La violencia es la condición de base del Chile actual. La más grave: la violación a los derechos humanos. La más radical: los saqueadores y violentistas. La más desesperanzadora: la desidia de nuestras autoridades. Hasta ahora sumergida en lo intersticios de la sociedad, la violencia hoy irrumpe con un fuerza inusitada. Desenmascara posiciones y privilegios, desde lo material a lo simbólico, desde la rabia a la pena. Sin pausa.
Hoy, todos los espacios de interacción y diálogo están mediados por esa violencia, vinculándose inexorablemente con el miedo. El más grave: a la impunidad. El más radical: a no saber cómo detenerlos. El más desesperanzador: a que todo siga igual. Así, el miedo se instala en nuestro quehacer cotidiano y nos hace especialmente sensibles. Vulnerables a tomar decisiones apresuradas: a creer que la violencia se combate con más violencia.Hoy, todos los espacios de interacción y diálogo están mediados por esa violencia, vinculándose inexorablemente con el miedo
Es necesario la perspectiva: no perderse en el árbol (la violencia/el miedo) y mirar el bosque (el momento constituyente), con toda su complejidad. Estamos ante una oportunidad histórica de cambiar de una vez por todas un modelo que atenta contra las personas y la naturaleza. No hay que caer en pequeñeces. La posición debe subyugarse al diálogo. Es momento de hacer política en todos los niveles. Sea cual sea el alcance de nuestras palabras. La invitación es a la prudencia, a un dialogo de buena fe.
Pero esto no se logra sino promoviendo el cuidado personal y colectivo. No se trata de abstraerse de lo que sucede, sino que reconocer nuestra limitaciones. Agradecer la existencia y reconocerse vulnerable. Amarse. Protegerse. Abrazar a la pareja, a los hijos, al perro. Priorizar lo importante y no perderse. Acá hay una oportunidad única para cambiar la historia. Hay que estar a la altura.
Comentarios