La semana pasada Constanza Michelson y M. Isabel Peña publicaron una columna que busca justificar el plan piloto de entrega de sucedáneo de leche materna dentro del Plan Nacional de Alimentación Complementaria (PNAC) del Ministerio de Salud, apelando a la libertad de las mujeres de elegir el tipo de alimentación que quieren dar a sus recién nacidos.
El artículo asume de parte de las personas -específicamente mujeres pro lactancia- que están pidiendo explicación al Minsal por la compra en 2014, a la empresa Danone, de 76.8 toneladas de relleno para “casos excepcionales”, que la real motivación de sus cuestionamientos al plan del PNAC es la demonización de aquellas mujeres que deciden, ya sea por opción o necesidad, alimentar a sus bebés con leche de fórmula.
Siendo parte de ese movimiento que está pidiendo explicaciones al Minsal, puedo decir que las columnistas se equivocan. El tema aquí es saber en base a qué criterios técnicos y de políticas públicas, el Minsal hizo tal inversión en fórmulas de inicio (destinadas a bebés de 0 a 6 meses) en una proporción muy superior al N requerido por el estudio del piloto y por un valor sobre los 460 millones de pesos, sin inversión paralela en capacitación de personal médico en lactancia o adquisición de equipos para tales fines, bombas de extracción, sondas al pecho, desarrollo de clínicas de lactancia, etc.
A más de un mes de haberse hecho la consulta al Minsal por Ley de Transparencia, no ha habido respuesta. De hecho, solicitaron un mes adicional porque “se comprobó que existen circunstancias que hacen difícil reunir la información solicitada”.
La entrega de las fórmulas adquiridas en 2014 han comenzado a hacerse recién este año. Algunos lotes de esta compra vencen en Octubre próximo por lo cual la entrega se está haciendo, según testimonios recibidos, sin un control exhaustivo y sin agotar todas las posibilidades en relación a la lactancia.
Uno de los argumentos que, tanto el Minsal como las columnistas, han esgrimido para justificar este piloto es la democratización en la alimentación de los niños, “permitiendo que los pobres accedan a los alimentos de los ricos.” Ante esto, es necesario hacer mención a que la prevalencia de lactancia materna en Chile hasta los 6 meses mínimos es notablemente mayor en sectores de menor escolarización. Las mujeres de menores recursos sí están alimentando en casi un 60% a sus hijos con lactancia materna exclusiva. Y la región de la Araucanía –una de las dos zonas donde se lanzó el piloto- que, según datos del Censo 2012, tiene el PIB per cápita más bajo del país, lidera la prevalencia de lactancia materna exclusiva a nivel nacional con un 57%. ¿De qué forma se justifica el bombardeo de leches de fórmula en esas zonas en base a una compra desporporcionada? ¿Es esa la forma de “igualar”?
Los principales problemas que se experimentan en lactancia son por mala información y peor asesoría. Por ejemplo, una práctica bastante difundida entre muchos pediatras no actualizados en lactancia materna es la indicación de tomas de 10 a 15 minutos por pecho cada 3 ó 4 horas. ¡Esto es condenar el proceso de lactancia de forma casi segura! La composición de la leche durante la toma va variando, siendo mucho más “líquida” al comienzo, para saciar las necesidades de hidratación del bebe, y más “grasa” al final, para “nutrir” . Para ello, es necesario que el bebé “vacíe” el pecho en cada toma, cosa que no se logra en 10 ó 15 minutos, mucho menos en recién nacidos que recién están aprendiendo a succionar (la succión estimula la producción de leche, por lo mismo, la lactancia debe ser a libre demanda y sin horarios).
Entonces, cuando tras 10 ó 15 minutos recién se está preparando la bajada de la leche más “grasa” la mamá, por indicación médica, cambia al otro pecho por otros 10 ó 15 minutos de leche “líquida”, y repite el proceso 3 ó 4 horas después, aunque el bebé pudiera requerir una toma en menos tiempo. Resultado: el bebé no sube de peso y se hace “necesario” recetar relleno, con el subtexto para la madre de “Lo siento, ¡no eres capaz! Eres de las que tiene “mala leche” (la confianza es un elemento clave para una lactancia exitosa).
Consecuencia N°2: al no vaciar cada pecho el bebé y tener intervalos tan largos entre toma y toma, la señal que el cerebro de la madre recibe es “hay que producir menos leche porque el bebé no está siendo capaz de tomarla toda y sus tomas son demasiado espaciadas”. Resultado: baja en la producción de leche materna y, nuevamente, se hace “necesario” recetar Sulpilán a la madre. El Sulpilán es un ansiolítico que tiene el efecto colateral de aumento de la prolactina. Como trabaja a nivel neurológico, en algunos casos puede provocar efectos indeseados a ese nivel, como síndrome de excitación psicomotriz y otros.
A todo esto generalmente se suma, por el mismo desconocimiento y pésima orientación, problemas de postura y agarre del bebé al pecho, que provocan serias complicaciones en la madre y que podrían ser fácilmente corregidas con buena asesoría y personal médico bien informado en lactancia materna.
La prevalencia de lactancia materna en Chile hasta los 6 meses mínimos es notablemente mayor en sectores de menor escolarización. Las mujeres de menores recursos sí están alimentando en casi un 60% a sus hijos con lactancia materna exclusiva.
Ante este escenario “poco exitoso” en su lactancia y, guiadas por “sugerencias” médicas, muchas madres “deciden” abandonar la lactancia. ¿Haciendo uso de su “libertad”? Una gran mayoría de ellas ciertamente querría poder continuar con su lactancia, sin embargo no recibe asesoría adecuada y, ante el escenario de tener a su bebé mal alimentado “opta” por la “ayuda” ofrecida. Sin embargo, es necesario entender que cuando a una madre le dan indicaciones como las descritas más arriba y luego, a consecuencia de eso, le regalan un tarro de fórmula, “no es la madre quien está decidiendo no dar pecho”.
Las columnistas alegan que el cuestionamiento a la política del Minsal de entregar relleno a cualquier mujer que, por decisión propia, así lo quiera, reproduce, de paso, “la desigualdad de clases que reserva el derecho a tener una subjetividad –poder decidir qué hacer con el cuerpo– a las mujeres más pudientes”, planteando la opción del relleno como un “privilegio” al cual toda mujer, rica o pobre, debería tener acceso libremente y financiada por el Estado.
Lo que las columnistas parecen ignorar son todos los “cuidados” que se deben tener al optar por este “privilegio”, tales como compra de mamaderas y chupetes especiales (las madres pudientes probablemente optarán por las marcas más caras, de chupetes fisiológicos, ergonómicos, que no alteran el desarrollo del paladar y de la futura dentadura, de materiales de última tecnología, etc., en tanto las madres pobres optarán por la mamadera más barata de la góndola o bien heredarla de algún otro bebé) y accesorios para esterilización de mamaderas, chupetes e implementos para lavar lo anterior (nuevamente, las madres pudientes ciertamente optarán por accesorios especialmente diseñados para tales efectos, de marcas caras, que garantizan un fácil uso, a través del microondas, por ejemplo, y una eliminación al 100% de cualquier germen; en tanto, las madres pobres, deberán optar por la esterilización artesanal “a la olla”). Sí, hay todo un mercado a la espera detrás de la “decisión” de dar relleno.
Las columnistas tampoco mencionan que el uso de relleno no evita los “despertares nocturnos” del bebé. Esto implica que las madres, ricas y pobres, tendrán que tener su arsenal previamente preparado para calmar el llanto de la guagua en medio de la noche, con agua previamente hervida (no se puede usar agua “cruda” directamente de la llave) y guardada a temperatura adecuada en un termo o ligeramente recalentada al momento de preparar “la papa”, para luego hacer la mezcla y batir, batir, batir, hasta que no queden grumos; probar la temperatura en la mano para no quemar al bebé (todo esto mientras el bebé casi se revienta llorando) para, finalmente, enchufarle la mamadera al crío. Acá, también puede haber diferencias entre madres “ricas” y “pobres”. La madre “rica”, con capacidad financiera de contar con “nana puertas adentro” o, mejor aún, una enfermera, podrá contar con apoyo mientras prepara la papa o se hace cargo del bebé, o podrá delegar ambas acciones en la otra mujer. La madre “pobre”, muy probablemente, deberá asumir sola.
Como en todo este proceso las contaminaciones por deficiente esterilización o manipulación inadecuada de los accesorios de alimentación del bebé o enfermedades directamente provocadas por el uso de relleno, como la alergia a la proteína de la vaca, pueden ocurrir (más comunes de lo que se cree), las madres, ricas y pobres, podrían terminar con cuadros infecciosos de sus bebés y necesidad de llevarlos a servicios de urgencia. Y, ¡para qué vamos a hablar de las diferencias que en este ámbito cada una de ellas podría enfrentar!
Entonces, en definitiva, ¿de qué libertad y de qué privilegio nos hablan?
La verdadera “igualdad” no se logra entregando relleno a destajo (sabemos que hay casos excepcionales en donde es la única opción, pero son –o deberían ser- un porcentaje menor de la población), sino que dando acceso a toda mujer, rica o pobre, a indicaciones médicas bien informadas en lactancia materna y asesoría técnica adecuada, para ayudarles a desarrollar una adecuada lactancia. Si de ahí en más, alguna decide alimentar artificialmente a su bebé por las razones que sean, está en plena libertad, y dicha decisión no la hará ni buena ni mala madre, pero la opción que tome no puede ser inducida por políticas públicas cuestionables que bien pueden ser catalogadas de irresponsables o, derechamente, viciadas.
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ademas, la leche de formula provoca en muchos bebes estreñimiento y cólicos, lo que conlleva en un mayor gasto en medicamento y horas medico por parte de la familia.