Luego del fallecimiento de una niña en una residencia de administración directa de Sename, fuimos partícipes de una veloz serie de declaraciones por parte de diversos actores relacionados con la temática. Recuerdo el lapsus revelador que vale más que cualquier declaración de intenciones: una niña “murió de pena”. Me parece que otra lectura de ello es que para una niña en Chile su pena fue haber nacido.
Vimos luego procesos de desmentida tan nefastos para la sociedad como las negaciones de abuso sexual o maltrato generado por adultos hacia niños/as, tan profusamente reconocidas y trabajadas en otros, pero renegadas en nosotros. Esto me recordó a un comentario del filósofo S. Zizek, para quien el funcionamiento de la lógica neoliberal centrada sólo en su legitimación y que desmiente cualquier discurso contrario al institucional, se parecería a una escena de una película de los hermanos Marx, en donde el protagonista pregunta a su incrédula pareja: «¿a quién le va a creer usted, a mí o a sus ojos?».
Este mecanismo denegatorio de la realidad guarda matices peligrosos con la estructura perversa, en donde el sujeto queda oculto tras la transgresión de su acto hacia el Otro, invisible en medio de una maquinaria que lo excede y del cual es sólo un objeto o ejecutor. Es sólo un objeto de un mandamiento. Pero muchos miramos y confiamos en lo que vemos.
Que una niña fallezca en el contexto «proteccional» que se supone debe velar por la restitución de derechos pone en evidencia el cenit del sinsentido. En el calor de las declaraciones posteriores primó más señalar rápidamente los verificadores de tal o cual acción realizada que alzar la voz para que nunca más ocurra este horror institucional. En este punto me parece clara la lógica neoliberal en la administración del sufrimiento infantil en Chile, pues este terrible fallecimiento también pone en evidencia la premura en mostrar verificadores y señales de que se hace todo lo posible para “aumentar los beneficios y disminuir los costos” del problema de la infancia.
Una infancia desafectada, fría de humanidad, pues un niño se reduce a un número administrable: una economía del dolor que debe mantenerse dentro de ciertos márgenes de eficiencia y eficacia.
Hay voces que exceden el papel de tal o cual informe anónimo, ya que hay relaciones que transforman a las personas en ellas involucradas. Este poder transformador de la relación con otros sigue siendo la mayor herramienta que contamos ante la desintegración que el olvido genera.
Para cualquiera que trabaje en la Red de Organismos Colaboradores de SENAME resulta una práctica diaria el peso del dinero para medir la calidad de una intervención. Sin ir más lejos, entrando al sitio web de la institución se puede ver el señalamiento del «peso Sename», es decir el valor diario y mutable de un niño/a en la Red. Ello amparado en una ley (20.032) que sólo pide una intervención al mes con niño/a o su familia para considerarse lograda.
En este punto, el temor de un panorama sombrío aparece en el horizonte: la voracidad del mercado, el olvido y la impunidad es un mal que se encuentra más vivo que nunca. A muchos quienes nos desempeñamos en esta área laboral nos parece que se necesita con urgencia una terapia de amor intensiva, y los profesionales del área social estamos ahora convocados a no callar.
Pues hay amor en muchos trabajadores quienes diariamente se proponen acoger y contener a cientos de desconocidos que sufren, y a su vez también en aquellos que buscan confiar. Hay voces que exceden el papel de tal o cual informe anónimo, ya que hay relaciones que transforman a las personas en ellas involucradas. Este poder transformador de la relación con otros sigue siendo la mayor herramienta que contamos ante la desintegración que el olvido genera. Y en estos momentos de lucidez y autoconciencia del momento histórico en que nos encontramos, necesitamos el brillo de esas miles de historias de intimidad y calidez que se pueden esconder detrás de un número: hay memoria que testimoniar y hacer hablar.
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