Liderazgo es una palabra que nunca me ha acomodado. He hablado sobre ella, intentado ejercerla, la he he tenido que soportar para bien o para mal.
Es también una de esas raras palabras que no poseen un antónimo. Y quizás sea esto lo que me lleva a sospechar de ella desde hace tanto. No existe un contrario al liderazgo, haciéndolo desde lo filológico a lo filosófico un concepto ambiguo, una falacia y hoy, más que nunca, una palabra muerta.
En los buscadores, existen miles de resultados sobre el liderazgo, se agolpan los resultados sobre selecciones de libros sobre el mismo, haciéndolo uno de los temas de moda en el ámbito de los negocios, la política y el crecimiento personal. Se le entrega a este concepto responsabilidades y exigencias que cualquier demiurgo debiera mostrar. Pero principalmente, se urge del liderazgo una suerte de encarnación de valores y herramientas propias de los sistemas morales y reglas de lo político y ético, evidenciando una realidad que queríamos existiera, una sinrazón absoluta que exige la presencia de un guía espiritual y de acción, un jefe de guerra y de la toma de decisiones, que pudiera otorgarle sentido y praxis a una comunidad sin sentido comunitario, sin capacidad de reunión y acción colectiva aglutinante, algo así como que en tiempos de la primacía de la individualidad, lo único confiable es la razón de uno y nunca de lo colectivo, por eso requerimos a uno frente a todos, algo así como un “líder”.
Esta construcción propia del patriarcado, sabemos, ha muerto. Y su muerte tiene impactos no solo dentro de las discusiones académicas sino que influye y transforma la vida en el ámbito de los negocios, la política, la economía y la filosofía que nos asiste cada día.
Nietzsche anunció en reiteradas ocasiones la muerte de Dios. Establecía con ello el acto de muerte que los propios humanos le daban a los sistemas morales y también políticos, que rodeaban su existencia. Demasiada hazaña para un ser que no lograba darse cuenta de la grandeza de su acto. Igual cosa ha ocurrido con el rol y el concepto de líder. Le hemos dado muerte, pero le seguimos exigiendo resolución de los problemas que nos afectan a todos. El caso es que ya no está, o desfallece, y no podrá-porque nunca pudo- responder a ellos. El humano cansado está solo y deberá decidir, gestar y actuar por sí mismo.
Esta acción desde su mismo sabemos no genera ningún efecto por sí solo, mas, la suma de acciones tampoco deviene en una conducta mayoritaria predecible sino, en una trama compleja de derivaciones y resultantes nuevas y caóticas para las que debemos prepararnos y adaptarnos.
La muerte del liderazgo aparece como una disolución desde su creación. A veces más rápida y otras con tanta lentitud que parecía tener buena salud pero, a medida que la irrupción de las fuerzas del nuevo ciclo humano van apareciendo, el fulgor del concepto de liderazgo y la praxis del mismo se están transformando y dando paso a un paradigma distinto.
Esta construcción propia del patriarcado, sabemos, ha muerto. Y su muerte tiene impactos no solo dentro de las discusiones académicas sino que influye y transforma la vida en el ámbito de los negocios, la política, la economía y la filosofía
El entorno para la existencia del liderazgo requiere de un sistema normativo basado en fuerzas en pugna, un escenario propio del teatro griego, con actores, un dilema, coro y público que aplaude y sufre con la tragedia o la comedia de sus representaciones.
Hoy, nuestras sociedades muestran la ausencia de actores, en las constantes y contingentes crisis que nos toca vivir, un elemento se hace persistente: la ausencia de roles dentro de la acción, algo así como la emergencia de acciones y eventos pero sin roles que interpretar. Por ahí aparecen algunos pero que no buscan liderar y se comportan más bien como intérpretes de un discurso colectivo que se construye con tracto sucesivo, son estas personas manifestación de un otros que se activa y no de un individuo que racionalmente busca interpretar o representar el rol de líder.
Desde las primaveras árabes hasta la actual pandemia, las crisis que nos imperan han desnudado a todo nuestro sistema moral, político y económico, les han mostrado cómo son, sin bases sólidas, evidenciando la falsa racionalidad que fundaba todo nuestro modo de vida, la transparencia inundando las convicciones y secretos a través del discurso del experto se va quedando sin sustento al no tener respuestas ni explicaciones sobre las preguntas propias de la vida humana y los acontecimientos: qué son, cómo surgen y hacia dónde seguir. Preguntas a las que el concepto de liderazgo ha pretendido tener respuesta desde antiguo.
No hay confianza que depositar cuando el rol abandona la obra. Piense usted en los países como Estados Unidos que dejan a sabiendas de actuar en el concierto internacional, replegándose a la posición favorita del liderazgo representativo actual: la nada. Se muestran fuera de rol; si se fija en los países o estados más poderosos, nadie responde. No hay nadie en lo alto del balcón ni para saludar ni para mandar.
Es cierto que abajo no hay nadie para obedecer, al menos eso está demostrando la conflictividad desde hace años en forma progresiva y explosiva en el último quinquenio. Esto se explica a través de la liberación que se encuentran realizando las mujeres con la ola feminista, haciendo patente el derrumbamiento de la razón en el centro de la personalidad dejando el carácter individual del discurso para pasar a una forma nueva de discurso y de recomposición de los afectos en torno a la razón y la comunicación (Turraine), una sociedad en busca de cuidado (care), pero que anticipa que éste no vendrá desde arriba y cada vez más convencida que éste deberá venir en forma colectiva.
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nestormorales
Gracias J.A. por tu comentario. Es muy incisivo y lúcido. El liderazgo como comentas me parece que es un ritualismo que se disuelve cuando existen lo que llamas “buenos lideres”, ahi por lo general lo que habita son condiciones de participacion democraticas y cooperativas. Algo mas cercano a practicas bastante alejadas del liderazgo que el modelo racional proponen contra el que me parece el nuevo ciclo se rebela.
Un abrazo
N
J.A.
Confieso que he leído dos veces su columna, y me ha dejado reflexionando. No comparto parte de su visión, estimo que en parte es al revés, no ha muerto el liderazgo, pero agoniza, y con ello, el nihilismo gana terreno y cualquier ruido aglomera gente, estamos perdidos y lo único que atinamos es a destruir, los líderes verdaderos, los que tienen la capacidad de ver hacia adelante y construir escasean, también nos equivocamos, los líderes también son humanos no extraterrestres y por cierto, hay extraordinarias mujeres ejerciendo liderazgos en todo el mundo, nada que ver con el patriarcado. El problema es la capacidad, al igual que Ud. no me acomoda ser líder, parece que el resto no tenemos esas capacidad, pero a cambio se nos desarrolla otra en forma natural, una muy rara, destruir liderazgos.