Si ahora que las aguas están calmas, nos permitimos una saludable cuota de imparcialidad para observar los efectos sociales cimentados por el fenómeno mediático de la Teletón, es ineludible concluir que por décadas hemos convertido a nuestro país en un ferviente devoto del principio maquiavélico en cuya virtud el fin justifica los medios.
Desde nuestra infancia, identificamos este apellido con la maldad extrema. Incluso en nuestro lenguaje si llamamos a alguien “maquiavélico”,no cabe duda que hablamos de una persona perversa. Es la palabra maquiavélico una rótula ofensiva derivada de la expresión “El fin justifica los medios”, atribuida al renacentista Maquiavelo como resumen de su pensamiento político.
Todos conocemos la más importante idea de Maquiavelo: el fin justifica los medios. Idea que no obstante su indolencia o en virtud de ella, trascendió las fronteras.
Aún cuando viene en el ADN de los chilenos la prohibición de criticar el fondo de la Teletón, con algo de miedo, nos hemos permitido criticar la forma, como se ha hecho durante los últimos años. Y sin perjuicio de considerar reprochable el medio ,la mayoría de los chilenos, concluye que la campaña para recaudar dinero es necesaria por cuanto en caso contrario, no se satisfaría el fin: la rehabilitación de los niños con discapacidad.
Tal como lo reafirma la ONU, la Teletón estigmatiza, crea un estándar de personas depositarias de la caridad y a mi juicio, fomenta la explotación emocional. Al imponer mediante la exposición pública la vida privada de los niños con discapacidad y de sus familias, haciéndoles cargar un peso más grande que el de Atlas pues de ellos, o más bien del resignado dolor que ellos puedan proyectar con sus aunque heroicas,“lamentables biografías”, depende alcanzar o no la meta pecuniaria fijada.
La dignidad, que en cuanto seres humanos les es inherente a las personas con discapacidad, me permite analizar con un enfoque de Derechos Humanos los efectos sociales y culturales causados por la Teletón en su campaña para reunir dinero. Pudiendo llegar a la conclusión, que el espectáculo mediático subsiste en base a la explotación emocional de las personas con discapacidad. Desnaturalizando la discapacidad y a su vez, naturalizando la discriminación.
El niño símbolo no puede ser cualquiera. Debe ser uno cuya familia, esté dispuesta a ignorar los derechos fundamentales que la Convención Internacional de los Derechos del Niño consagra para su hijo con discapacidad. Y a exhibir su intimidad por todos los medios. Y que el niño, esté siempre contento para que bajo la dirección de un desfile de adultos, genere en el público tal conmoción que lo empuje a hacer sus donativos so pena de tener que soportar el martilleo culpable de sus conciencias, por no haber colaborado a la mantención de la sonrisa incondicional del pequeño símbolo que “pese a su desgracia”, nos enseña a salir adelante y nos convierte en un país “solidario”.
El niño símbolo no puede flaquear en su alegría y potente personalidad. En su inagotable energía para vivir rehabilitándose en público mientras los otros niños, los que no tienen discapacidad, ejercen con plenitud su derecho a la privacidad, a llorar y a cansarse, a jugar, a decir que no o a ver por la televisión el show de la Teletón junto a sus familias, que sin duda nunca los expondrían a tan injusta y estresante carga, y que les enseñan a ser agradecidos porque tienen todo lo que le falta a ese niñito, que pese a su sufrimiento, es capaz de estar siempre contento y dispuesto. Germinando de así, la naturalización de la explotación emocional. Porque si el niño símbolo flaquea, ni él ni los otros niños con discapacidad tendrán rehabilitación.
Tal como lo ha reafirmado la ONU, la Teletón estigmatiza, crea un estándar de personas depositarias de caridad y, a mi juicio, fomenta la explotación emocional, al imponer mediante la exposición pública la vida privada de niños con discapacidad y sus familias, haciéndoles cargar con un peso mas grande que el de Atlas, por cuanto de ellos, o mas bien, del resignado dolor que ellos puedan proyectar con sus, aunque heroicas, "lamentables biografías", dependerá alcanzar o no la meta fijada.
En los últimos años, ha sido pública la crítica al espectáculo caritativo que desde hace décadas, es la piedra angular del espíritu solidario de los chilenos. Si bien, esas críticas han generado discusiones relativas a optar o no por el respeto pleno a la dignidad de los niños con discapacidad (el medio) o, bien, continuar optando por la recaudación de dinero a costa de ella (el fin). Es lamentable constatar que la explotación emocional arraigada en nuestro comportamiento social es tan transversal, que las propias voces que se alzan en contra de la Teletón desde un activismo sin base en la sociedad civil, han contribuido con su poco cuidadoso y arbitrario discurso, a perpetuar el círculo. Imponiéndoles cargar con responsabilidades morales colectivas a condición de ser o no incluidas en la sociedad. Replicando el modelo condicionador de niño símbolo que se repite en colegios, universidades, empresas, todos los espacios que inspirados en la caridad y no en los derechos, los chilenos abren a la magra participación social de las personas con discapacidad.
Leí una columna, cuya autora es una persona con discapacidad y se identifica como activista por los derechos de las personas con discapacidad y opositora a la Teletón, denominada: “Ley de cuotas un mal necesario”, publicada a raíz del día del trabajador. En ella, la autora denuncia la falta de oportunidades laborales para las personas con discapacidad. Y sostiene: “Al observar esta realidad me he dado cuenta que pagan justos por pecadores”, explica esto afirmando: “Una gran cantidad de personas en situación de discapacidad que tienen trabajo, tienen todas las condiciones laborales para poder desempeñarse, pero como todo ser humano irresponsable, llegan atrasados, avisan por Whatsapp que no van a ir a trabajar y lo que es peor aún, renuncian por Facebook”.
Si bien, la autora responsabiliza de esta realidad en gran medida a la Teletón, en sus opiniones se ampara en juicios que replican la consolidada práctica social de explotar emocionalmente a las personas con discapacidad, quienes según se desprende de la columna, deberían guardar un simbólico y excepcional comportamiento laboral, agradecido y devoto, hasta extremos tales como no poder llegar atrasadas. Tampoco deben (como gracias a la tecnología hacen muchos), avisar por whatsapp que no podrán llegar a trabajar. Respecto a la renuncia al trabajo por Facebook, aunque no conozco ningún caso semejante, queda a mi juicio entregado a la autonomía de la voluntad del trabajador, el arbitrio de renunciar a sus derechos laborales. En efecto, imponer a los trabajadores con discapacidad el peso gigante de esforzarse de manera ejemplar y mucho más que los otros trabajadores, porque de ellos depende que las demás personas con discapacidad se validen socialmente para conseguir un trabajo, no dista mucho de la exigencia que se impone al niño símbolo de la Teletón, quien no debe flaquear porque si lo hace, no se logra la meta en dinero y por consiguiente, no hay rehabilitación ni para él ni para los demás niños. Análogamente y conforme al razonamiento que impulsa la explotación emocional en forma maquiavélica, si el trabajador con discapacidad flaquea, no hay más trabajo ni para él ni para las demás personas con discapacidad.
Que el fin justifique los medios, es a mi juicio una idea enquistada en nuestra sociedad que debemos cortar como hizo Alejandro Magno al Nudo Gordiano.
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jose-luis-silva
Señora observe la cantidad de niños discapacitados atendidos y la calidad de esa atención que había antes de la teletón y compare. Despues cuentele este cuento de Maquiavelo a las miles de familias con hijos con discapacidad que se pueden atender sólo gracias a que existe la teletón, a ver que dicen ellos.
Saludos
jose
Al final los puntos de vista en la libertad de expresión son validos,pero por mucho que se hable de la victiminizacion,esa es la realidad,las personas que critican sin ser beneficiarias del sistema pueden decir lo que se antoje y señalar lo malo.la realidad es dura y en lo personal esa realidad televisada es la que se da a conocer 1vez en el año,gracias a eso puede haber un poco de conciencia en que el sistema para quienes tenemos hijos con discapacidad no te ayuda al contrario he perdido trabajos en el motivo es por el contanste permiso de llevar a mi hija a teleton,me siento agradecida de que mi hija se sienta cómoda con niñas con sus mismas dificultades y compartan y se rían ,cada niño tiene una historia de familia que lamentablemente es dura,pero bueno para quienes hablan de los dientes para afuera que apuntan doy por segura que jamas han pisado teleton. No concuerdo en explotar la historia de un niño,mi hija se opero hace poco,no tuvo costos para nosotros ,mi hija esta feliz ,conoció una amiguita que nació con lo mismo de ella, he hizo amistad que no tiene en su escuela, por que en mas de una oportunidad le ponían sobrenombres sus compañeros por usar bastones, que bueno que recalquen que almenos uno se saca la mierda como trabajador por que doy el 100% para que jamas me digan me hacen un favor,al contrario me digo ami misma que yo se lo hago gracias jose Luis silva larrain saludos
Claudia Gonzalez
Muy buena tu tesis y la explicación que das. Cada vez el espectáculo de la Teletón pierde totalmente el sentido final, sucumbiendo a beneficiar a las empresas a través del consumismo extremo. Asimismo, el poco respeto de los derechos humanos de las personas discapacitadas, mostrandolos como objetos de feria para dar pena y culpa ha llegado a un nivel de morbo que debiese ser censurado. El fin en estos casos, no justifica todos los medios que se utilizan para humillar en vez de dignificar al ser humano que está tras una silla de ruedas