(Escrito el 27/07/2015)
A mi amigo de Facebook, Librería Qué Leo Ñuñoa
Estimados amigos, no hay necesidad de regalar publicidad a Villegas, a menos que también ustedes quieran recibir cierta atención pública. Lo dudo de ustedes, lo dudaba. Creo que lo único que lograrán, quizás con suerte durante algunas semanas, son una que otra efímera reflexión, como ésta, en torno a la libertad de expresión, la censura, los límites, y una que otra defensa, desafortunadamente ideológica, de Villegas (probablemente algún colega de letras, de una derecha «apasionada», si es que es posible actualmente dicha conjunción de conceptos).
Basta recordar la decisión de no vender libros escolares por parte de la Feria Chilena del Libro a principios de año, donde apuntaban a cinco razones principales (la tercera era ni más ni menos que «Creemos en la entrega gratuita de los textos en todos los colegios de Chile”), para aventurar el desarrollo y desenlace de este arrebato. Un estallido momentáneo de publicidad y cotilleo.El mundo es Derrideano en tiempos de espectáculo y redes sociales. No hay sentido posible donde domina la inmediatez, donde abundan la información, los tuits, el ruido; donde, para bien o para mal, abunda incluso el significado, uno cada vez más arbitrario y relativo, que no escapa más allá de su propia y autista lectura.
Con respecto a los dichos de Villegas, sean o no lo que dijo o quiso decir, solo vienen a confirmar algo que ya muchos sabíamos de su personaje, por lo que la devolución de los libros de su autoría a su editorial resulta un acto más bien oportunista (quizás consolidar su perfil editorial, atraer nuevos consumidores), que propiamente un acto de principios políticos. Antes que todo, como la Feria Chilena del Libro, son una empresa, y sí, también mis amigos de Facebook. Pero por mucho que las redes sociales hayan otorgado a todas la empresas, a las personas, a las personas que actúan como empresas y a las empresas que actúan como personas, un lugar donde gestar un «perfil», cierta personalidad, cierta alma incluso, no hay que olvidar lo que son finalmente, por más que las barreras se hagan difusas en esta época de “management” del sí mismo.
En este capitalismo hipertextual aparecen casi de carne y hueso, al lado de las noticias de nuestros amigos, o de las fantasmales fotos de uno que otro ex compañero de curso, pero no lo son, al menos me cuesta creerlo. De ahí que algunos veamos con escepticismo su estrategia, un tanto publicitaria, un tanto política. Por otra parte, por muy cuestionable que sea la opinión de Villegas, si la literatura fuera puesta en circulación bajo tintes morales, sólo se empobrecería la discusión literaria, y el libro o la escritura, aquel acto que trasciende la vida misma del autor, sería diseccionada bajo una apuesta ad hominem, anclada bajo los límites del autor, límites biográficos, ideológicos y/o psicologicistas, que en definitiva alejan otras formas de explorar la escritura y la literatura.
En un mundo ideal sería esperable que la obra de Villegas cayera por su propio peso, lamentablemente el compromiso ideológico y la calidad literaria no siempre van de la mano. Villegas no es un mal escritor, uno de tantos escritores simplemente; por más que duela la literatura no es un lugar justo, y quizás la censura o el veto es nuestro único consuelo. La balanza en estos años ha tendido hacia el autor como personaje; por poner un ejemplo, cada tapa trasera de los libros de Houellebecq, quien cada cierto tiempo irrumpe con una declaración nihilista y políticamente incorrecta, recuerdan y venden al polémico autor (“la primera estrella literaria desde Sartre” indica Anagrama) con más efusividad que cada uno de sus libros. Se ha empobrecido el respeto por la obra literaria, por la expresión escrita, sea cual sea esta, subordinando su cuerpo a la centralidad del autor, de ese yo espectacularizado.
Por último, si bien no es un ejercicio placentero, sugiero reescuchar los dichos de Villegas. O por lo menos recordar el caso de Inés Pérez (“te imaginas acá en el condominio todas las nanas caminando para afuera, todos..”), odiada hasta el hartazgo por la tribu de las redes sociales, y a quien Chilevisión tuvo que pagar una indemnización después de declarar la descontextualización de sus dichos. Recordar, aprovechando que aún es memoria fresca, la histeria colectiva de hace algunas semanas, por el supuesto paro de camioneros transportistas de gasolina esparcido por Whatsapp, que nunca sucedió.
El mundo es Derrideano en tiempos de espectáculo y redes sociales. No hay sentido posible donde domina la inmediatez, donde abundan la información, los tuits, el ruido; donde, para bien o para mal, abunda incluso el significado, uno cada vez más arbitrario y relativo, que no escapa más allá de su propia y autista lectura.
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