Ambos sufrieron la persecución y el acoso del poder, ambos se identificaron con la lucha de los pobres, ambos inspiraron y formaron a muchos hombres y mujeres, ambos forjaron un mensaje a partir de su actuar consecuente y desinteresado, ambos recibieron el reproche de la estructura eclesial conservadora, ambos son el fiel reflejo de las luchas latinoamericanas por la superación de las estructuras desiguales e indignas.
El 24 de marzo es un día especial para el cristianismo liberador latinoamericano. Ese que nace desde la profunda identidad de nuestra inmensa América, con un marcado carácter transformador, ligado históricamente a los procesos de transformación social, la defensa de los oprimidos y la incesante búsqueda de la justicia. Este cristianismo, que se hace carne en el testimonio de Jesús, en la fe y lucha de millones de personas que han entregado su vida por construir un continente fraterno, solidario, justo e igualitario; y que en otro aspecto, se expresa en la interpretación única y valerosa que hace la Iglesia latinoamericana de los pobres de la palabra de Dios. Lo anterior, se manifiesta en las tendencias socialcristianas de principios de siglo XX, que se erigen como el antecedente principal de la Teología de la Liberación, corriente precursora e inspiradora de infinidad de movimientos sociales y políticos cristianos, de testimonio concreto y fidedigno de lo que significa el actuar de Cristo en la Tierra. Es decir, una fe no solo contemplativa o intelectiva, sino sustentada en una praxis liberadora, que optando siempre por los más pobres y oprimidos, tiene como fin la construcción de una sociedad justa y digna para todos y todas, haciendo “la vida humana, más humana”, propiciando así, la superación de todas aquellas estructuras de pecado que limitan y empequeñecen la dignidad de la persona humana.
Es en este marco, donde el 24 de marzo se convierte en una conmemoración testimonial, en una inspiración y un empuje vigoroso del espíritu, que nos llama a seguir plasmando nuestros anhelos de justicia, a partir de la vida de dos íconos del cristianismo latinoamericano. En esta jornada, el nacimiento de uno y la muerte de otro, se congregan para convocarnos con más fuerza aún, a construir la unión de los pueblos latinoamericanos en el camino de la equidad. Ese camino que recorreremos a pie y descalzos, sin ataduras que nos impidan hacer realidad nuestras aspiraciones sociales, protegidos por la convicción y transparencia de nuestra praxis, la que se convierte en la herramienta y sostén principal del inexcusable desafío de plasmar y vivificar la justicia social.
El 24 de marzo de 1871 nace Fernando Vives Solar, sacerdote jesuita, formador de Alberto Hurtado y Clotario Blest. 109 años después, en esa misma fecha, seria asesinado por la dictadura militar salvadoreña, mientras celebraba la misa, el monseñor Oscar Arnulfo Romero, pastor de los pobres y oprimidos. Ambos sufrieron la persecución y el acoso del poder, ambos se identificaron con la lucha de los pobres, ambos inspiraron y formaron a muchos hombres y mujeres, ambos forjaron un mensaje a partir de su actuar consecuente y desinteresado, ambos recibieron el reproche de la estructura eclesial conservadora, ambos son el fiel reflejo de las luchas latinoamericanas por la superación de las estructuras desiguales e indignas. En definitiva, ambos hicieron de su ser, un testimonio de Cristo en la Tierra.
Son muchos los cristianos y cristianas que han dado un testimonio de compromiso por los pobres de nuestro continente, varios convirtiéndose en mártires de nuestra América Latina. Su herencia y legado nos emplaza a tomar posiciones claras y comprometidas frente al actual modelo. El pueblo cristiano-liberador latinoamericano es grande, extenso, diverso, salvaje y valiente, como toda nuestra tierra, que se funde con la sangre, sudor y espíritu de los que nos entregaron su alma, en la lucha, empujándonos hoy, a emprender juntos, la marcha incansable por el sendero de justicia que con sus vidas trazaron.
———-
Comentarios