Yo una vez tuve una amiga. De tiempos inmemoriales, cuando mi vida transcurría por los nortes de Chile, allá entre Iquique y Arica donde la nacionalidad se funde en multiplicidad de acentos, matices y orígenes, esencialmente vinculados a las culturas altiplánicas.
En ese tiempo, uno de mis hermanos estaba casado con una muchacha boliviana. De Oruro, más específicamente, no de Santa Cruz. Con esto espero se comprenda que ella, mi cuñada, era portadora de rasgos altiplánicos que dejaban en claro su origen cultural y territorial.
Caminando un día por las calles de Arica, nos encontramos mi amiga, mi hermano, su esposa y yo. Luego de conversar unos breves momentos, mi amiga me dice con voz cariñosa: “Pato, tienes razón. Tu cuñada es bolivianita”.
No sé si la cara que puse le dio a entender mi sorpresa por sus palabras, pero intentando ser cuidadoso le respondí: “amiga, mi cuñada no es bolivianita. Mi cuñada es boliviana, lo cual es un gentilicio y se utiliza para definir a las personas que nacieron en Bolivia. No es un estigma ni una tara para que uses el diminutivo como sintiendo lástima”.
Tal aclaración se sustenta en que estoy seguro de que si el país natal de la esposa de mi hermano hubiese sido Argentina, no me habría dicho mi amiga “Pato, tienes razón. Tu cuñada es argentinita”. O norteamericanita. O alemancita.
Muchos diminutivos que se utilizan para referirse a las personas, más allá del cariño que a veces éstos representan, esconden un dejo de lástima, para quitarle, de esta forma, la dureza que asumimos tiene el tener determinada condición u origen. Ahí están las gorditas, los negritos, las peruanitas, los cieguitos. Esto, indefectiblemente, integra una especie de superioridad de quien lo expresa con respecto de quien recibe el apelativo. De ahí la lástima que contiene.
En este caso, el mecanismo discriminatorio está sutilmente instalado en la persona, quien lo utiliza casi sin darse cuenta. Pero es inconsciente y no tiene la intención manifiesta de vulnerar al otro. Por eso mi respuesta a las palabras de mi amiga fueron de corrección pero con cariño, entendiendo que en sus expresiones no había mala intención. Sólo fue para explicar que muchas veces, sin darnos cuenta, somos portadores de expresiones y actos que aportan a la segregación.
Es muy distinto si alguien en una conversación me dice “el homosexualismo es una enfermedad y los homosexuales están enfermos. Y la mejor solución para que se les quite es haciéndoles ver, de distintas formas que están mal y que incluso su problema es contagioso. En eso encarcelarlos es una opción o castrarlos y enviarlos a una isla”. Probablemente en este caso ficticio (aunque la frase recreada no está muy lejos de la mentalidad de algunos ciudadanos de este lindo país que llamamos Chile) mi respuesta no sería tan condescendiente. Sería, quizás, un duro y poco tolerante “oye, vos estái mal de la cabeza”. Esto porque en este caso no hay un atisbo de actitud discriminatoria inconsciente, hay expresamente la intencionalidad, aunque sea a través de la expresión, de vulnerar al otro.
Es aquí cuando soy tan tolerante que a mí mismo me tolero el ser intolerante con actitudes de violencia simbólica con otros.
Recordé todo esto con el chiste del Presidente Piñera sobre las mujeres y los políticos. Se ha hecho un análisis descarnado de lo que dijo y lo que quiso decir el Primer Mandatario con eso de que “cuando una mujer dice que sí, no es una dama”.
Seamos claros: lo que dijo alude a que las mujeres que deciden libremente tener sexo con el hombre que quieran (o mujer incluso) no merecen el honroso apelativo de damas. Algo que no se dice de los hombres, por cierto.
Díganme poco duro con la discriminación de género pero creo sinceramente que en este caso, aunque se equivocó, no había mala intención en Piñera. Es un comentario machista, pero no de un calibre de intencionalidad vulnerante. Claro que son éstas las formas en que mejor se transmiten los prejuicios, porque pasan como inocuos y no hay que permitirlo tampoco, pero este caso amerita una corrección dejando en claro la discriminación subyacente. En todo caso, donde sí está completamente equivocado Piñera es en no reconocer que es ésta una frase poco feliz y que reproduce un sistema sexista a favor de los hombres. ¿No puede decir simplemente “me equivoqué pero no hubo mala intención” y acto seguido comprometerse personalmente a evitarlo en el futuro, considerando su calidad de jefe de Estado?
Hoy por hoy creo que el error de Piñera no está esencialmente en el chiste fome que dijo en México. Está esencialmente en no entender cómo funcionan las sociedades y, si lo entiende, en no querer reconocer que se equivocó y que debe enmendar el rumbo. Porque así como la discriminación, la arrogancia también es también un mal que debemos extirpar.
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Foto: Gustavo Pimenta / Licencia CC
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