Asustarse sí, pero sorprenderse porque el lumpen delictual sale a la calle en medio de un movimiento social, es no entender el guión de tales estallidos espirituales. Los movimientos sociales están para sacudir y ventear el clóset; para destapar y mostrar las grietas, donde, en la oscuridad, vive ese ser deforme que solo quiere destruir y quemar, que sin saberlo ansía venganza contra lo público. Que a fin de cuentas no es más que un producto del sistema contra el que el movimiento, con justa razón, se revela. Arrepentirse ahora, porque la ciudad arde, es una paradoja, pues el fin del movimiento es precisamente revelar la fisura, sorprendente al ojo público. Solo siendo revelada la enfermedad puede ser sanada y ha sido revelada del modo más terrible!
A ese ser, lleno de deseos de destrucción lo controlará el militar y el policía tarde o temprano. Pero ese ser que se cría en la oscuridad de la pobreza no es el único peligro de nuestro tejido social, no es el único síntoma de la enfermedad detectada, hay otro ser oculto que ansía lo mismo, a saber, destruir y apropiarse de lo público. Se quiere adueñar de todo y su hambre no tiene limites: para él todos los otros ciudadanos son solo medios para sus fines. Y cuando el tejido social se remueve el también sale de su escondrijo oscuro, de su partido conservador, de su universidad ultracristiana, de su empresa del abuso. Él y el que quema un Supermercado quieren lo mismo, solo que él tiene un poder mucho mas profundo. Cuando él ataca, perdemos la salud, la educación, las carreteras, el agua, los glaciares, los bosques, su avance no puede ser detenido con lumas ni lacrimógenas.A nosotros nos queda solo no rendirnos, juntarnos, hablar, confiar y manifestarnos nuevamente cuando el tiempo sea propicio.
En este momento, en los medios de comunicación, se ve la batalla entre estos dos seres iguales. Ambos ven su oportudinad. En la arena de batalla de la televisión, el ciudadano normal no tiene cabida.
A nosotros nos queda solo no rendirnos, juntarnos, hablar, confiar y manifestarnos nuevamente cuando el tiempo sea propicio.
Un buen punto de partida, por ahora, es aprender a distinguir el remedio de la enfermedad: el movimiento social, hoy más que nunca, no es lo mismo que la rabia que quema la ciudad. Sabiendo esto, nuestro manisfestarnos no debe tranformarse en una herida para que algunos de estos seres haga su nido nuevamente.
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