Históricamente hemos visto la adaptación biológica de una forma extremadamente reduccionista y poco natural. En esa visión, el ambiente actúa como un activo cincel que moldea gradualmente a los seres vivos, los que pasivamente se adecuan a las nuevas circunstancias ambientales. El ambiente se comportaría como el escultor que crea una obra de arte golpeando una roca de mármol, donde ésta es incapaz de reaccionar a esos golpes más allá de su natural tenacidad o fragilidad. Esta visión representa un enfoque decimonónico, en la cual se asumía que los seres vivos eran entes pasivos. Sin embargo, mucha agua ha corrido bajo el puente del conocimiento y es así como actualmente podemos afirmar de forma categórica que lo que pensábamos ayer no era correcto, los seres vivos no son agentes pasivos. Pueden responder cambiando sus respuestas a los diferentes estímulos que reciben día a día. Esto se logra gracias a la capacidad del ser vivo de modificar su metabolismo, su comportamiento, sus entrornos (creándolos y remodelándolos) desde el espacio local hasta lo global.
En la actualidad, la visión que tenemos de los seres vivos se matiza con una serie de descubrimientos que agrega a la problemática de las relaciones biológicas elementos insospechados, que impactan en todas las dimensiones de lo que entendemos por vivir (una matriz dinámica en lo espacial y lo temporal). Entre estos nuevos conocimientos está la idea del ser vivo como un sistema holobionte (una comunidad, donde distintas formas de vida pasan toda su existencia unidas mediante relaciones que define al ser vivo como una entidad compleja donde el concepto de yo pierde sentido para convertirsde en un nosotros). Diríamos para el caso del ser humano, una suerte de simbiosis entre las células humanas y una compleja y dinámica comunidad de microorganismos, una relación fundamental en la construcción de lo que entendemos por ser humano y de la que depende su salud y su bienestar.En la actualidad, la visión de los seres vivos se matiza con una serie de descubrimientos que agrega a la problemática de las relaciones biológicas elementos insospechados que impactan en todas las dimensiones de lo que entendemos por vivir.
En esta dinámica de relaciones, la calidad del microbioma (la totalidad de las formas microbianas que se relacionan con nuestra estructura base) que forma parte del ser humano (aproximadamente un 60 por ciento de todas las células del cuerpo son bacterias – somos ecosistemas complejos y dinámicos) depende de los entornos con los que nos relacionamos desde nuestro nacimiento.
El microbioma con el que establecemos una relación simbiótica proviene tanto de nuestra madre (al momento de nacer) como de los entornos (hábitats) con los que nos relacionamos desde pequeños (la tierra en la que jugábamos y el agua con la que nos mojábamos y bebíamos. Estos microorganismos desempeñan un papel vital en nuestra salud, en particular en el desarrollo y maduración de nuestro sistema inmune. En este sentido, se sospecha que uno de los posibles factores que impactarían en el rápido aumento de enfermedades no transmisibles en las poblaciones urbanas sería la disminución de la biodiversidad, incluida la diversidad microbiana de los entornos humanos a causa de la urbanización observada en las grandes ciudades. Es un hecho conocido por todos que las grandes urbanizaciones han destruido los entornos naturales y con ello toda la biodiversidad animal, vegetal y microbiana con la que el ser humano se había relacionado por siglos. A esto hay que agregar ciertos hábitos que no hacen más que empeorar la situación, me refiero por ejemplo a esa pésima costumbre de limpiar el interior de los hogares con una serie de productos que eliminan todo tipo de gérmenes como si estuviésemos en una verdadera cruzada contra ellos… ¿Por qué? Si la mayoría de los microorganismos que viven en nuestros espacios y en nosotros mismos son realmente beneficiosos y rara vez causan enfermedad.
No existen dudas de lo importante que son las relaciones entre nosotros, como holobiontes, y el entorno con el que interactuamos día a día. Reconocer estas relaciones como agentes importantes en nuestro desarrollo, salud y enfermedad, ha permitido mirar al ser humano desde la otra acera. Es así como de acuerdo con la hipótesis del DOHaD (Developmental Origins of Health and Disease), las exposiciones ambientales durante el desarrollo pre y postnatal pueden afectar a la salud años o incluso décadas más tarde, ya en nuestra edad adulta.
Un potencial puente entre estas exposiciones y los resultados observados implica cambios en el epigenoma o la reprogramación del mismo. Las modificaciones epigenéticas suelen ser una parte fundamental del desarrollo normal, ya que ayudan a activar o silenciar genes específicos durante la diferenciación celular y, de ese modo, dirigen la formación de diversos tejidos. Pero no todos los cambios son benignos, como lo sugieren las asociaciones entre alteraciones epigenéticas específicas y trastornos como el cáncer, la neurodegeneración y las enfermedades de los sistemas cardiovascular e inmunológico.
La importancia de los contextos ambientales bióticos y abióticos en el descenlace del ser humano parece indiscutible. Por ello, la restauración de la biodiversidad en espacios urbanos, por ejemplo, podría ser una intervención barata en la atención de la salud, restaurando nuestra naturaleza holobionte con impactos en todas las dimensiones que influyen en el epigenoma y con ello en el bienestar del ser humano.
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