Todos hemos comprado papas.
Hay varias variedades: chilotas, corahilas, un sinfín. Ni siquiera necesitamos saber este dato para ser consumidores. Es más: podríamos estar seguros que este dato es absolutamente ajeno. El punto es que todo depende de para qué las queramos: hacer puré, cocidas, fritas. Podemos ir al supermercado, a la feria, al almacén de la esquina donde seguro que Don Luis nos dará crédito –la palabra fiado significa confianza, al igual que crédito-, pero lo central es que podemos encontrar la papa en diversas formas, incluso semi procesadas.
Todo depende de para qué las deseamos y de cuánto dinero disponemos. Como resultado de los cambios en los hábitos alimentarios, la utilización de la papa en los mercados mundiales se desplaza crecientemente hacia productos procesados, y pierden importancia los mercados tradicionales de papa fresca y los destinados a la alimentación animal. El comercio de la papa en los países latinoamericanos replica en gran medida el patrón mundial, en la medida que se observa una predominancia de la papa procesada en los flujos de comercio, tanto exportaciones como importaciones, y un mayor crecimiento de los intercambios de este producto comparativamente a la papa fresca o semilla.
Es un mercado que, a grosso modo, el consumidor conoce. O al menos, que cree conocer.
Pero desconoce el riguroso control que termina en almacén de Don Luis.
Según el SAG, la semilla de papas producidas en Chile ofrece claras ventajas, entre las que se puede mencionar:
a) La calidad sanitaria producto de las condiciones edafoclimáticas de la zona sur de Chile;
b) El riguroso control sanitario establecido por el SAG para la certificación de semilla de papas, asegura una calidad incuestionable.
Los pequeños comerciantes saben que el precio del producto está determinado por calidad y especulación en los mercados intermediarios.
El consumidor sólo puede quejarse del precio.
¿Cuál es la relación con el mercado de la salud y el bono AUGE?
Para entender una idea que convierte al paciente usuario en cliente –igual que cuando buscamos las papas para la comida-, distinguimos dos enfoques más o menos contrapuestos.
Hay dos visiones contrapuestas respecto del rol que desempeña la legislación. Por un lado, están los economistas neoclásicos que creen que no hay (o no debiera haber) diferencias en el comportamiento del mercado de la salud y el mercado de las papas; luego, las regulaciones que introduce la legislación son distorsiones que evitan la eficiente y óptima asignación del producto y distribución de la mano de obra. Por otro lado, los economistas institucionalistas estiman que el mercado de la salud tiene imperfecciones y las regulaciones son necesarias para incrementar el nivel de bienestar de los trabajadores y los usuarios.
Damos por hecho que a nivel general, será FONASA el que compraría servicios en el sector privado, situación que se produce ahora mismo. Pero al entregar el famoso bono AUGE o “cheque al portador” al usuario, lo que genera es un aumento del mercado de los prestadores privados. El usuario podrá moverse buscando calidad y buen precio, como podría hacerlo en las clínicas de maternidad de calle Santa Rosa o entre todos los Laboratorios Clínicos de Santiago pensando en el mejor ofertón de exámenes de EEG o el resonador magnético más barato. Ya hemos visto la explosión de Centros de Diálisis sin demasiado control.
Pero un punto relevante, para volver al principio es que el tema del producto – en el caso de las papas es ex post. Si mi casero me atiende mal o las papas estaban malas, ya no voy a ir a comprar la próxima semana. En el tema de la salud es complejo. El tema de los prestadores y el mercado debiera ser estructurado ex ante.
Podría pensarse que ante la inexistencia de este tipo de controles estaríase librando al cliente usuario a su suerte. Como señalan Friedman y Von Hayek, el mercado es perfecto en el sentido de ser absoluto y que los ineficientes serán barridos por el consumidor insatisfecho.
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