La Cámara de Diputados decidió legislar la despenalización del aborto en al menos tres causales: ante riesgo de vida para la mujer, inviabilidad fetal y violación. Es el primer paso para retirarnos de la vergonzosa lista de los siete países que prohiben el aborto bajo toda circunstancia.
Aunque ya hemos sido testigos directos de decenas de debates y argumentos a favor o en contra del aborto en la televisión pública durante estos últimos meses, no debemos jamás desatender nuevos argumentos -tanto para una u otra postura- que puedan contribuir a la discusión. En ese sentido, en una pequeña -pero profunda- reflexión, el biólogo y filósofo chileno Humberto Maturana, analiza la siguiente pregunta: ¿cuándo se es humano?Por último, nos invita a ver en la mujer la completa realización de un ser humano autónomo, capaz de asumir la más noble de las responsabilidades: decidir ser madre y guía de otro ser humano.
En una clase de Derechos Fundamentales -específicamente sobre el derecho a la vida- nos invitaron a reflexionar sobre el momento en que se iniciaba la vida humana. Se expusieron las clásicas posturas que fijan el comienzo de la vida desde la concepción o desde la formación del sistema nervioso central. El ejercicio apuntaba a discutir y a adoptar una postura sobre el momento exacto -desde el plano fisiológico- en el que el embrión desarrolla su identidad humana.
Sin embargo, Maturana propone algo distinto: somos seres culturales, no meramente biológicos. Nos convertimos en humanos en el ámbito del vivir cultural, es decir, en el cruce entre el lenguaje y las emociones. Esa culturización del embrión o feto surge cuando el embarazo comienza a ser un estado deseado por la madre. La humanización no es solo un fenómeno fisiológico.
Esta reflexión nos invita a replantearnos el debate sobre el aborto y la protección del que está por nacer. Rescata a la mujer del lamentable y misógino título de mero objeto reproductivo y le entrega el espacio que merece para reflexionar sobre su deseo de sentir al embrión que está dentro suyo como a su hijo, y ella a sentirse como la madre que lo querrá y protegerá.
Nos invita también a librarnos de la religión, cuyo discurso ha perpetuado la posición dominante del hombre y de sus instituciones sobre el cuerpo de la mujer, confundiéndonos por siglos con una pregunta que admite la legitimidad de respuestas basadas en creencias y no certezas. Por último, nos invita a ver en la mujer la completa realización de un ser humano autónomo, capaz de asumir la más noble de las responsabilidades: decidir ser madre y guía de otro ser humano.
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