Los esfuerzos por informatizar el sector público de salud, tanto en atención primaria como secundaria y terciaria, deben profundizarse en lo que queda de esta administración, así como en la que la sucederá. Existe hoy un Plan Director que plantea con nitidez las prioridades y proyectos que conforman la estrategia nacional de e-salud nacional.
Aprovecho una columna recientemente publicada por el Dr. Alejandro Mauro sobre hospitales digitales, así como los comentarios que ella ha desencadenado, para abordar este tema, que me parece de tanta relevancia y tan poco priorizado en nuestra agenda pública. Antes, quisiera rescatar tres conceptos destacados por el Dr. Mauro en su columna:
– El papel no es el problema de los hospitales; el problema es la falta de información oportuna y de calidad dentro de un establecimiento de salud, y las consecuencias que ello acarrea. Por lo tanto, el papel simboliza ese desorden en el manejo de la información.
– El verdadero “hospital digital” es aquel que logra asegurar el significado, la integridad, confidencialidad y disponibilidad de la información.
– Para compartir información y transformarla en conocimiento útil, no basta con ella esté digitalizada, necesita estar codificada.
Al igual que el Dr. Mauro, estoy convencido de que la gestión oportuna y confiable de la información en las redes asistenciales es una condición necesaria (aunque no suficiente) para mejorar la gestión de nuestra alicaída salud pública, y también para mejorar la prevención y el cuidado de la salud de los pacientes. Es decir, un hospital eficaz y eficiente requiere de buenos sistemas de información, aunque estos, por sí solos, no garantizan un hospital de calidad.
Si nos detenemos a analizar las crisis de los últimos años en el sector salud, que han costado vidas humanas y salidas de autoridades, observamos que la mayor parte de ellas se relaciona con deficientes manejos de información y pudieron haberse evitado:
– Colapso en Posta Central provoca la salida de su Director (septiembre 2012)
– Tos convulsiva, van más de 4.000 casos, 9 muertes y Minsal activa medidas para combatir brote (septiembre 2012)
– La falta de una fuente oficial de información provoca polémica por las listas de espera Auge (agosto 2012)
– 4.000 personas mueren al año por contaminación: ¿quiénes son, dónde viven? (junio 2012)
– Medicamentos: diferencias de hasta $11.000 en precios de marcas y genéricos (julio 2012)
– Tardío cierre de planta procesadora de cerdos en Freirina (mayo 2012)
– Demora en la detección de la bacteria Clostridium Difficile en la Posta Central (abril 2012)
– Contaminación de Ventanas termina con 31 niños de la escuela La Greda intoxicados (noviembre 2011)
– Fraude en licencias médicas provoca millonarias pérdidas (septiembre 2010)
– Muerte de al menos 2 mujeres embarazadas en hospital Félix Bulnes, aparentemente por errores médicos (julio 2009)
– Confusión acerca de contagios y no notificación de25 casos VIH costaron la salida de la Ministra Barría (octubre 2008)
Considerando lo anterior, sorprende que, transcurridos ya 20 años desde la primera iniciativa de informatización masiva de nuestros hospitales (ocurrida a comienzos de los ’90, aprovechando un financiamiento del Banco Mundial), muchos tengamos la impresión de que hemos avanzado poco en esta materia. Más aún, la tecnología es percibida como un problema y no como una oportunidad por un importante segmento del mundo de la salud. ¿Por qué todos los esfuerzos realizados hasta la fecha han tenido resultados tan magros y decepcionantes?
¿Cuáles son los escollos y las fuerzas que se oponen, consciente o inconscientemente, a avanzar más decididamente en la dirección de modernizar e informatizar la salud pública?
Respuestas hay muchas. Estas van desde la falta de buenos y adecuados sistemas informáticos, interfaces poco amistosas, inestabilidad de las redes digitales e incapacidad de modelar adecuadamente los procesos clínicos. No pocos especialistas señalan que la tecnología interfiere en la buena relación médico paciente, que restringe la libertad del médico de diagnosticar o escoger un tratamiento indicado, que es algo parecido a un “gran hermano” que todo lo espía. Otros finalmente apuntan a la falta de recursos para contratar tecnología. La verdad es que todas parecen excusas más que buenas razones:
– Hoy por hoy, hay sistemas para todos los gustos. Estamos plagados de soluciones de clase mundial, es decir, que se utilizan exitosamente en hospitales de todo el mundo. ¿Es acaso nuestro modelo de atención tan particular que ninguna de esas soluciones puede adaptarse a ellos?
– Los mismos médicos que reclaman por la interferencia de la tecnología en la relación con el paciente, son entusiastas usuarios de ésta en el mundo privado.
– Estoy cada vez más convencido de que mientras no exista una gestión eficiente de los recursos, no podemos afirmar que la falta de éstos es un problema. El problema parece más bien ser cómo se priorizan las inversiones. ¿Es acaso racional comprar un scanner costoso para usarlo tres mañanas a la semana por falta de especialistas? ¿No será más conveniente compartir el scanner con un hospital cercano que seguramente tiene el mismo problema, y destinar esos recursos a otras cosas, por ejemplo, a sistemas de información? A menudo, da la impresión de que siempre hay algo más importante que mejorar la calidad de la información y que este no es tema prioritario para la gestión sanitaria.
En mi opinión, las causas que atentan contra un mejor desarrollo de la informática médica en la salud pública chilena, hay que buscarlas en otro canasto, y me atrevo a señalar algunas:
– La principal es la falta de conciencia y/o de audacia de los equipos directivos de gran parte de nuestros establecimientos y redes, lo que se traduce en un liderazgo tecnológico difuso y desdibujado. Informatizar una organización es, antes que nada, repensarla, cambiar la forma de hacer las cosas, por ende, el liderazgo directivo es un factor crítico de éxito para que esto ocurra bien.
– Como consecuencia de lo anterior, los profesionales que lideran los proyectos tecnológicos suelen ser informáticos, y no clínicos, como lo recomiendan las buenas prácticas.
– Con frecuencia se realizan promesas falsas acerca de los beneficios de la tecnología y de los tiempos en que se alcanzan éstos, creando falsas expectativas. Por ejemplo se suele señalar que con tecnología los médicos podrán atender más pacientes por hora, lo cual es falso y no ha sido verificado en ningún lugar del mundo. Por el contrario, la tecnología suele provocar una disminución de la productividad (medida ésta como cantidad de pacientes atendidos por mes). Sin embargo, si cambiamos el indicador y medimos la productividad como la cantidad de problemas de salud resueltos por mes, es muy probable que ese indicador se dispare. Lo que mejora al incorporar tecnología en el box médico es la calidad de la atención, no la velocidad.
– Informatizar un hospital es un proceso que se planifica y gestiona con precisión. Proyectos tipo bing-bang no son recomendados. La gestión del cambio es una dimensión central de este tipo de proyectos, la que suele ser subvalorada y poco apreciada.
En síntesis, no creo que exista una buena razón para seguir esperando. Los esfuerzos por informatizar el sector público de salud, tanto en atención primaria como secundaria y terciaria, deben profundizarse en lo que queda de esta administración, así como en la que la sucederá. Existe hoy un Plan Director que plantea con nitidez las prioridades y proyectos que conforman la estrategia nacional de e-salud nacional. Esperamos que las próximas autoridades comunales así como las futuras autoridades del Gobierno central prioricen y se comprometan con estos temas en sus propuestas de Gobierno, y que este sea uno de los catalizadores de una mejor oferta de salud.
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Foto: reway2007 / Licencia CC
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