Bajo la mirada arrogante de quienes se jactan de ser parte de la OCDE y se vanaglorian de un crecimiento del 6%; de ser supuestamente un país en desarrollo; de quienes manosean la palabra igualdad, llaman a reformar las normativas laborales, y a reforzar la mano dura contra la delincuencia; desde la humildad y el esfuerzo, la fuerza atávica del minero una vez más nos da una lección.
Hace más de cien años, los mineros asesinados en la Escuela Santa María de Iquique, nos dieron un gran ejemplo de dignidad, organización, fuerza y razón.
Hoy la historia se repite, pero de manera distinta. Hace cien años los mineros fueron acribillados con balas de plomo; hoy las balas fueron de desidia, indiferencia, abandono y codicia. Sin embargo, y afortunadamente, nuestros hermanos saldrán de pie esta vez.
A pesar de que en este momento intento que la esperanza se apodere de mis sentimientos, mantengo la mirada alerta. La desconfianza, el recelo y la impotencia no desaparecen. ¿Cómo alegrarse si los principales responsables del infierno que están viviendo nuestros 33 hermanos mineros y sus familias no se hacen responsables de su actitud criminal?
¿Cómo lograr verdadera alegría, si este hecho, que ha logrado marcar record de rating en los noticiarios, es sólo la punta del iceberg? ¿Cómo estar alegre, si los hijos de nuestros hermanos mineros reciben una educación de tercera, mientras los hijos de los empresarios mineros -que se enriquecen con el esfuerzos del pueblo- reciben una educación de calidad?
¿Cómo alegrarse verdaderamente, si no existe seguridad alguna de que estos hechos no vuelvan a repetirse?
Escucho hablar a las autoridades, de sus emociones y alegrías y me gustaría decirles que esos sentimientos carecen de sinceridad, porque no tienen correlato alguno en el respeto real a los trabajadores de nuestro país.
Ya es tiempo de hacernos cargo de nuestra historia, entender los derechos obtenidos, son nuestras libertades conquistadas, conquistadas con organización, dignidad, fuerza y razón.
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Foto: Retrato minero 2 – Diego.78 / Licencia CC
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Comparto el sentimiento de Paola Font y no puedo entrar en ese juego que intentan hacernos creer que todos somos unos, eso es falso. Lo que siento por lo que pasó a esos hombres, mineros es unn sentimiento de impotencia ¿ por qué siempre esperan que algo trágico suceda, para empezar a buscar remediales? Si es este,un país de negocios, como dijo un historiador chileno Gumucio » Chile es un país de boliches y almacenes,» todo es venta, de tanto vender, nos vamos confundiendo y es posible que estemos cada día vendiendo nuestra dignidad,si es que en algo nos importa, lo que pasa en el país. Por eso, encuentro fuerza en el artículo publicado por Paola Font, entendiendo que ya varias veces históricamente los mineros han sido torturados por la adversidad de su trabajo, no es reciente. Los gobiernos anteriores y éste no han tenido la voluntad de asegurar estructuras laborales que respondan desde el Estado como garantes de la vida de los mineros; es decir que vigilen a los socios con quienes entran en «negocios» con los pulmones de un hombre, su mujer, sus hijos con destinos iguales, osea todo en detrimento de los seres humanos de segunda clase. ¿es eso humanidad? Después rezan, y miran al cielo . Absoluta falsedad.
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No logre captar el mensaje central de este artículo de opinión.
El caso mineros me recuerda la falta de control de parte de las autoridades competentes (instituto de inseguridad y del ministerio de explotación laboral).
Los miles de atropellos diarios a los consumidores me recuerda, la ineficiencia e ineficacia de las autoridades respectivas (sernac e intendencias).
Las consecuencias del terremoto en las construcciones nuevas me trajo a la mente el desmantelamiento del instituto de inseguridad del estado, las limitaciones que se le han aplicado a organizaciones independientes como los institutos respectivos de universidades.
Cuando observo como la educación técnica y universitaria se ha convertido en un negociado de algunas familias.
Las masacres de los pueblos originarios se han realizado en beneficio de empresas eléctricas, forestales y de explotación medioambiental, que desean convencernos del esfuerzo que realizan por proteger el propio medio ambiente, pero paralelamente intentan construir mega proyectos de reconocida destructividad.
Y para coronar todo esto… cuando abro alguna página de cualquier diario o enciendo la radio o quiero ver las noticias de los canales abiertos, o visito alguna de las webs «auto denominadas serias» me doy cuenta… que todos hablan sobre los mismos temas y en el mismo tono… entonces descubro con tristeza que el 90% de esos medios pertenecen a menos de 15 familias… todas con la misma opinión política.
Entonces, donde queda la democracia y el sistema de libre mercado? Sus defensores gritan a diestra y siniestra que ambos son sinónimos.