Habrá quienes afirmen que la guerra del fútbol que se desató el año pasado y ha estado escalando en todo este tiempo no tiene mayor importancia, que es sólo un juego, que el destino del país no está en cuestión. Discrepo profundamente de esto.
Es bien sabido que la actividad lúdica es de gran importancia en el desarrollo de una persona. Lo es también en el caso de una sociedad. En ellas, no sólo interesa cómo nos educamos, nos vestimos y qué comemos. También la ocupación de nuestro tiempo, el cuánto trabajamos y en qué nos distraemos y nos entretenemos es un índice de calidad de vida de primera magnitud y relevancia.
El deporte, y en este caso el fútbol, es expresión de nuestros valores. Un juego en que entran en escena nuestra honestidad, nuestra entrega, nuestro compromiso. Nos enseña una relación de respeto ante el contrincante, es un intento de comunicación entre pueblos distantes, abre un camino de expresión a nuestras fuerzas y debilidades. Es una manera de mostrarnos al mundo y, de paso, desarrollar una perspectiva de contemplación a nuestras propias características.
Estimo que es una lástima que este juego haya caído bajo la férula del mercado. Se haya transformado en una mercancía que se compra, se vende o se alquila. Que haya mercaderes del fútbol, gente que mueve los hilos que rigen sus destinos con su pensamiento enfocado en llenar sus bolsillos a cualquier costo. Como en tantos otros campos, la mercantilización de una actividad entraba sus características primarias. Ya no se hace música por el placer de cantar, ya no se concibe el pensamiento puro ni el arte por el arte. Todo se somete a los dictados del royalty, de los derechos de autor, de las patentes y los registros de propiedad intelectual. No estoy negando que el autor tenga derechos y que ellos deban respetarse, pero me parece improcedente y nefasto que se transformen en una mercadería que se transe en el mercado y que los derechos terminen en manos de quienes no tienen nada que ver en la creación propiamente tal. Dicho de otra manera, que los goles de Alexis Sánchez se vendan a los espectadores a un determinado precio y no sean la alegre propiedad de todos.
En el marco de esta nueva lógica, era evidente que se iba a llegar a los extremos. El CDF, en vez de promover los valores deportivos, los arrastra al lodazal de las transacciones monetarias. Que en vez de filmar y entregar fútbol, se entrometa en su génesis, compre clubes, los venda y los prostituya. Que el teatro donde ocurra el deporte sea un burdel. Y todos sabemos qué nombre reciben aquellos que se dedican a la administración de lenocinios. Y cuáles son las leyes que imperan en esos medios: la estafa, el soborno y la amenaza.
Duele particularmente esto cuando entre quienes se dedican a esta miserable profesión encontramos gente que conocimos en otro plano, en la liza de la política verdadera y preocupados de las necesidades de la gente, en vez de la especulación y el agio. Ellos ahora – y espero que sea con un mínimo de legítima vergüenza – mantienen frente a la interpelación de los justos un estridente silencio.
Actualmente se desarrolla un combate sangriento entre quienes hacen del deporte el motivo de su codicia y quienes creemos que el deporte es vehículo de expresión, comunicación y sano esparcimiento. También ha quedado clarísimo quién está a qué lado. Quien es deportista y quien, explotador y expoliador del deporte. Sólo caber desear que gane el más mejor.
——————
Foto: jbelluch / Licencia CC
Los contenidos publicados en elquintopoder.cl son de exclusiva responsabilidad de sus respectivos autores.
Te invitamos a conocer nuestras Reglas de Comunidad