Los argumentos basados en las sagradas escrituras (SS. EE.) se han vuelto importantes en el debate sobre el AVP y el acceso al matrimonio por lxs homosexuales, por tanto se hace necesario decir algo al respecto.
Una investigación, llevada a cabo por James B Nelson en “Sources for body theology; Homosexuality as a test case (1992)”, puso de relieve la necesidad de realizar una reflexión teológica seria y honesta sobre este tema. Para ello utilizó el método propuesto por el Pastor Anglicano John Wesly conocido como “Cuadrilátero”, el cual considera, además de las SS. EE., otras tres fuentes para una correcta reflexión teológica: la tradición de la iglesia (que comprueba nuestra propia interpretación en contra de la riqueza de los testigos del pasado), la razón (que protege contra la estrechez y las interpretaciones arbitrarias), y la experiencia (que es personal, hacia el interior, y nos permite interpretar y apropiarnos del evangelio). Siguiendo este enfoque, brevemente, podemos aclarar varios de los argumentos utilizados hasta el momento y de paso establecer un marco apropiado que sirva para reflexiones futuras.
Escritura; en todas las SS. EE. NO existe ni ha existido la palabra “sodomía” ni “homosexualidad” puesto que son conceptos posteriores a la redacción de la misma. Lo que sí aparece claramente son textos que hablan de relaciones sexuales entre seres humanos del mismo sexo pero en un contexto muy particular, como lo son el ritual para el antiguo testamento y el legal para el nuevo testamento. En el primer caso se entiende la prohibición como parte del conjunto de interdicciones rituales tales como la “menstruación” en el caso de la mujer; aquí cabe recordar que una de las características del cristianismo y del propio Jesús ha sido el “abolir” este tipo de leyes o prohibiciones. En el segundo caso, del que consta en las cartas de Pablo, hace referencia a las leyes romanas vigentes que penalizaban la “prostitución masculina”. Aquí cabe recordar que en boca del propio Jesús nunca hubo ningún tipo de condena particular.
Tradición; el trabajo de John Boswell, “Cristianismo, Tolerancia Social y Homosexualidad (1980)”, ha documentado con bastante claridad y extensión que las uniones entre personas del mismo sexo no solo han sido “toleradas” en distintas etapas del cristianismo, sino que incluso fueron celebradas “sacramentalmente” mucho antes de que apareciera el matrimonio sacramental entre heterosexuales que hoy conocemos.
Razón; se han realizado muchos estudios acerca de la homosexualidad, por tanto basta resumir aquí que actualmente la homosexualidad no es considerada una enfermedad. Incluso más: no se consideran profesionalmente éticos los intentos por modificar la orientación homo-erótica. Por otra parte, una de las últimas teorías acerca de la homosexualidad, propuesta por la bióloga Joan Roughgarden en su libro “Evolution’s Rainbow (2004)”, hace un alcance al concepto de “selección natural” en la teoría de la evolución de Darwin, estableciendo una comparación de la diversidad sexual existente en animales y humanos, y las respectivas expresiones sociales de esta en diferentes culturas, destacando una vez más que las identidades sexuales son construcciones sociales.
Experiencia; aquí James B Nelson propone ampliar el enfoque de “la experiencia” en base a un examen más riguroso de la experiencia individual y común. Al hacerlo, podemos reconocer que la homofobia no es tanto un “odio” a los homosexuales como un “miedo oculto” a la sexualidad en sí misma, es decir, una erotofobia, como resultado de lo que en sicología se denomina “reacción de formación y proyección”. Es un hecho que la homofobia sea una reacción ante la “desinhibición” sexual de lxs homosexuales, por tanto las interrogantes que plantea son más bien del orden de la sexualidad en general, tema que para muchxs creyentes sigue siendo un “tabú”.
Las recientes decalraciones hechas por el Obispo Hédito Espinoza, se suman a la carta enviada por el Cardenal Medina. Ambas dan cuenta de la urgente necesidad de establecer un marco adecuado para que el discurso religioso sea un aporte y no un obstáculo al diálogo sobre matrimonio, familia y homosexualidad.
Por lo tanto, de utilizar argumentos bíblicos, que al menos se tenga la honestidad intelectual para reconocer el actual estado de cosas. No da lo mismo cualquier traducción de las SS. EE., como tampoco son concluyentes las condenas respecto de la homosexualidad. Es más: lo que podemos afirmar con claridad es que las “orientaciones” respecto de la sexualidad, en general, están basadas en valores éticos como lo son el amor, la intimidad y la reciprocidad. Si vamos a dialogar en torno al sexo, son estas las “coordenadas” que nos ofrecen las SS.EE. Por tanto, para que la interpretación bíblica y la reflexión teológica sean un verdadero aporte al diálogo en torno al matrimonio, la familia y la sexualidad, debemos comenzar por reconocer que toda reflexión y discurso religioso necesita tener en cuenta los valores mencionados anteriormente, puesto que de ellos deben surgir relaciones humanas donde el respeto y la acogida, la celebración y el gozo, la implicancia y la fidelidad, sean expresión y deseo de la sexualidad entendida como un don de Dios. Nuestra orientación sexual, sea cual sea, debe ser reconocida e integrada en plenitud a nuestra espiritualidad, para que con verdad sea honrada y respeta por cada uno de nosotros y se convierta en acción de gracias a Dios.
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Foto: Nicolás Levinton / Licencia CC
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