Hasta solo 15 años atrás, en las estrechas callejuelas de los cerros patrimoniales Concepción-Alegre, aun podían verse a rubicundos ancianos (nietos o bisnietos de los constructores de aquella arquitectura europea que tanto llama la atención) comprando en los boliches del Jano, La Fernandita y otros ya desaparecidos.
En los Paseos Gervasoni, Atkinson o Yugoeslavo, mirando a la bahía, sentados en los 14 Asientos, en el Ascensor Reina Victoria, en Templemann, Alvaro Besa, Higueras, Miramar, Papudo o Abtao, esos viejos recordaban la lejana infancia en el “Mery Hill”, y lo hacían en las lenguas de sus antepasados alemanes, ingleses, franceses o italianos quienes nunca lo dejaron de hablar en sus hogares.Aquellas hermosas callecitas adoquinadas, esas bellas escalas repletas de geranios son ahora, por obra y gracia de la ambición, la máxima expresión del mal gusto, un fatal híbrido entre Barrio Italia, Bellavista, Alonso de Cordoba y Brasil.
Cada domingo a las 19 horas se reunían en el tradicional concierto de órgano de la vieja Iglesia Anglicana, por segunda vez en el día pues muchos de ellos se habían encontrado en la misa de mediodía en la Iglesia Luterana o en San Luis Gonzaga.
Eso ya no existe: “ya era”.
Las inmobiliarias y una legión de carroñeros snobs y otros especímenes santiaguinos vieron que a aquellos viejitos les estaba quedando poco tiempo en este mundo (…y en el cerro codiciado) y les hicieron ofertas tentadoras por sus lindas casas europeas que una y otra vez habían sido fondo ideal para la publicidad del retail, ahorrando a las agencias un oneroso viaje al Viejo Mundo.
Aquellas hermosas callecitas adoquinadas, esas bellas escalas repletas de geranios son ahora, por obra y gracia de la ambición, la máxima expresión del mal gusto, un fatal híbrido entre Barrio Italia, Bellavista, Alonso de Cordoba y Brasil.
Ya usted no verá a la viejita alemana barrer el frontis de su casa construida a imagen y semejanza de la de su bisabuelo en Dresden o Bremen: con las lucas compró un estrecho departamento en Viña, y ni siquiera con vista al mar, si no con vista a los cerros donde se concentra la mayor cantidad de campamentos de todo Chile.
Tampoco apreciará mamparas inundadas por la multicolor luz de los vitrales: en aquellos lugares bañados de luz y macetas hoy se exhiben acrílicos y led que anuncian las tarjetas con las que se puede pagar el consumo.
Proliferaron como callampas las tiendas de chucherías, galerías de “arte”, restaurantes clones de Las Condes y Vitacura y en general todo lo que el mal gusto capitalino pudo instalar para hacer sentir como en casa (no había necesidad: para eso siempre existió Viña del Mar) a las hordas de turistas capitalinos de fin de semana.
No se pudo, o no se quiso, conservar, apreciar cómo debía ser un sector que representaba fielmente la inmigración europea del siglo XlX en Chile.
Qué pena, tal como en el Retrato de Dorian Gray: “su propia belleza fue su ruina”.
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