genuinas muestras de fraternidad espontánea que se han manifestado durante estos días, especialmente tras el incendio de los cerros porteños. No, señor. Simplemente resulta curioso, al menos, que tanto la prensa como los ciudadanos empecemos a convencernos de que es nuestra idiosincrasia. Porque, aunque no nos guste, eso no es verdad. Es una mera construcción icónica sustentada por los medios de comunicación al calor de unos cuantos puntos más de rating y la coyuntura.
De todas maneras, ¿cuál es el verdadero Chile? ¿Es el de los 20 mil dólares per cápita? ¿El país que se prepara, ya endeudado hasta el cuello, para ir a ver a La Roja al mundial de Brasil? ¿O somos parte del Chile que lucha por su supervivencia en un sistema hostil? No lo sé. Aunque parte del verdadero Chile vimos en medio del caos. Tal vez sea el verdadero Chile aquel poblador que, en medio de las llamas, salva a su familia e intenta rescatar lo que con tanto esfuerzo ha logrado obtener; ha soportado, en la mayoría de los casos, miserias, hambre, esmirriados sueldos, mala alimentación y pocas horas de sueño. Realidad que nos mueve a pensar en qué país vivimos. A cuál de estos mundos posibles, que se conjugan entre nosotros abiertamente, pertenecemos, pues somos chilenos. Un galimatías complejo, bañado por el Pacífico.
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