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Celebremos el Día Mundial de la Inocuidad de los Alimentos promoviendo una ´Cultura de Inocuidad`

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El próximo 7 de junio se celebra, por primera vez, el Día Mundial de la Inocuidad de los alimentos, instituido por Naciones Unidas como resultado de una propuesta nacida desde nuestra región, cuando en junio de 2015, en el marco de un coloquio entre el Comité Coordinador del Codex de Latinoamérica y el Caribe y el de África, organizado por el IICA, en Washington DC, buscando fórmulas para sensibilizar a las autoridades sobre la importancia de la inocuidad, la presidencia del CCLAC ejercida por Chile, sugiriera esa idea.

Fue luego la delegación de Costa Rica la que elevó esta propuesta durante el 39° periodo de sesiones de la Comisión del Codex Alimentarius, la que posteriormente con el apoyo de FAO y OMS fue remitida a la asamblea de Naciones Unidades, para que finalmente en 2018, mediante el decreto 73/250, se proclamara.

Han pasado un par años desde entonces y hoy nos aprestamos a esta primera jornada, sin duda satisfechos del logro alcanzado, porque la institución de un día internacional por parte de NU es una enorme tribuna de promoción y difusión global, y sin lugar a duda los desafíos y las problemáticas asociadas a los temas de inocuidad lo requieren. Pero no se trata de celebrar por celebrar, se trata de aprovechar la oportunidad para hacer ver a los tomadores de decisiones, a los productores, a los transformadores a los consumidores, en definitiva, al conjunto de actores que directa y/o indirectamente tiene un rol en la inocuidad de alimentos y en consecuencia en la salud, el bienestar y la calidad de vida de todos nosotros, su rol y responsabilidad en la materia.

No debemos olvidar que hoy, en medio de las revoluciones del conocimiento, tecnológica y de las comunicaciones, y con sistemas y regulaciones para el control de alimentos cada vez más sofisticados, la pérdida de inocuidad de los alimentos sigue siendo un problema que afecta la calidad de vida de millones de personas a nivel global. Según la OMS en el estudio Estimación de la carga mundial de las enfermedades de transmisión alimentaria” publicado en 2015, existen 31 peligros alimentarios responsables de 200 enfermedades transmitidas por los alimentos (ETA’s), las que tiene efectos agudos y/o crónicos sobre la salud de las personas, provocando anualmente cerca de 600 millones de enfermos, de los cuales 420.000 mueren, siendo el 28% de ellos niños menores de 5 años.  Esto representa una pérdida de 33 millones de Años de Vida Ajustados por Discapacidad (AVAD), y a esto debemos agregar 40 millones de muertes anuales por enfermedades crónicas no transmisibles (ECNT), altamente correlacionadas con el sobrepeso y la obesidad. Todo lo anterior, a pesar de los ingentes esfuerzos que se realizan a nivel global en prevención y control. Sin duda son cifras alarmantes, no solo porque representan un daño directo a la salud, bienestar y calidad de vida de las personas, sino que también daños económicos por sus impactos en la producción, el comercio, los sistemas de salud, el ausentismo laboral, entre otros aspectos.

Puesto en perspectiva, en un mundo globalizado, con una demanda creciente por alimentos y una industria en expansión constante, es urgente reflexionar respecto de si verdaderamente son suficientes, eficaces y eficientes los modelos de aseguramiento de la calidad de procesos, el control de productos y la acción  fiscalizadora para dar cuenta de los cada vez más complejos requerimientos que la realidad nos impone, a saber:

-Por una parte, peligros biológicos que, en condiciones de cambio climático, de intensificación del comercio y bajo nuevas condiciones de producción de la industria, presentan dinámicas evolutivas y de adaptación que provocan la re-emergencia de peligros ya controlados; surgen nuevos; se expanden a nuevos territorios; se modifica su configuración y patogenicidad y desarrollan resistencia a fármacos, haciendo de su prevención y control una tarea crecientemente compleja.

– Por otra, una creciente incidencia de peligros químicos sobre los que cada vez se tiene mayor evidencia científica respecto de los riesgos que representan para la salud de las personas, y para los cuales el avance tecnológico ofrece cada vez mayores posibilidades analíticas y diagnósticas

La pérdida de inocuidad de los alimentos sigue siendo un problema que afecta la calidad de vida de millones de personas a nivel global

– Por último nuevas problemáticas, tales como la intensificación de las alergias y las intolerancias alimentarias y la irrupción de una oferta excesiva en alimentos ricos en nutrientes críticos, que, junto a malos hábitos de consumo, han derivado en una verdadera pandemia de sobrepeso y obesidad con consecuencia graves en la presentación de cuadros de enfermedades crónicas no trasmisibles.

Es por ello, que desde fines del siglo XX y con telón de fondo las grandes crisis de inocuidad en la Unión Europea, los sistemas tradicionales de control de alimentos, dieron paso a nuevos paradigmas preventivos  bajo el concepto “del campo a la mesa” o más recientemente “del ambiente al consumidor” con sistemas de gestión crecientemente integrados a nivel local y armonizados en el ámbito internacional, elevando los estándares de inocuidad frente entornos dinámicos y de complejas interrelaciones, en los que los peligros químicos, biológicos y/o físico, potencialmente presentes a lo largo de las cadenas alimentarias, pueden poner en riesgo la salud de millones de personas en diferentes puntos del planeta en breves lapsos de tiempo, al mismo tiempo que  provocar graves daños económicos a los países.

Sin embargo, y ante la evidencia que pequeños errores u omisiones puede representar enormes impactos en la calidad de vida y el bienestar de las personas, así como en la industria alimentaria y la economía de los países, surge la necesidad de impulsar la preocupación por la inocuidad desde una perspectiva de cambio cultural como una forma complementaria al abordaje tradicional de esta problemáticas, invitándonos a superar el paradigma del control e incluso la prevención basados en la acción regulatoria, como único mecanismo posible de dar garantías de alimentos seguros a los consumidores, para instalarnos en la esfera del compromiso, del hacer bien nuestro trabajo, porque de ello depende la calidad de vida de todos los que de alguna forma y en alguna medida se ven alcanzados por nuestra acción.

Así, entender la inocuidad más allá de sus dimensiones técnicas, como un compromiso ético del conjunto de la sociedad, como una conducta responsable de cada uno de los individuos, como la manera correcta de hacer las cosas, más por convicción propia que por exigencias de terceros, es el gran desafío que se nos plantea desde este nuevo enfoque. Tal como en su momento el respeto y protección del medio ambiente, paso de ser una excentricidad de unos pocos a una responsabilidad compartida de todos, a los que hemos apostado por este nuevo paradigma, nos asiste la convicción que con la instalación de esta aproximación desde la ética y el compromiso en la relación con los riesgos y peligros alimentarios, contribuiremos en forma significativa a mejorar el desempeño de los sistema de inocuidad alimentaria, del cual todos formamos parte, con el evidente beneficio de una cada vez mejor capacidad de responder a las exigencias de la ciudadanía, contribuyendo con ello al desarrollo competitivo de la industria.

Hoy, con la celebración del primer día de la inocuidad, se da otro paso significativo en generar conciencia, sacando de a poco a la inocuidad de las agencias regulatorias, de las gerencias de calidad y de los laboratorios para instalarla en la ciudadanía, reivindicando el rol que cada uno de nosotros, de manera informada, responsable y proactiva, debemos jugar para preservar un bien público tan trascendente como este. Y abordar esta celebración desde la ética nos compromete, nos humaniza, nos reivindica con la sociedad, especialmente con los más y vulnerables, y con nosotros mismos

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