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Aproximaciones éticas al quehacer periodístico (I)

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No es extraño afirmar que actualmente los medios de comunicación están al servicio de la política. Claro está que no todos los medios de comunicación en particular, pero sí el rubro en términos generales. También es claro que preferentemente, el servicio mencionado es la política partidista, pero ¿no es acaso, esta política la que impera hoy en día? Lo cierto es que si se afirma que el periodismo ha perdido su autonomía, probablemente los argumentos a favor no escaseen. Veamos una breve aproximación al respecto.

Si en un momento la discusión se centró en la escisión entre moral y política, ahora se centra en la indivisibilidad entre política e información, lo cual no deja de ser paradójico en tanto que esta última se convierte en un medio de las razones de Estado al abandonar su cariz ético como un fin a perseguir en pos de la verdad. Así, si la identidad del periodismo se forja en la relación que establece con aquello que investiga, puede hablarse de una distinción entre información y espectáculo. No obstante, si la identidad del periodismo se sustenta en la influencia que lo investigado ejerce sobre él –en este caso, la influencia de la política–, los límites entre información y espectáculo se difuminan, con lo cual el quehacer periodístico pierde su autonomía como sistema de investigación, crítica y difusión de contenido.

Ahora bien, esta autonomía que prevalece cuando el periodismo se reconoce con independencia de lo político, no se refiere al periodismo independiente, ya que aún en estos casos, el quehacer de quien investiga tiene motivaciones de carácter político, en tanto que son asuntos que competen a las personas. La autonomía a la que este argumento alude es al ejercicio periodístico guiado por sus bienes internos, los cuales definidos como fines en sí mismos, se sobreponen a las exigencias contextuales de lo investigado para acercarse lo más posible al ideal de verdad que se busca al transmitir información.

Es por ello que la crisis en los medios de comunicación vista como una saturación del mercado se interpreta como una crisis de credibilidad. Si bien es válido argüir que el individuo receptor de la información es siempre responsable por el conocimiento que construye a partir de aquello que percibe, lo crucial en este aspecto es que la crisis en los medios ha degenerado en una homogeneización del lenguaje compartido por la opinión pública. Como resultado, mientras más fácil es el acceso a información como espectáculo, más difícil lo es si se desea información como contenido crítico sobre un tema en particular.

La homogeneización del lenguaje se ejemplifica en la anomia política de la masa ciudadana, en la creciente tendencia a generar un periodismo casero amparado en las tecnologías de la información y la comunicación, y por sobre todo –y con esto retomamos la influencia de la política en el periodismo–, en la mayor difusión de aquella información que siendo parte de la forma, es tratada como contenido. Las peripecias tragicómicas de los gobernantes de turno, los dimes y diretes de la última Cumbre, los datos curiosos de la visita oficial a un país en desarrollo; en suma, aspectos que eclipsan cuestiones democráticas de índole ciudadano y que contribuyen a que la búsqueda de información fidedigna pierda su norte o se polarice con la incorporación de medios de comunicación radicalizados.

En este sentido, cobra especial relevancia el rol de la opinión pública en la conceptualización de la democracia y en la construcción de espacios donde ejercerla. Y más profundamente, la relación entre opinión ciudadana y democracia deliberativa puede ser el punto arquimédico desde el cual el quehacer periodístico redefina sus propósitos y motivaciones. De igual modo, frente a la cuestión por lo que puede o debe hacer la opinión publicada, es preciso recurrir a lo que se entiende por situación actual y por situación futura. Al respecto, pensadores como Alain Touraine o Byung Chul Han arremeten en la reflexión sobre los escenarios actuales, criticando el monopolio que los grandes sistemas de poder ejercen sobre los bienes y sobre las personas, con la consecuente estandarización de prácticas y saberes y la unilateral determinación del futuro de la sociedades occidentales en el marco de la globalización y la economía financiera.

De lo que trata esta postura es acerca de la escisión entre el hombre como un ser histórico y las maneras en que éste interpreta su entorno para continuar construyendo su historia. Así, por ejemplo, un periodismo normado por esta mancomunión entre lo global y lo económico contribuye a que la percepción del mundo que los ser humanos hacen, esté mediada por cuán conveniente es la información recabada. Así, dicha información pierde su carácter teleológico, transformándose en un recurso a disposición de intereses extrínsecos al hombre.

Así mismo, las reglas de organización social que antaño se orientaban hacia la integración de los individuos en ámbitos políticos, religiosos, de divertimento o cualquiera que proveyese un espacio para la reunión y la deliberación informada, ahora han dado paso al individualismo atomista, lo cual sumado a una política que se mediatiza y se torna manipuladora de la realidad social, desencadena un proceso de anomia política. La misma anomia que ya adelantaba Daniel Bell en la década de 1970 con la consecuente pérdida de cívitas[1] y que Victoria Camps ejemplifica en la actualidad en la figura de una sociedad civil sumisa, poco participativa y con una débil consciencia ciudadana.[2]

Por tanto, si lo que se desea es atender a lo que puede o debiera aportar la opinión publicada, habrá que atender paralelamente a que la labor de la política es una labor interpretativa del sentir social y como tal, debe estar constantemente sujeta a escrutinio público. No obstante, pareciera que este escrutinio ha sido evitado con motivo de la calidad del espectáculo que el periodismo exhibe, no siendo posible concebir que existe una crisis de opinión pública. Y es que al hablar de crisis desde el punto de vista de la sociedad civil, no se habla de otra cosa que de democracia y referirse a ella es referirse a la confrontación de diferencias que la definen y a la búsqueda de espacios donde tratarlas y buscar acuerdos. Es por ello que la opinión publicada necesita de diversidad de espacios donde plantearse y ha de definirse por la provisión de múltiples perspectivas que contribuyan a la confrontación de las diferencias y a que sea la opinión pública quien ejerce influencia sobre la política y no al revés.

Por otra parte, como toda empresa, la periodística cuenta con bienes internos que han de guiar el quehacer de la profesión. Si estos bienes se instrumentalizan, se da paso a un periodismo orientado por la ganancia y por un prestigio ajeno al valor informativo que cada individuo informado reconoce en la labor periodística. Sin ética, el periodismo como un campo informativo se transforma en un campo productivo, donde interesa más la generación de datos que la construcción de conocimiento. Repercusiones sobre esto puede haber varias. Por una parte, al privilegiarse los bienes externos como motor de la acción, la concepción de libertad de expresión se redefine en función de la garantía de éxito que puede conseguirse si se vende más o si se vende menos determinada información. Si esta información genera un impacto en la manera en que los individuos interpretan y critican el mundo, es un aspecto que pasa a segundo plano. El derecho a la información se supedita a la generación de la información propiamente tal, pudiéndose argumentar a favor de la creencia en que el individuo a informar es un sujeto influenciable y cuya opinión pública se determina por la opinión publicada.

En suma, lo que esto plantea es que la decisión por orientar la labor periodística por los bienes internos o por los bienes externos se define como la fuente de la ética del campo informativo. Por tanto, la particularidad que puede tener la ética aplicada a la empresa en este campo, es sencilla y profundamente la de abogar por que el quehacer de quien investiga un hecho sea un quehacer profesional en el sentido amplio del término. Es decir, que además de actuar con fidelidad a los principios y prácticas del conjunto de individuos que conforman el campo informativo, ponga el énfasis en la calidad servicio prestado como proveedor de información. Por supuesto que la obtención de ganancias por la información que se difunde no ha de desconocerse, pero con un enfoque ético, estas ganancias son vistas como un elemento mediado por la justicia, en tanto que es justo recibir determinada retribución siempre y cuando esta no se convierta en el fin por el cual se presta el servicio periodístico.

Sin ética, el periodismo como un campo informativo se transforma en un campo productivo, donde interesa más la generación de datos que la construcción de conocimiento

El foco está en el hombre

¿Se ha transformado el periodista en un instrumento a través del cual los hechos son transmitidos a la opinión pública? Es tal la cantidad de información existente en el mundo actual, que el periodista puede carecer fácilmente de los espacios y del tiempo para hacer un filtro interpretativo de los acontecimientos. Como resultado, su labor se reduce a mostrarlos en bruto y no tal y como el sujeto a informar lo ha determinado mediante su opinión e influencia. Con ello, se torna cada vez más complejo y complicado determinar –si quiera, reflexionar– respecto a la realidad y la idealidad del periodista, ya sea en su variante como sujeto redactor, como sujeto que opina.

Así, y retomando a la cuestión sobre los bienes internos, la descripción no se traduce en que el escenario ideal es necesariamente uno donde el periodista difunde una información interpretada en términos subjetivos e individualistas desde la propia perspectiva, sino más bien, que se ha perdido la capacidad para controlar lo que se investiga y la responsabilidad por lo difundido se diluye a medida que se acrecientan los datos sobre tal o cual suceso. En un escenario ideal, la línea editorial debería constituirse como este filtro interpretativo, pero un filtro que se defina por la influencia que ejerce el sujeto a informar.

Por ejemplo, para el caso del periodista de redacción, la labor es compleja en tanto que realiza su labor con independencia de si lo que redacta es verdadero o falso. Con una primacía de bienes externos, esto carece de importancia y prevalece la redacción propiamente tal. Algo similar le sucede al periodista de opinión, en lo referente a que cualquier acontecimiento adquiere valor como mercancía por el mero hecho de ser difundido. La indagación en las fuentes y particularidades, y la consecuente crítica que contribuye a la generación de opinión, se diluyen en la mecánica de la constante transferencia de datos con fines económicos de la empresa.

Por su parte, lo posibles bienes internos a cada uno tienen que ver con dar respuesta a determinados sentires del sujeto a informar, con atender a la necesidad del individuo de contar con recursos para interpretar el mundo en el que vive y con lo cual aquello que se redacta y aquello sobre lo cual se opina, deben corresponderse con los perfiles de los individuos receptores de la información. El filtro interpretativo antes mencionado es el que permite que los datos y la información se transformen en conocimiento. De este modo, el periodista de redacción y el periodista de opinión no sólo dan cuenta de su labor informativa, sino que además se hacen responsables por ella y por la opinión publicada. Como un resultado, la empresa periodística asume un rol protagónico en la generación de espacios de diálogo social, donde la opinión pública y la opinión publicada entran en coherencia.

En suma, de lo que trata este filtro interpretativo es de la autorregulación periodística. Y más concretamente, una pregunta clave que permite dilucidar el cariz de la autorregulación periodística remite a los motivos por los cuales ésta se aplica. Es en función de ellos que el quehacer periodístico encuentra orientación y se forja en una relación armónica entre pros y contras. Así, si las fuentes de la autorregulación son los bienes internos de la práctica periodística, habrá más pros que contras, y estos últimos podrán ser corregidos dada la primacía de los factores intrínsecos del campo. Por el contrario, si la autorregulación responde a bienes externos, aun cuando ésta exhiba ventajas para el ejercicio profesional, los contras tendrán un mayor impacto al corresponderse con la influencia de elementos extrínsecos, como la instrumentalización de la información con vistas a la ganancia o la creencia en que la voluntad de la ciudadanía puede moldearse según criterios de corte económico e intereses particulares.

Con todo, los pros de la autorregulación atienden a generar un campo informativo que se sustente en la relación dialógica de los individuos entre sí y de ellos con el fenómeno observado. Desde esta perspectiva, la autorregulación periodística implica un constante estar alerta a la veracidad de los acontecimientos y a la calidad del criterio que se forja a medida que éstos son interpretados. Un pro de la autorregulación sería la permanente preocupación por cuán legítimos son los intereses que se persiguen con el quehacer periodístico, mientras que por el contrario, un contra sería que dicha autorregulación responda a la consolidación de hábitos que degeneran la labor investigativa.

Una autorregulación en clave de bienes internos, apunta a que el periodismo adopta una función social, mientras que una autorregulación en clave de bienes externos, desconoce el cariz ético de la práctica para constituirse como una pieza más del engranaje tecnoeconómico. Desde esta concepción, la opinión publicada se convierte en mercancía y los pros que pudiesen existir sólo lo son para quienes obtienen beneficios económicos al vender datos e información.

[1] D. Bell, Las contradicciones culturales del capitalismo, Madrid, Alianza, 1977.

[2] V. Camps, El declive de la ciudadanía. La construcción de una ética pública, Madrid, PPC, 2010.

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