Como cada año, este 1° de mayo conmemoramos tanto tragedias laborales como logros y avances en materia de dignidad y derechos de los trabajadores. Respecto de las condiciones materiales de trabajo, hemos sabido desarrollar normas de seguridad física, condiciones de salubridad ambiental, prevención de accidentes y siniestros, y cobijo ante incapacitaciones.
A la luz de la pandemia Covid-19, resulta perentorio el trabajo coordinado entre los ministerios de Salud, Trabajo, Transportes y Educación para actualizar a la brevedad el estándar científico de las normas sanitarias sobre salubridad en los espacios de trabajo, locomoción, educación, alimentación, residencia y centros asistenciales, con su consiguiente fiscalización. Gracias a nuestras normativas, podemos confiar en obtener agua potable para beber con seguridad y tranquilidad, debiéndose cerrar aquella instalación que no cuente con ella o servicios higiénicos. Al propagarse el Covid principalmente mediante aerosoles —símil al humo de cigarrillo—, necesitamos y debemos normar la provisión continua de aire fresco renovado o filtrado, medido, bien mezclado y en caudal suficiente según aforo y actividad, con renovaciones totales de al menos seis veces por hora.
Así como certificamos elementos de protección personal como antiparras o zapatos de seguridad, capacitamos y mandatamos su uso, necesitamos y debemos normar las características de filtrado de los respiradores (K)N95, promover su uso correctamente sellado —sin barba—, exigiendo su uso en espacios cerrados —o abiertos con proximidad menor a tres metros— tal como el cinturón de seguridad en automóviles o extintores en edificios.Así como gracias a la normativa sanitaria podemos confiar en obtener agua potable para beber con seguridad y tranquilidad, debemos actualizarla respecto de la salubridad del aire compartido, pues el Covid-19 se propaga por aerosoles los que emitimos al exhalar y se concentran en espacios mal ventilados.
Las secuelas de Covid Largo ocurren —o terminarán ocurriendo— incluso en vacunados, sean o no asintomáticos y/o los mal llamados «casos leves»; peor todavía ante las reinfecciones posibles al cabo de dos semanas. El daño multiorgánico y multisistémico de largo plazo ya está comprometiendo mundialmente tanto la calidad y expectativa de vida de la población como la disponibilidad de fuerza laboral, aunque todavía sean pocos los países midiéndolo, como Reino Unido, donde se estima discapacidad de 400 mil trabajadores e impacto económico en torno a los 8 mil millones de libras a 2022.
¿Qué hecatombe sanitaria y económica estamos sembrando en el mediano plazo para nuestro Chile? ¿Qué breve y tortuoso futuro espera a tantos niños infectados o a los jóvenes con organismos aceleradamente seniles, condenados al amplio espectro de prontas enfermedades degenerativas? ¿Cuánta orfandad legarán los padres que no alcanzarán a ver crecer a sus retoños? Serán órdenes de magnitud por sobre lo habitual, lo que ya es bastante duro.
Nos queremos, necesitamos y debemos sanos. Los brotes de contagio colectivo no son accidentes sino siniestros prevenibles y han de ser activamente precavidos obligatoriamente con la debida regulación y responsabilidad laboral, civil y penal. Tal ha de ser la nueva normalidad que permita no solo sobrevivir habiendo Covid, sino que vivir bien sin Covid; lo otro es un suicidio colectivo, una negligencia criminal y un genocidio en cámara no tan lenta.
Para que pueda haber futuro, antes debemos sobrevivir bien el presente.
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