Una vez más nos alarmamos por el alza de transmisión de VIH en los adolescentes y jóvenes en Chile. Hace ya más de dos años que nos han estado advirtiendo sobre este problema que debemos enfrentar a nivel social, educativo, económico y de políticas públicas. El VIH no se detiene y buscar soluciones es más que urgente.
Es un problema social a pesar de que tenemos un país que sabe de VIH, ya que todas y todos hemos recibido, a lo menos, una vez en nuestras vidas algo de formación al respecto. Se ha demostrado que las y los jóvenes conocen los riesgos, los métodos preventivos; tienen un margen de error muy bajo respecto de las vías de transmisión, pero va más allá de sólo saber.
No hemos internalizado el riesgo que significa la enfermedad para nuestro organismo, pero ¿Sabemos efectivamente cual es el impacto en nuestras vidas vivir con VIH?, ¿Somos conscientes de que es una enfermedad transmisible y que depende de nuestra conducta? Es un problema social porque le hemos perdido el temor. No significa que debamos temerle al punto de paralizarnos, más bien debe ser el miedo suficiente para cuidar de nosotros mismos, de nuestro cuerpo, de empoderarnos y de hacer efectivo nuestro disfrute al más alto nivel de salud. Salud que no es solo la ausencia de enfermedades, más bien es un estado de bienestar general, físico, mental y social.Ya basta de condicionar la distribución de condones, de exigir el consentimiento de los padres en el test de Elisa en menores de 18 y mayores de 14 años, a diluir la educación sexual en los colegios, a estigmatizar la enfermedad con campañas catastróficas, entre otras lamentables decisiones que hemos presenciado en estos últimos años.
Es un problema educativo, porque a pesar de que sabemos de VIH, los aprendizajes no han sido suficientemente significativos como para modificar nuestro comportamiento. Es decir, además de no tenerle miedo, hemos preferido mantener una conducta sexual riesgosa, por más informados que estemos.
Un símil de conducta es el riesgo a la diabetes. Si a una persona le adviertes que si mantiene el consumo de azúcar que lleva, correrá el riesgo de adquirir diabetes, algunos pensarán en hacer una despedida del azúcar o recreos de vez en cuando para saborear, sin embargo, el riesgo es latente. En cualquier momento te declaran diabetes, a pesar de que creías que estar haciendo bien las cosas, ¿Le suena familiar?
El sistema educativo hoy ofrece siete planes educativos en sexualidad y reproducción, por más cuestionamientos que podamos hacer a los contenidos y la libertad que otorgan a las instituciones de escoger o adecuar el plan en razón de los “valores” institucionales, ninguno de ellos servirá si no produce cambios de conducta, si no hay aprendizajes significativos que nos empodere de nuestros cuerpos. Todo esto es muy necesario para que seamos capaces de decir “quiero usar condón”.
Es un problema económico. En esto no quiero detenerme a dar razones de la desigualdad social y de ingresos que afectan el acceso a las personas a los servicios de salud sexual y reproductiva, más bien me quiero concentrar en el costo de oportunidad que significa para un adolescente adquirir un condón.
Si no tienes suficiente dinero – algunos dirán suficiente valor – para comprar condones en una farmacia o supermercado, debes ir a un centro de salud, Ong o institución gubernamental que distribuya condones. Ojo que sólo hablamos de condón masculino, porque a pesar de que el Estado de Chile se ha comprometido a incorporar el condón femenino, hasta la fecha ni siquiera se ha puesto en discusión. Un adolescente debe destinar tiempo para trasladarse al lugar para obtener un par de condones, completar formularios quizá, recibir consejería constantemente, superar temores o barreras autoimpuestas para exigirlo, enfrentarse a la disposición de los profesionales de la salud que le atienden, entre otras barreras.
Con una buena estrategia y cobertura, el adolescente no debería tener que superar barreras administrativas para acceder a él, tiene que ser de acceso universal. Con una buena planificación, deberíamos poder escoger condones por tamaño, material de fabricación, tipo de lubricación, etc. Con un buen plan educativo, el adolescente debería saber cómo usarlo, como ponerlo, y como desecharlo. Nada de esto es posible hoy.
Es un problema de política pública, porque tenemos un programa nacional que no se ha reformado, crecido y reestructurado, aun cuando el alza de casos pesquisados subió alarmantemente, y las proyecciones – que estimo subvaloradas- nos hablan que la mitad de las personas que viven con VIH no lo saben.
Tenemos un programa nacional medicalizado, es decir, preocupado de tener suficiente tratamiento antirretroviral disponible para la población, en vez de destinar tiempo, recursos y dirección hacia una política de prevención con el Ministerio de Educación, el Instituto Nacional de la Juventud, los centros de salud, los centros deportivos, las discotecas, bares, colegios y las instituciones de educación superior, que es donde mayormente se desenvuelven los adolescentes y jóvenes.
Tenemos un programa que no da abasto para dar respuesta a las demandas estructurales que la epidemia desafía. La sola estrategia no es suficiente, por más consultada haya sido con la sociedad civil, academia, instituciones gubernamentales asociadas, etc. Sería ideal poder contar con un programa amplio, que nos convoque a todas y todos, sin prejuicios, sin estigmas, sin límites, porque debemos hablar de sexo de una buena vez, debemos saber cómo tenemos sexo, cómo nos comportamos frente al condón, qué nos hace decidir dejar de usarlo, y cómo nos podemos empoderar para exigirlo tanto en el sistema público para adquirirlo, como en el momento mismo de decidir tener relaciones sexuales para usarlo.
Ya basta de condicionar la distribución de condones, de exigir el consentimiento de los padres en el test de Elisa en menores de 18 y mayores de 14 años, a diluir la educación sexual en los colegios, a estigmatizar la enfermedad con campañas catastróficas, entre otras lamentables decisiones que hemos presenciado en estos últimos años.
El aumento de la transmisión del virus se viene advirtiendo hace más de 5 años, y nada tiene que ver con el fenómeno migratorio. Es más, Chile es el único país con una fuerte alza de VIH en la región, los demás países van a la baja. Es de conocimiento público que en Chile no habituamos a prevenir, más bien elaboramos políticas reactivas ante datos alarmantes.
Esta vez, sólo esta vez, no perdamos el foco y terminemos enfrascando en la criminalización de la transmisión intencionada – que por lo demás es importantísimo de discutir y normar- porque hoy la tarea es otra. Debemos planificar bien por la salud de las personas, pero sin limitar el placer, el goce, y el disfrute de nuestros cuerpos.
No es sólo el VIH, es también la sífilis, las hepatitis, el virus del papiloma humano, entre otras infecciones de transmisión sexual. Debimos comenzar a habar de sexo hace mucho, por el placer, por el respeto hacia el otro, y por nuestra salud. Hablar de sexo nos ayudará en múltiples áreas que afectan la vida de las personas. Hoy el VIH nos exige convocarnos una vez más, ¡Atendamos el llamado!.
Comentarios