Ha comenzado el mes de agosto.
El de los gatos. El más invernal de los invernales. El que hace mella entre quienes se pasean con las defensas bajas, pero que es a la vez antesala de la vida que renace en la primavera del septiembre de nuestro lado del planeta.
Esperanzador es saber que más allá de los estereotipos a los que nos hemos acostumbrado la oscuridad, el frío e incluso la muerte son parte inseparable de esto que llamamos existencia. Las hojas caídas en otoño no son basura, como asoman en una pulcra y aséptica ciudad, representan la renovación del follaje arbolado que de paso alimenta la tierra, en una estación más del asombroso ciclo de la vida.
Y así como la naturaleza no tiene ese orden ordenado que nos dicen debe buscar todo ser humano, es en el movimiento continuo, en la calma pero también en la agitación, en el silencio pero también en la bulla, donde reside la riqueza de la sociedad.
Porque toda movilización es necesaria, incluso por el simple hecho de estar ahí. No sólo por las demandas concretas que se enarbolan, como impedir la depredación de la Patagonia con múltiples represas, cambiar el injusto actual sistema educacional o buscar que el recurrido concepto de igualdad sea una realidad y no sólo una frase linda para campañas de todo tipo y pelaje.
La movilización es muestra de que estamos vivos, que no nos da lo mismo que perviva lo incorrecto. Que somos capaces de unirnos a otros para un hacer colectivo, uno que trascienda nuestra individualidad, que no se puede agotar en el levantarse al alba en pos de una labor cuya principal finalidad, nos vende la TV, es el sueldo que nos hace creer que estamos vivos porque nos abre las puertas del consumo.
Equivocado estás, dirán los escépticos. Ingenuo, los realistas. Irresponsable, los pragmáticos. La vida, pontificarán, es dura y tal rigor está dado por luchar como en la selva por una presa en el mercado, donde no existen los amigos sólo los conocidos. Sin dinero, afirmarán, la felicidad no es más que una utopía, una sinrazón de los que no saben más que soñar sin despertar nunca de su trasnochado sopor. Pero no importa, exclamarán, porque ellos, los ilusos, serán vencidos por los que comprendieron que el hombre de Hobbes sigue siendo el lobo del hombre, y que el ser humano de Rousseau nunca fue un buen salvaje… la vez que se reunió con otros ejerció el poder en su beneficio personal. Hoy, en el suyo material.
¿Es ésa la realidad que queremos construir? ¿Es ése el mundo, el Aysén que queremos levantar? Hoy muchos de quienes están en permanente movilización creen que no. No sólo están indignados o hastiados, han ido un poco más allá y se están moviendo para cambiar lo que les molesta. No son indiferentes ni estáticos. Están vivos, compartiendo vivencias colectivas.
Ha comenzado agosto. Y como los miles de agostos que han pasado y los miles de agostos que vendrán, sea éste uno más, en pleno invierno, que dé paso a la renovación.
Incluso aunque algo de nosotros tenga que morir en este tránsito. Porque ¿de eso no trata precisamente la existencia?
Imagen: Continents made up of working people (Lisa Haney – Stock Illustration Source)
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