Con la llegada del coronavirus no quedó más remedio que surfear en un mar picado. Las universidades, que durante las vacaciones de verano se reforzaron con torniquetes de acceso para enfrentar la crisis social, se vieron totalmente sorprendidas por esta nueva ola que apareció por los flancos.
A principios de marzo los planteles decidieron migrar toda su actividad hacia el formato online para disminuir las posibilidades de contagio en la comunidad estudiantil. Pero esa decisión trajo consigo tensiones a distinto nivel.
Algunos profesores, acostumbrados al dinamismo histriónico de las clases presenciales, se quejan de las largas horas de impartición estática frente al computador. Otros, con cátedras en varias universidades, reclaman contra cada uno de los softwares que deben utilizar para realizar sus sesiones. Los profesores que hacen prácticas clínicas en terreno (especialmente en las áreas de salud, rehabilitación y veterinaria), miran hacia el techo esperando el final de la crisis.
Del lado del alumnado, el principal reproche tiene que ver con el pago de aranceles. Muchos sencillamente no ven ninguna lógica en seguir pagando la mensualidad para financiar una infraestructura subutilizada («¿por qué pagar si el campus está cerrado»?). Además reclaman que la educación remota tiene bajo estándar de calidad.
Eso ha llevado a algunos jóvenes a promover «paros online», pero los planteles han respondido con chips de conexión gratuitos y facilidades económicas para mitigar el descontento.
La movilidad académica internacional también se ha visto afectada. Si el estallido social de octubre fue un disuasivo para «vivir una experiencia internacional» en Chile, el coronavirus fue su tiro de gracia: la mayoría de los pocos entusiastas que llegaron no tuvieron más remedio que re-empacar sus maletas. Y los que se quedaron están viviendo un desagradable «encierro online» y están lidiando con las confusas restricciones de tránsito, cuarentena, toques de queda y salvoconductos en un país ajeno.
En general, el «ecosistema» de la movilidad internacional (universidades, embajadas, consulados y organismos de apoyo financiero) está sufriendo las consecuencias del cierre de fronteras: los trámites consulares de visado y las postulaciones a becas (p.ej, Alianza del Pacífico y Becas Santander) quedaron suspendidas de forma indefinidda.
Los planteles, sin excepción, están aprovechando el clima de opinión pública para ganar espacios en la prensa, poniendo a sus académicos en pantalla para que entreguen su opinión experta en medio de la crisis
De todas maneras, en medio de este escenario, se han visto algunas oportunidades a nivel comunicacional. Los planteles, sin excepción, están aprovechando el clima de opinión pública para ganar espacios en la prensa, poniendo a sus académicos en pantalla para que entreguen su opinión experta en medio de la crisis. Por fortuna, la suspensión de actividades presenciales no ha afectado a los equipos de prensa de las universidades, ya que la gestión de entrevistas y notas de prensa puede continuar sin alteraciones por vías remotas (correo, teléfono, etc).
Algo similar ocurre con los equipos de comunicación digital, que pueden administrar todo el contenido de la universidad desde sus propios hogares. En momentos de cuarentena, los webinars se han popularizado como nunca. La Universidad Adolfo Ibáñez reenfocó todo su contenido en LinkedIn para promocionar sus seminarios online; la Universidad Andrés Bello organizó una conferencia con médicos chinos desde la zona cero de la pandemia y la Universidad Católica ofreció un análisis sobre la realidad política de Estados Unidos a raíz de la emergencia sanitaria. A esto se suman otros planteles nacionales y extranjeros que están haciendo grandes esfuerzos para proveer de contenidos durante el encierro de cuarentena.
Caso distinto es el de los equipos de marketing y producción de eventos institucionales. Mientras los primeros han visto serias dificultades para encontrar el tono adecuado para promocionar programas académicos con la gente en sus casas, los segundos están sufriendo las consecuencias de la suspensión de actividades. De todas maneras, existen algunos ejemplos destacables, como el de la Universidad Alberto Hurtado, que reaccionó rápidamente durante la segunda quincena de marzo, haciendo cambios en su pauta publicitaria radial para entregar recomendaciones de autocuidado en lugar de promocionar sus diplomados.
Como vemos, las universidades (al igual que empresas y organismos públicos) se han visto obligadas a reaccionar bajo una enorme presión durante esta crisis sanitaria. Los problemas que se han reportado se solucionarán conforme sus autoridades, alumnos y académicos se adapten al nuevo escenario, pero es innegable que las universidades son un aporte fundamental en la construcción de la opinión pública en momentos de crisis. En este sentido, el desafío, aparte de entregar una educación de alto estándar, consiste en mantener una presencia activa en la prensa y los canales digitales, no para vender programas académicos, sino para alojarse en la mente de las personas a través de contenido educativo, informativo y experto.
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